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La democracia en el exilio

La ilusión de que Colombia cambie su cruda realidad y el sueño de poder volver a vivir en la patria fueron el motor para que centenares de colombianos votaran masivamente en la capital de España.

11 de marzo de 2002

Por Rodrigo París Rojas*

Apenas cuando el sol empezaba a estirar sus brazos de luz sobre Madrid, para dar inicio a un nuevo día, algunos de los colombianos que residen en esta urbe española, llenos de energía preguntaban con la expectativa que normalmente genera una jornada electoral: ¿ cómo hacemos para llegar al consulado ? Con una mezcla de cansancio producido por una fiesta que debió prolongarse hasta esas horas, pero a la vez con altas dosis de ánimo por ir a ejercer el derecho de voto, los primeros compatriotas vislumbraban a lo lejos la bandera colombiana que nos identificaba con esa patria que se ve tan lejos pero que se siente tan cerca cuando se vive en el exterior.

Una organización logística dispuesta en dos de los pisos de la sede consular en Madrid, diez mesas de votación, funcionarios y voluntarios estaban preparados para atender y ayudar a cerca de 3.600 colombianos inscritos y previstos para que votaran en esta jornada electoral.

Algunos policías españoles se encontraban apostados cerca de la entrada de la sede diplomática como instrumento preventivo ante cualquier disturbio o problema que se presentara, y bajo sus gorras se podía ver una mirada de incomprensión y recelo por lo que empezaban a observar.

Con el pasar de los minutos el híbrido social de Colombia empezó a dejarse ver en la Calle Carbonero y Sol donde se encuentra ubicado la misión consular. Jóvenes, viejos, parejas, solteros, aristócratas criollos o humildes inmigrantes iban haciendo su aparición, buscaban su número de cédula en los listados y votaban en la mesa respectiva.

Junto a ellos, no tardaban en llegar algunos de los candidatos a la Cámara de Representantes, que se mostraban como opción desde una figura novedosa en nuestro sistema electoral: la circunscripción especial para colombianos en el exterior. Guardando las distancias debidas, instalaban su toldo proselitista a unos metros del consulado, engalanando la calle de banderas colombianas y con la ilusión de empezar a trabajar en la caza de esos colombianos indecisos que antes de votar no saben por quién hacerlo.

Alvaro Zuleta era uno de ellos. Este profesor de origen campesino y que viera la luz de la vida en Risaralda (Caldas) llegó a Madrid hace 11 años. Con las siguientes palabras defendía tajantemente su candidatura: "Es bueno encontrar posibilidades de solidaridad para Colombia desde afuera, más aún con la tranquilidad de que no seré asesinado por ideas".

Para estas horas de la mañana, los españoles que viven en este barrio de corte residencial salían de sus casas a dar un paseo dominical, o simplemente pasaban en sus carros con rumbo hacia algún lugar para aprovechar el día. Sus rostros mostraban rasgos de sorpresa y en algunos casos molestia, por no poder identificar la nación que estaba un proceso electoral decisorio para su futuro.

En las mesas de votación se subrayaban poco a poco los números de cédulas de votantes que habían asistido. Algunos de los electores votaban rápidamente, mientras que otros parecían extraviarse entre fotos, números y nombres de desconocidos candidatos que abundan siempre en los tarjetones.

Y es que en el exilio, la posibilidad de recibir información sobre candidatos disminuye considerablemente, más aún cuando para estas elecciones se multiplicaron exponencialmente las listas de candidatos para ambas cámaras. El recurso de Internet se convirtió así en un salvavidas, pero no se debe olvidar que tener acceso a este servicio cuando se es inmigrante, también es un privilegio.

En muchos casos como el de Jorge Hurtado que vive en Madrid desde hace 15 años, al no poder usar Internet, debió conformarse con los consejos telefónicos que desde Medellín recibía por parte de sus familiares y amigos. En otros casos, la influencia de los crecientes líderes populares que ya existen entre los colombianos inmigrantes, fue de vital ayuda para la decisión del voto.

La mañana transcurría. La temperatura daba señas de una primavera cada vez más cercana. Varios niños ondeaban banderas y corrían a lo largo de la calle alrededor de la cual se desarrollaba el proceso electoral. Un grupo de mujeres animosas ubicadas en una esquina gritaban: "Se vive, se siente, Colombia está presente". Decenas de compatriotas ya habían encontrado su ubicación en la calle para debatir sobre política, tomar un poco el sol, o simplemente pasar el tiempo viendo a quienes entraban y salían constantemente del recinto diplomático

Colombia estaba en Madrid. Un "microcosmos" de nuestra sociedad, de nuestra cultura, de nuestras regiones se podía ver claramente a lo largo de la calle Carbonero y Sol. La gran diferencia es que nadie estaba preocupado por actos violentos que empañaran los comicios. Ni siquiera se presentó una riña entre manifestantes de los diferentes movimientos que allí se encontraban. Los policías españoles, más que sentir el calor sobre sus uniformes, sentían tedio ante la falta de acción, al ver cómo se desdibujaba ante ellos la imagen gris y oscura que se tiene sobre los colombianos, y se consolidaba una realidad avasallante: los colombianos estaban votando en paz y sin problemas.

Así como los votos iban cayendo uno a uno en las urnas, así también la arena que describe el paso del tiempo. Colombianos ilustres, periodistas, empresarios, religiosas, estudiantes, obreros, trabajadores de bares y restaurantes, etcétera, iban desfilando como parte de una amalgama étnica, cultural y porqué no, democrática. La satisfacción del deber electoral cumplido aparecía en el rostro de cada uno de estos compatriotas. Los sueños por ver una Colombia diferente daban un paso más hacia la realidad. Se oían voces de líderes populares que decían: "En el fondo de nuestro corazón todo inmigrante colombiano quiere volver al país; soñamos con regresar a un país en paz, no a un país en guerra".

Cuando el reloj marcó las 4 de la tarde en España y el sol apenas empezaba a bajar su intensidad, las votaciones se cerraron. Era hora de realizar el conteo y enviar los datos a Colombia. El exilio de centenares de compatriotas no había sido impedimento, sino por el contrario se había convertido en una gran motivación para votar, para renovar nuestra resquebrajada democracia, para darle un impulso a las agrietadas esperanzas que a diario nos acompañan; en suma, para sentirnos más cerca de Colombia a pesar de la distancia que nos separa de la añorada patria.

*Corresponsal de Semana en Madrid