JUDICIAL
La confesión del asesino de los niños del Caquetá
SEMANA revela el aterrador testimonio del asesino de los cuatro niños en Caquetá, un crimen que conmovió a todo el país.
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Durante las últimas dos semanas el país siguió día a día el desarrollo de la investigación para dar con los responsables del asesinato de cuatro niños en una vereda en Caquetá, un crimen que conmocionó a toda Colombia. Con jornadas de trabajo de 20 horas diarias, un grupo especial de la Dijín de la Policía con apoyo de la Fiscalía no ahorró personal o recursos para dar con los asesinos. Con los ojos de toda la sociedad sobre ellos y con la presión adicional debido a un ultimátum del presidente Juan Manuel Santos para dar con los responsables de la masacre, el crimen fue resuelto.
Una disputa de tierra fue el detonante del macabro hecho. Luzmila Artunduaga, quien contrató a los sicarios, fue la última capturada, con lo cual el caso prácticamente quedó resuelto en un tiempo récord. Pocos días antes la Dijín ya había arrestado a tres hombres más vinculados con el múltiple homicidio. Muchos de los escabrosos detalles fueron conocidos y divulgados casi en directo por los medios. Sin embargo, a pesar de esa avalancha informativa, lo más macabro de este crimen no se conoce hasta ahora. Se trata de la confesión de Crístofer Chávez, conocido con el alias de el Desalmado, quien fue el responsable de ejecutar a los cuatro menores. Su testimonio resume lo que ocurrió, pero sobre todo deja en evidencia la sangre fría con la que actuó este curtido asesino que ni al momento de ser capturado por la Policía mostró arrepentimiento. SEMANA reproduce los principales apartes de la confesión de Desalmado tal y como la contó a las autoridades.
“El 3 de febrero a las 8:30 de la noche recibo una llamada de Jáiner, donde me dice que suba a su casa porque me tiene un trabajito. Cuando llego me presenta al muchacho Édison, el cual me manifiesta que una viejita de nombre Luzmila paga 500.000 pesos para que amedrente y desplace a Jairo Vanegas y su familia, pero que debo tener cuidado porque él y su esposa son peligrosos y tienen armas. Al otro día Jáiner me pasa el revólver Smith &Wesson calibre 32 con 14 tiros para que con ese fierro fuera a cometer el hecho. También me dijo que si no los notaba asustados o no se querían ir, que los matara para que no hubiera excusa de pagarnos.
“Antes de llegar al sitio, Chencho (Énderson Ordóñez o el Enano) y yo ya habíamos sacado los revólveres de la moto. Cuando llegamos al cambuche la parqueamos a orillas de la carretera, subimos unas gradas y saludamos. Un muchacho (Samuel Vanegas, el mayor de los niños asesinados) nos contestó desde adentro y salió alumbrando con una linterna. Yo me le arrimo y le pregunto por Jairo Vanegas, él me dice que ni la mamá ni el papá están y que se pueden encontrar siete kilómetros más abajo en la casa de una tía. En ese momento Samuel, asustado, salió corriendo hacia el fondo de la casa donde estaba su hermano de 16 años, mientras que Chencho siguiéndolo le gritaba que no corriera.
“Yo les digo que uno de los dos nos tiene que acompañar hasta la otra casa porque tengo un mensaje para los padres. El menor de 16 años le dice a Samuel que vaya él, pero nos repite que por favor lo volvamos a traer. El muchacho se sienta en la moto en medio de nosotros y cuando llegamos al otro rancho grita el nombre de su padre. Su hermana (Juliana de 14 años) sale y le dice que los papás no están, que se fueron a Florencia porque Jairo estaba enfermo. Chencho con el arma en la mano entró y registró la casa.
Ya afuera de la casa los niños nos preguntaron cuál era el mensaje que les traíamos a los padres. Chencho les manifestó que de parte de la guerrilla necesitaban a Jairo y a su esposa para arreglar un problema de tierras, a lo que la niña de 14 años nos responde que ese problema era con vecinos que querían adueñarse de sus terrenos y que no entendía por qué a la gente mala no le decían nada. La misma niña nos dijo que iba a bajar a llamar a su papá, pero Chencho le dijo que más bien nos anotara el celular.
