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A pesar de que la erradicación de los cultivos ilícitos aún no ha logrado todos los resultados esperados, el gobierno de Estados Unidos sigue firme con la ayuda a Colombia, como lo manifestó el subsecretario de Estado, Thomas Shannon

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La gran paradoja

El Plan Colombia puede ser, a la vez, un fracaso para Estados Unidos y un éxito para Colombia.

26 de agosto de 2006

Desde su primer esbozo, el Plan Colombia siempre ha sido visto más como una iniciativa estadounidense que colombiana. Tal vez porque fue redactado primero en inglés. O porque la estrategia nació de conversaciones en Washington sobre cómo lograr que el Congreso de Estados Unidos aprobara un incremento sustancial en la ayuda a Colombia. Aunque el gobierno del entonces presidente Andrés Pastrana lo adoptó en 2000 como una parte integral de su programa de gobierno, ante la opinión pública el plan nunca dejó su calidad de made in USA. Aún hoy, los análisis de lo bueno, lo malo y lo feo de la estrategia tienden a verse desde la óptica de los gringos. En otras palabras, la lucha contra el narcotráfico, la erradicación de cultivos ilícitos y en particular la disponibilidad y el precio de la cocaína en las calles norteamericanas.

Según datos oficiales recopilados por The New York Times, en esos tres temas el plan deja mucho que desear: la producción de cocaína está en los mismos niveles de mediados de los 90, los cultivos de coca en Colombia están iguales que en 2000 y la pureza de la droga que se vende en Estados Unidos demostraría que no hay problemas de oferta. ¿Para nada sirvieron, entonces, los 4.400 millones de dólares del presupuesto de Washington invertidos en Colombia en los últimos seis años? Depende de cuál lado del charco se mira. Para un congresista de Iowa que nunca ha salido de Estados Unidos, que considera a Florida una nación foránea y que aprobó esa ayuda porque pensaba que con ella se acababa la droga, la respuesta es, obviamente, sí. Esa platica se perdió.

¿Pero ese era el objetivo primordial del Plan Colombia? No. En 1999, cuando se ideó la estrategia, la preocupación iba mucho más allá del incremento acelerado de cultivos de coca -de 36.000 hectáreas en 1994 a 168.000-. Era apenas un síntoma de un mal mayor. Aunque hoy parezca increíble, en varios círculos de poder de Washington se discutía sobre la supervivencia del Estado colombiano. Las Farc parecían imparables, gracias a las finanzas del narcotráfico y su control sobre grandes áreas de Colombia. El país era considerado un factor de inestabilidad en la región.

Por eso es diciente la reacción del gobierno norteamericano al informe de The New York Times. "Hay diferencias profundas y sorprendentes entre la Colombia de hace cinco años y la Colombia de ahora, como la capacidad del Estado colombiano de proyectarse sobre el territorio nacional -dijo el subsecretario de Estado, Thomas Shannon, encargado de las relaciones con América Latina-.Cambios en cuanto a la confianza de los colombianos en sí mismos, en su capacidad de hacer negocios, de viajar por las rutas nacionales e incluso el grado en que Colombia ha aumentado su rol en la región".

Si bien es discutible cuántos de estos resultados se debieron a la política de seguridad democrática y cuántos a Estados Unidos, es innegable que la ayuda militar y antidroga estadounidense cambió el campo de batalla con las Farc. En especial, la asistencia norteamericana en entrenamiento, inteligencia, helicópteros, combustible y equipo se ha traducido en poder aéreo y una mayor movilidad. Aunque ésta representa apenas el 7 por ciento del presupuesto del Ministerio de Defensa, ha sido y sigue siendo vital para operaciones y logística, como lo confirmó un alto funcionario colombiano a SEMANA.

Por algo el presidente Álvaro Uribe ha solicitado un Plan Colombia II a Estados Unidos a todo taco: helicópteros, helicópteros y helicópteros, para empezar. Irónicamente, los positivos resultados estratégicos del primer plan pueden ir en contra de esa petición. Ya el mismo gobierno norteamericano ha anunciado que espera que en un futuro no muy lejano Colombia asuma muchos de esos gastos. Contenida la amenaza de inestabilidad, el debate podría volver sobre lo de siempre: la reducción de la oferta de la droga. Habrá que ver cómo se interpretará esta nueva realidad en el Congreso estadounidense, donde priman más las necesidades locales que los problemas de un país que muchos legisladores todavía escriben 'Columbia'.