Home

Nación

Artículo

LA GUERRA EN LAS CIUDADES

En Bogotá se multiplican los cadáveres de policías, guerrilleros y transeuntes que no eran de la guerra

24 de marzo de 1986

Los muertos ya no son sólo en las montañas del Cauca, sino también en los barrios de Bogotá. En un mes, ocho policías y otros tantos sospechosos de pertenecer a la subversión. Los éxodos de gente que huye de la militarización no se presentan sólo, en Urabá y el Magdalena Medio, sino también en el corazón de la capital del país. Esta semana, un centenar de pobladores del suroriente se tomó el Noticiero de las Siete para denunciar allanamientos y atropellos. La prensa titula: "Varios choques con la guerrilla en Bogotá". El fenómeno no es nuevo, pero está recrudeciéndose: la guerrilla, sin dejar de ser rural, ha vuelto a ser urbana.
El suroriente de Bogotá es, como el distrito de Aguablanca en Cali donde la lucha antisubversiva alcanzó a fines del año proporciones de verdadera guerra, un caldo de cultivo para la subversión. Hace un par de años eran baldíos despoblados, donde cientos de familias destechadas procedentes de todo el país empezaron a ocupar predios y a levantar viviendas de cartón y tela asfáltica: ni ellos mismos las llaman casas, sino "casetas" o "rancheras". De acuerdo con datos de Planeación Distrital las invasiones cubren hoy una zona de 1.400 hectáreas, en cada hectárea hay unos 60 lotes y en la caseta construida en cada lote se alberga una familia de cinco o seis personas, para un total de 453 mil habitantes catalogados en la estratificación social 1 y 2, que son las de mayor miseria que contemplan las normas estadísticas. Sin agua, sin luz, sin alcantarillado, sin transporte, sin escuelas. El primer acuerdo del Concejo distrital de este año consistió en legalizar estos asentamientos con el objeto de que hasta allá llegaran las empresas de servicios públicos. De inmediato, sin embargo, surgió una propietaria de los terrenos, que ahora se hallan plagados de demandas.
Pero antes que los abogados, había llegado al suroriente el M-19. En algunos de los cincuenta o sesenta barrios de la zona sus militantes organizaron, cuando todavía había tregua, "campamentos de paz", y sus nombres datan de esa época: Corinto Los Comuneros, El Triunfo. Rota la tregua, su actividad continuó. Así, el 30 de septiembre del año pasado un grupo se apoderó de un camión repartidor de leche para distribuir su carga entre la población, y en el subsiguiente choque con la Policía fueron muertos a tiros once jóvenes (ejecutados a sangre fría, según versiones de algunos testigos presenciales. La investigación que se abrió a raíz de estas denuncias no ha arrojado hasta ahora conclusiones). Desde entonces, todo el suroriente es considerado por las autoridades zona subversiva, y la militarización y los allanamientos son constantes.
Lo son también, por otra parte, las actividades del M-19: a principios de este mes asaltaron un camión con doce toneladas de teja de eternit y las repartieron entre la gente del barrio Villa Gloria para que reemplazara el cartón de sus viviendas. El día 9 un comando atacó a una radiopatrulla de la Policía, dando muerte al agente que conducía. Cuando su compañero consiguió refuerzos y éstos llegaron no hallaron subversivos, sino solamente consignas pintadas alusivas al comienzo de "la guerra en las ciudades". No hubo detenidos, pero más tarde apareció muerto un antiguo militante amnistiado del disuelto grupo guerrillero PLA, Víctor Infante Gutiérrez, conocido en la zona como "el Profe". Según sus familiares, Infante hacía campañas de alfabetización en los barrios y dictaba cursos de primeros auxilios. Según la Policía, cuando cayó (con un tiro en la sien) llevaba en un maletín abundante propaganda del M-19.
Ocho días más tarde, el domingo 16 de febrero, la Policía tuvo conocimiento de que el M-19 organizaba el lanzamiento público de su emisora clandestina, Macondo, en el barrio Corinto, en las faldas del páramo de Cruz Verde. Y en un operativo conjunto con el Ejército peinó la zona y detuvo a 18 presuntos guerrilleros entre ellos Iván Almarales Goenaga hijo del jefe del M-19 muerto en la toma del Palacio de Justicia. Almarales Goenaga, que estudiaba séptimo semestre de arquitectura en la Universidad Gran Colombia, se encontraba en el suroriente adelantando un trabajo de investigación urbana encargado por sus profesores, según declaraciones del decano de la Facultad. Dos compañeros de estudios que lo acompañaban, detenidos con él y dejada más tarde en libertad, no quisieron hacer declaraciones para SEMANA Tampoco las hizo la Policía de Bogatá, explicando que su comandante, el general González Puerto, se en contraba muy ocupado lidiando la alteración del orden público en la ciudad.
Además de los dieciocho detenidos hubo un muerto, el tenista profesional Julián Ospina Olmedo, que apareció con cinco tiros en la cabeza una herida de bayoneta en la ingle. El Juez 26 de Instrucción Criminal, que hizo el levantamiento del cadáver, dice que Ospina llevaba un fusil. Su hermana Carmenza (vivía con ella y con su madre, como "hijo de familia" de 48 años, en el tradicional barrio de La Candelaria) asegura con vehemencia que Ospina nunca supo manejar un arma y no tenía otra distinta de sus raquetas de tenis. Ella y su madre lo describen como un hombre timorato y sumamente temeroso de la Policía "por lo que resulta imposible que pudiera pertenecer a un grupo como el M-19". Según ellas, "no hacía más que jugar tenis y salir de rumba", y nunca había tenido militancia política de ninguna especie ni había votado en su vida, aunque para estas elecciones le había prometido a su madre que votaría por Barco. El diario El Espectador recogió la versión de una mujer que fue testigo presencial de su muerte: "El hombre fue ultimado cuando de rodillas y con los brazos en alto gritaba que no le dispararan", y eso concuerda, dice su hermana, con el terror que Ospina le tenía a la muerte. "Nos dijeron que no denunciáramos nada, porque como estamos en una guerra alguien podría perjudicarnos --dice la hermana del tenista. Pero así nos perjudiquen, como no tenemos nada que ocultar ni somos subversivos sino personas de bien, nos hemos dirigido a la Procuraduría, denunciando el asesinato de mi hermano".
Otros muertos de los últimos días, en cambio, sí tienen relaciones probadas con el M-19. Es el caso de Augusto Lara, uno de sus fundadores y dirigentes de importancia, cuyo cadáver con señales de tortura apareció hace tres semanas tirado en el parque de El Salitre. Los días 11 y 12 de febrero, por otra parte, aparecieron en el cerro de Guadalupe seis cadáveres de hombres jóvenes, sin identificar hasta el momento del cierre de esta revista.--