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LA CONSPIRACION NOVEMBRINA

Rebelión directa contra Barco e indirecta contra Turbay, cambia drásticamente el panorama liberal.

19 de diciembre de 1988

Con voz pausada y tono solemne, el ex presidente Julio César Turbay Ayala, jefe único del Partido Liberal, invitó a "la honorable junta de parlamentarios a aclamar el nombre del doctor Victor Mosquera Chaux como Designado a la Presidencia de la República". Eran poco más de las 12:30 del día del miércoles 16 y para el ex mandatario y los dos directores alternos del partido, presidentes de Senado y Cámara, Ancízar López y José Francisco Jattin, lo que debía venir era una tranquila sesión, con salvas de aplausos y vivas a Mosquera.

Pero para su sorpresa, el senador antioqueño Bernardo Guerra pidió al ex presidente una interpelación. Acto seguido, se declaró vocero de un grupo de senadores que consideraban que la elección de Designado era una oportunidad para que "otra gente, del propio Parlamento, en iguales derechos y condiciones, abra otros horizontes". De inmediato, postuló el nombre del caldense Víctor Renán Barco, a quien calificó como "el mejor senador de la República". Y había más: otros parlamentarios aplaudieron y pidieron la palabra para respaldar la propuesta de Guerra. Pero todavía en esos momentos, Turbay no parecía tener en claro las dimensiones del problema. Elogió las cualidades de los dos candidatos "que están sobre el tapete", pero recordó a los congresistas que el buen juicio indicaba que lo mejor era obedecer la seña del presidente Virgilio Barco, quien semanas atrás había dejado en claro que bendecía el nombre de Mosquera.

Sin embargo, mencionar a Barco fue como invocar al diablo en misa. Todos querían una oportunidad para hablar, o mejor, para quejarse. Y las quejas desfilaron y fueron desde el olvido en que "el gobierno tiene al partido de gobierno", hasta la falta de acceso a los ministros, los arreglos "a puerta cerrada" y las imposiciones en cuanto a la Reforma Constitucional y la Designatura.

Para ese momento, Turbay ya tenía claro a qué se estaba enfrentando. "'Es evidente que tenemos una crisis que no debemos ni tenemos que ocultar", señaló. "No voy a tratar de presionar a nadie para que vote contra su conciencia, pues faltaría a mis principios liberales y democráticos", agregó antes de sugerir que se entrara a dialogar durante un receso. No le era fácil hablar. Había continuas interrupciones y el ambiente era de agitación. Estaba claro que los parlamentarios tampoco querían el receso. Muchos comenzaron a golpear las curules del recinto de la Cámara, y a pedir en coro "votación, votación". El ex presidente se estremeció. Que no aclamaran a Mosquera era ya bastante, pero que ni siquiera acogieran su propuesta de receso, era demasiado.
"No entendería otra actitud de desacato en esta nueva petición. Cordialmente y sin apremios, los invitó al receso", insistió. El receso no fue inmediato. Hubo nuevas intervenciones, la lectura de una carta del presidente Barco, el anuncio del acuerdo con el senador Luis Carlos Galán y otros episodios que redondearon más de dos horas y media de tensiones, al final de los cuales Turbay volvió a sugerir el receso, logrando esta vez que se levantara la sesión.