“Dentro de la vivienda había una señora de edad que era enferma, no se le entendía nada de lo que decía y estaba sentada en una silla arropada con una cobija, parecía cuadripléjica y solo pronunciaba ‘Nana, Nana, Nana’. Yo le dije a la niña que si la señora le estaba pidiendo algo, que se lo diera, pero ella me contestó que siempre que la mamá no estaba se la pasaba llamándola ‘Nana, Nana, Nana’.
“Chencho se puso a acariciar un ternero que los niños le dijeron que era muy mansito y después de un rato, susurrándome me dijo que estaba haciendo mucho frío y que como los viejos no estaban, entonces matáramos a todos los muchachos para poder cobrarle la plata a la viejita Luzmila. Él los hizo entrar y les dijo que se acostaran boca abajo, cuando se acostaron en la cama les dijo que ahí no, que en el suelo boca abajo y en la pieza del fondo, acomodándose uno cerca del otro.
“Ahí los maté, empezando por el mayor porque él estaba en la orilla, pegándoles yo de a un tiro a cada uno así como estaban acomodados en el suelo. Primero el de 17, luego el de 12, después la de 10 y de último el de 4. La niña de 14 años estaba con Chencho en una piecita al lado de la señora discapacitada y yo me fui para allá, pensando que los otros cuatro ya estaban muertos. En ese momento me doy cuenta que el niño de 12 años (Pablo Vanegas) estaba saltando por la ventana, sin poder yo alcanzarlo para cogerlo. Igual no me preocupé porque creí que no le quedaban muchos minutos de vida.
“Con Chencho trajimos a la niña de 14 años, ella intentó desnudarse y me dijo que hiciera con ella lo que quisiera, pero que no la matara. Finalmente se acostó encima de los otros niños y al hacerlo le movió la capucha de la chaqueta al más chiquito y le tapó la cara. Chencho me dijo ‘mátala’, mientras empacaba el computador que tenían. Luego de hacerlo vi que el niño de 17 años estaba todavía respirando y ahí le pegué otro tiro y salí de la casa. Chencho salió con el bolso terciado en la espalda y adentro llevaba el computador. Cogió un tizón y escribió en el suelo la palabra FAC. Yo creo que quiso escribir Farc pero como casi no tiene estudio, no sabe escribir bien. Luego envolvimos los revólveres en unas medias, los guardamos en el baúl y nos fuimos a toda velocidad.
“Chencho es el novio de mi hijastra Yudi, lo conozco desde finales del año pasado y le dije que me ayudara en la vuelta porque él hace de todo. También quiero decir que él tiene esa habilidad de liderazgo porque estuvo en las autodefensas de los Llanos Orientales, y llegó a ser uno de los hombres de confianza de Cuchillo. Me dijo que él hacía las labores de caletero, cobraba vacunas y que mataba y despedazaba personas porque muchos de sus compañeros no eran capaces de hacerlo. También me comentó que acá en Florencia el año pasado había matado varias personas en los barrios Idema y Ciudadela Habitacional Siglo XXl.
“Al otro día después de matar a los niños Vanegas, el 5 de febrero a las 8:30 de la mañana fui con mi mujer a una cafetería en el barrio el Raicero. Como a las 9 llegó Jáiner. Yo le devuelvo el revólver calibre 38 que no usamos. Él lo guardó en el canguro. Cuando le iba a devolver la 32, con la que maté a los niños, él me dijo que me quedara con ella y la vendiera en 600.000 pesos o la empeñara. Yo no la vendí y se la di a Chencho. Cuando estábamos ahí llegó un muchacho de unos 20 años que según me dijo Jáiner era hermano de Édison y me entregó los 500.000 pesos. Por la tarde Jáiner me llamó otra vez y me dijo que en el periódico estaba la placa de la moto y que tenía que desaparecerla. Yo busco a Chencho y desguazamos y enterramos las partes de la moto en el patio de mi casa. Después de eso todos quedamos tranquilos”.
En el resto de su maquiavélica confesión ante las autoridades, el Desalmado contó que los niños Vanegas no habían sido sus primeras víctimas. Por varios asesinatos estuvo entrando y saliendo de prisión durante años. Ahora, tal vez, el Desalmado y sus cómplices pagarán por el crimen que indignó a todo un país.