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La generación desencantada

Los jóvenes son los más afectados por la crisis. ¿Qué piensan y qué sienten frente al país que les tocó?

1 de abril de 2002

Partir, huir a otra parte, salvarse a si mismo. Esa es la esperanza que aún les queda a muchos jóvenes colombianos que se resisten a la idea de hundirse con sus ilusiones porque el país no les ofrece lo que habían pensado conquistar.

Y no es que sea una juventud particularmente ambiciosa. Crecer, educarse, trabajar, reproducirse y morir es su plan de vida, el ciclo normal de un joven en cualquier rincón del planeta. La mayoría de jóvenes colombianos no forman parte de la generación dot-com. No sueñan con recorrer el mundo, ni estudiar en Harvard, ni superar la fortuna de sus papás en los primeros cinco años.

Salvo algunas excepciones, jóvenes de clases media y alta aspiran a una educación universitaria y a un trabajo posterior que les permita independizarse de sus familias y conformar una propia. Los muchachos de menores recursos aspiran a una formación técnica o por lo menos a un trabajo que les permita insertarse en la sociedad.

No piden mucho y sus expectativas son coherentes con lo que el país les ofrecía pues la economía colombiana no sufrió grandes reveses durante los últimos 70 años y mal que bien respondía a ese plan de vida que muchos creían que tenían garantizado.

Pero vino la crisis económica, la más dura de las últimas décadas, y de un momento a otro el futuro que los jóvenes daban por sentado se esfumó.

Los estudios más recientes de Fedesarrollo demuestran que entre los jóvenes la tasa de desempleo no sólo se duplicó entre 1994 y 2000 sino que dobla la del resto de la población. Agravándose aún más entre los más pobres y las mujeres. En efecto, por cada tres jóvenes en edad de trabajar hay uno buscando puesto.

En el campo de la educación el panorama no es más alentador. Muchos jóvenes estudiantes se lanzaron al mercado laboral a conseguir empleo para compensar la caída de los ingresos del hogar. La más reciente Encuesta Social de Fedesarrollo muestra que en el 12 por ciento de los hogares afectados por el desempleo al menos un miembro tuvo que abandonar sus estudios por razones económicas. De esta forma decreció la tasa de asistencia escolar que venía en ascenso desde 1990 hasta 1997, una consecuencia muy grave de la recesión pues las experiencias internacionales señalan que muchos de los jóvenes que abandonan sus estudios en épocas de crisis no retornan a las aulas cuando viene la recuperación.

Es el caso de Juan Carlos Usuga, un joven emprendedor de 21 años de Murindó, Antioquia, quien tuvo que abandonar su carrera de administración ambiental cuando su madre perdió el puesto como maestra. Aunque en un principio Usuga consiguió un cargo como administrador de bodegas, muy pronto quedó nuevamente cesante y sin muchas esperanzas de reingresar a la universidad.

La vida íntima de los jóvenes también se ha visto trastornada. Muchos han postergado sus planes de independizarse, de casarse, de conformar una familia. María Camila Acosta, estudiante de arquitectura de la Universidad de los Andes, dice, por ejemplo, que ya les dijo a sus papás que se va a quedar con ellos “hasta que me case o hasta que me muera”. Ese miedo a arriesgarse a proyectos independientes es compartido por la mayoría de jóvenes entrevistados por SEMANA para este especial.

Pero quizás la consecuencia más dramática de esta situación es la que concierne a los jóvenes de las zonas rurales que se quedaron cuando niños por fuera del sistema formal o que simplemente se gradúan de bachilleres a no hacer nada porque en la mayoría de pueblos no hay nada para hacer. La única alternativa real y concreta que se les ofrece es un arma y un discurso de futuro: la revolución o la contrarrevolución, la guerrilla o los paras, poco importa. Les importa el tiquete de salida a alguna parte donde pase algo, así sea lo último que les pase.

Para ellos es el monte la “otra parte”. Para los más afortunados es Miami, Nueva York o Madrid. Aunque después del 11 de septiembre y con las crecientes restricciones para otorgar visa a colombianos ese futuro también comienza a enredarse. Nicolás Hernández, recién egresado de gobierno y relaciones internacionales de la Universidad Externado, cuenta que de un grupo de ocho amigos sólo quedan tres acá. “Es un grupo de gente que no era superbilingüe ni nada de eso pero llega el momento en que dicen, hay mejores oportunidades en otra parte, afirma Hernández, de 22 años. Pero la experiencia de trabajar es bien dura porque hay gente que se gradúa aquí de profesional y prefiere ser aunque sea mesero allá y ganar más que sentarse aquí a ver qué encuentra”. Hernández, sin embargo, intentará quedarse en Colombia una vez reciba su grado. Dice que le gustaría trabajar en el sector público distrital. “Lo que hizo Peñalosa me hizo creer que es posible hacer cosas en la ciudad y que la situación puede mejorar”, dice este idealista, que aún quedan varios entre los jóvenes.

Y es que los hombres y las mujeres que entran al mundo adulto encuentran muy pocos espacios donde innovar y aportar una visión diferente de hacer las cosas. “Les toca un mundo supremamente atrasado. Si el futuro lo diseña el ‘Mono Jojoy’ o un representante de la clase política tradicional, los jóvenes dicen: ‘yo no quepo”, afirma John Sudarsky, investigador del tema de capital social. Agrega que los jóvenes son mucho más modernos y más globalizados que el mundo que les tocó vivir.

Esta generación es fruto de la gran expansión educativa que tuvo Colombia en la década pasada, es la primera que no tiene raíces rurales pues sus padres son totalmente citadinos y además tienen el mundo en la punta de los dedos por Internet o CNN. “Esta generación tiene muchos símbolos nuevos de la cultura universal. Por eso si el país lograra salir pronto de esta crisis Colombia pegaría un salto enorme hacia internacionalizarse”, opina Eduardo Aldana, profesor de la Universidad de los Andes y uno de los miembros de la Comisión de Sabios creada por el presidente César Gaviria.

Como en todas las épocas la esperanza siempre está puesta en los jóvenes de una sociedad. El problema de Colombia es que si la guerra se agrava, si la economía no despega, si la corrupción sigue rampante los jóvenes se irán del país a echar raíces en otra parte. En una parte donde puedan florecer.