La noche novembrina
Cuando los periodistas que cubren el Congreso comenzaron a indagar entre los parlamentarios qué era lo que había sucedido, fueron descorriendo el velo de un complot que se había fraguado la noche anterior. Al caer la tarde del martes, muchos teléfonos resonaron en las oficinas de los diferentes congresistas. Había mucho descontento. Al mediodía, durante la sesión de la Comisión Primera del Senado, que estudia el proyecto de Reforma Constitucional, el senador Hernando Durán Dussán, ponente de la iniciativa, "hizo saltar--en opinión de un parlamentario cercano al contralor Rodolfo González y a su grupo- la primera chispa, al precipitar una votación sobre el espinoso tema del Tribunal de Cuentas que, según el proyecto, debe reemplazar a la Contraloría, después de haber lanzado una feroz e innecesaria diatriba contra esa entidad". Horas después, se conoció la decisión tomada por el ex presidente Turbay, "sugerida -según la misma fuente- en una desafortunada carta de los presidentes de Senado y Cámara y directores alternos del partido", para que no se llevara a cabo la elección en la junta de parlamentarios, de la Comisión Política Central. Lo primero, seguramente sólo disgustó al fuerte grupo de la Contraloría. Pero lo segundo, es claro que exasperó los ánimos de la inmensa mayoría de los congresistas. Con el régimen de jefatura única, la única posibilidad que tienen los parlamentarios de participar, aunque sea en parte en las decisiones del partido, es a través de la CPC, y negársela no les podía gustar.

Por eso, no fue difícil que varios de los líderes de la bancada liberal--que rara vez se ponen de acuerdo en algo-- coincidieran en la noche del martes, en pasar a la ofensiva. En la suite del senador Guerra en Residencias Tequendama, se reunieron con él sus colegas Ernesto Samper y Alberto Santofimio. Al final de la charla Guerra --disgustado por cuestiones burocráticas de Antioquia, lo mismo que Santofimio lo ha estado por cuestiones burocráticas del Tolima, y Samper, por el poco caso que le han hecho a sus críticas contra la política económica- estaba convencido de lanzar el nombre de Víctor Renán Barco para la Designatura. Ese nombre ya había sido mencionado en los días previos a la Convención de agosto en Cartagena, pero nadie le había puesto muchas bolas, pensando que la seña presidencial hacia Mosquera había zanjado la cuestión.

En el curso de la noche, las consultas telefónicas continuaron. El respaldo al nombre de Víctor R. Barco fue creciendo rápidamente. No sólo por el consenso existente entre parlamentarios y conocedores, de que es la estrella del Congreso, sino por un hecho adicional: al ser uno de los pocos políticos importantes que definitivamente no tienen ninguna aspiración presidencial, elegirlo Designado no puede determinar darle un impulso que haga peligrar las aspiraciones de quienes sí están en la carrera por la candidatura. Por su gran prestigio y por ser, en cierto modo, inofensivo, el senador caldense era el indicado para protagonizar la jugada.

A la mañana siguiente, los conspiradores se levantaron temprano. Hubo varios desayunos en los que se ultimaron detalles. El primero, convencer a Barco López de que aceptara. Al principio, se mostró reacio. Temía quemarse en el episodio. Estaba seguro de que si asistía a la junta de parlamentarios, tendría que declinar la postulación que le hiciera Guerra. Con el temor de que esto pudiera suceder, los organizadores de la maniobra encargaron a un pequeño grupo de congresistas, de distraerlo mientras se iniciaba la junta al mediodía.

Pero había un asunto más complejo de resolver. Teniendo en cuenta que la operación que estaba en marcha, era sobre todo un acto de protesta contra el presidente Barco y su gobierno, se necesitaba evitar que fuera interpretada como desacato a la jefatura única del ex presidente Turbay. ¿Cómo hacerlo? Había que informarlo de lo que se estaba cocinando. Según algunas versiones, en uno de los desayunos, el senador Samper quedó encargado de comunicarle todo al ex presidente. Samper asegura que lo buscó y no lo pudo encontrar antes de que llegara al recinto. Lo único claro es que Turbay nunca supo, antes de la junta, que el volcán liberal estaba a punto de estallar.

Las raíces de la ira
Pero independientemente de todos estos detalles, ¿cuáles fueron las verdaderas causas de semejante rebelión? Sin duda alguna, el profundo descontento en el Congreso con el gobierno de Barco. Un descontento que tiene varias facetas: las infaltables cuestiones burocráticas, la incomunicación con los ministros, las decisiones impuestas en vez de ser consultadas, etc. Todas ellas fueron la pólvora que estalló debido a las dos chispas del martes: la votación de la reforma a la Contraloría en la Comisión Primera del Senado, y la decisión de que no se eligiera a la CPC.

Aparte de lo anterior, hay dos hechos que se agregaban y alimentaban la hoguera. El primero, que Mosquera es uno de los aspirantes a la candidatura, y reelegirlo como Designado podría significar darle un empujón para el 90, lo que no estaban dispuestos a patrocinar otros aspirantes, como Samper y Santofimio. El segundo, algo que venía disgustando profundamente a la bancada liberal: el hecho de que las negociaciones sobre la Reforma Constitucional hubieran sido hechas a puerta cerrada, entre Barco, el ministro de Gobierno César Gaviria, el ex presidente Turbay y el jefe conservador Misael Pastrana. Este último obtuvo en esas negociaciones, según los parlamentarios liberales, todo lo que quiso. "Fue una verdadera entrega a Pastrana --comentó a SEMANA un senador santandereano-- y esa entrega se dio sin que el alma del partido, que somos los congresistas, fuéramos consultados".

Una vez explicadas las razones de la insatisfacción de la bancada liberal y una vez en claro que la rebelión iba dirigida contra el Presidente y el gobierno, cabe de todas maneras preguntarse: ¿Cómo afecta al ex presidente Turbay? Sin duda alguna, el ex mandatario pasó el miércoles un mal rato, inmortalizado por la foto del diario conservador La Prensa, en la que Turbay aparece de pie, en la mesa directiva del salón elíptico, tratando de apaciguar los ánimos. La interpetación de Guerra puede considerarse casi una humillación para el ex presidente. Sobre todo porque significaba que el jefe único ni siquiera había sido informado de lo que los principales electores del partido (Samper, Santofimio, el grupo de la Contraloría y algunos caciques regionales) habían preparado para evitar la reelección de Mosquera. Más allá de los malentendidos y de las verdaderas razones que pueden explicar por qué Turbay no se enteró previamente de la conspiración, el hecho es que la escena que el país vio fue la de una encerrona, entre cuyas víctimas quedó incluido Turbay. Y no porque exista mayor antiturbayismo por parte de los conspiradores. Con excepción de la cuota de responsabilidad que le pueda caber al ex mandatario en la llamada "entrega a Pastrana", los congresistas liberales le reconocen que ha hecho todo lo posible por poner orden en el partido y en las relaciones de éste con el gobierno. Sin embargo, no hay duda de que los conspiradores, aparte de darle un tate-quieto a Barco, deseaban enviarle un mensaje a Turbay: el partido es diferente al que el ex mandatario conoció cuando gobernó al país, y para ejercer la jefatura única, hay que tener en cuenta a los coroneles, particularmente al "coronel" Rodolfo González, quién se consolidó como la fuerza decisoria clave para 1990.

La conspiración de los coroneles no fue la única sorpresa política de la semana. El viernes en la tarde, en la sesión de la Comisión Primera del Senado que estudia la Reforma, habría de ser aprobada inicialmente, en forma casi inadvertida, una medida que podría tener para el 90 más implicaciones que la crisis liberal que estalló dos días antes: la prohibición de la reelección convertida en norma constitucional. El "no" a la reelección es un tema que se ha agitado siempre, pero cada vez que se planteaba la posibilidad de volverlo norma constitucional, se hacía con la salvedad de que la prohibición no cubriría a los ex presidentes vivos, sino a quienes adquirieran esa posición después de expedida la norma. Hay ocho ex presidentes en Colombia, de los cuales uno, Víctor Mosquera, es precandidato a la Presidencia, y otros dos Turbay y Pastrana, sin ser precandidatos, tienen serias posibilidades de ser candidatos en el 90. Hasta el viernes por la noche, era casi seguro que el candidato liberal iba a ser escogido entre Turbay, Durán y Galán, y el conservador, entre Pastrana y el ex canciller Rodrigo Lloreda. Las implicaciones de descartarlos son enormes, sobre todo para el Partido Conservador. Pastrana, aunque no aspira, era al fin y al cabo la persona con más posibilidades de ganar el poder para ese partido en el 90. Y para un partido minoritario, perder su principal carta ganadora no es cualquier bobería. Turbay, a pesar de que tampoco está buscando la candidatura, era considerado por muchos como una opción válida en caso de que se agudicen las luchas entre las facciones liberales. Además de esto, su imagen de hombre duro y militarista, no va en contravía del sentimiento popular en este momento. En estas circunstancias, si era considerado una falta de cortesía no haberlo informado de la candidatura a Designado de Víctor Renán Barco, introducir repentinamente en la Reforma una medida que lo saca del juego para el 90, puede ser considerado demasiado manoseo.--

Habla Guerra
La crisis en el seno del Partido Liberal, que estalló la semana pasada, vivió su clímax cuando el senador antioqueño Bernardo Guerra Serna, guerrero de vieja data, interpeló en la junta de parlamentarios el miércoles al mediodía en el Capitolio, al ex presidente y jefe único del partido, Julio Cesar Turbay, para rechazar la aclamación del nombre del embajador en Washington, Víctor Mosquera Chaux, como Designado a la Presidencia. SEMANA entrevistó a Guerra y estos son los principales apartes del diálogo:
SEMANA: Aparece usted el miércoles como líder de un sindicato en rebelión contra el gobierno del presidente Virgilio Barco. ¿Cuáles son los móviles de esa rebelión?
BERNARDO GUERRA SERNA: Esa es una interpretación malintencionada que no debe prosperar. Sólo planteé el derecho del Congreso a elegir soberanamente al Designado. Mi postulación, a nombre de muchos de mis colegas, del nombre del senador Víctor Renán Barco, no es un hecho sin precedentes. Es bueno recordar lo que sucedió en dos ocasiones bajo la presidencia del propio doctor Turbay: en 1978, el llamado candidato del gobierno fue Abelardo Forero, y el Congreso aclamó a Gustavo Balcázar; y en 1980, el candidato del gobierno fue Jorge Mario Eastman, y por un sólo voto lo venció Víctor Mosquera. Entonces, ¿a qué tanto escándalo?. . .

S:... a que el problema va más allá de la cuestión de la Designatura y parece estar relacionado más bien con los problemas del Partido Liberal con el gobierno.

B.G.S.: Esa es otra cosa. Es un hecho que muchos parlamentarios expresaron abiertamente en esa junta, su inconformidad por el trato que reciben por parte de ciertos sectores del gobierno. Y para eso son las juntas de parlamentarios, que deben servir para tomarle el pulso al país escuchando las voces de las regiones, estudiar las críticas y subsanar las fallas que el gobierno encuentre que tiene.

S.: Pero sea como fuere, quedó en claro que no hay disciplina de partido. Y muchos se preguntan, ¿no fue para eso que ustedes eligieron jefe único al ex presidente Turbay?
B.G.S.: Lo que pasa es que actuar liberalmente como que asusta a muchos "liberales" que quieren ver desacato donde sólo hay libre examen o sana crítica. En Colombía, lamentablemente, viene haciendo carrera la tesis de que si alguna idea surge de conciliábulo de poderosos, es sana y productiva. Pero si surge de la base o de los obreros de la democracia, es simple indisciplina. En síntesis, la jefatura del doctor Turbay es acertada y acatada, y él sabe cuándo hay equivocaciones y cómo superarlas.

S.: Pero volviendo a lo de la Designatura, asunto que quedó aplazado, ¿qué tienen ustedes en contra del doctor Víctor Mosquera?
B.G.S.: Nada. A él la colectividad le ha conferido, con mi participación estos honores en el pasado. Nadie discute sus méritos, pero en lo partidos democráticos, las dignidades, los honores y las responsabilidades deben llegar a un número cada vez mayor de hombres. Y mi partido tiene hoy luchadores, como el doctor Víctor Renán Barco, que pueden y deben estar donde el doctor Mosquera ya estuvo.