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LA HISTORIA SIN FIN

Con la cancelación de la visa de Samper, los Estados Unidos reviven una pesadilla que muchos creían superada y ponen a tambalear algunos de los apoyos más sólidos del Presidente.

12 de agosto de 1996

En la mañana del jueves 11, el presidente Ernesto Samper tenía una agenda bastante apretada. Por esa razón, no tuvo tiempo de contestar dos llamadas que le hizo a su despacho el embajador de Estados Unidos Myles Frechette. Hacia las 10 y media, el director de un noticiero radial logró comunicarse con él entre una audiencia y otra del Jefe del Estado. El comunicador le preguntó por un rumor que había escuchado y según el cual, el gobierno estadounidense había decidido cancelarle la visa al primer mandatario. A pesar de que el periodista le dijo que su fuente era confiable, Samper se mostró sorprendido y rechazó la posibilidad de que la noticia fuera cierta. Pero pocos minutos después de terminada la conversación, el secretario general de la Presidencia José Antonio Vargas entró al despacho presidencial con cara de espanto. El embajador Frechette había hecho una tercera llamada que Vargas había atendido, y había comunicado que hacia el mediodía, el vocero del Departamento de Estado Nicholas Burns divulgaría oficialmente la noticia. Eran las 11 de la mañana y para ese momento, la radio ya la estaba dando. Al mediodía, en efecto, Burns hizo el anuncio y no de cualquier manera: el gobierno de Bill Clinton aseguró que le quitaba la visa a Samper por haber "ayudado y sido cómplice conscientemente del tráfico ilegal de narcóticos". La sorpresa que se apoderó de Samper y de todo el alto gobierno resultaba explicable. Ni siquiera en las hipótesis más pesimistas, el Presidente y sus colaboradores habían imaginado que en esa semana Washington tomaría una decisión que _pensaban_ si llegaba a darse sería más bien el epílogo que el prólogo de este nuevo capítulo de la ofensiva norteamericana en contra del gobierno colombiano. La idea que había cobrado fuerza no sólo en el seno del gobierno sino entre numerosos observadores era que la administración de Bill Clinton iba a avanzar poco a poco en su proceso de apretar las tuercas y que algo como la cancelación de la visa al Jefe del Estado sólo sobrevendría _si es que llegaba a darse_ después de que el gobierno estadounidense hubiera agotado otros mecanismos como la suspensión de las visas de algunos ministros, y la aplicación de sanciones comerciales. ¿En qué momento decidió acelerar el proceso y empezar por el final? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Lo único que SEMANA pudo confirmar es que desde principios de mes, el presidente Clinton había dado su visto bueno a la cancelación de la visa de Samper, prerrequisito indispensable cuando el afectado con la decisión es un jefe de Estado. "Después de que Clinton aprobó la medida, todo fue cuestión de escoger la ocasión adecuada", le dijo a SEMANA un alto funcionario del Departamento de Estado en Washington. Está claro entonces el cuándo, pero no el porqué. La explicación tiene que ver con un análisis hecho por los funcionarios norteamericanos que tienen bajo su cargo el tema de Colombia. "Para nosotros _explicó la misma fuente_ se hizo evidente que si empezábamos por las sanciones comerciales, estaríamos castigando a colombianos inocentes y no a la persona que consideramos principal responsable de lo que está pasando, que es el presidente Samper". El alto funcionario admitió que dentro del análisis realizado en Washington _basado en el famoso memorando de Frechette divulgado hace dos semanas por el Washington Post _ se llegó a la conclusión de que si no señalaban directamente a Samper en la primera escala de la nueva ofensiva de sanciones, no iba a ser claro el mensaje de que él era el responsable, y podía consolidarse en Colombia un sentimiento nacionalista y antinorteamericano mucho mayor que el ya existente. Dentro de esa lógica del gobierno de Clinton, había que empezar por Samper de modo que cualquier otra sanción que sobrevenga más adelante _incluso las sanciones comerciales_ aparezcan como resultado de que el Presidente colombiano tiene un veto de Estados Unidos. La reacción A las pocas horas de conocida la decisión del gobierno norteamericano, su estrategia parecía estar surtiendo efecto. La primera conclusión que resultaba inevitable sacar tras el anuncio de Washington, era que la convicción generalizada ya por cerca de un mes desde el fallo de la Cámara de Representantes, en el sentido de que el Presidente se había quedado de manera definitiva en el poder hasta 1998, tendía a desaparecer mientras volvían a estar a la orden del día las discusiones sobre si Samper se caía o no. Adicionalmente, el despertar nacionalista y antinorteamericano en el que el gobierno había puesto sus esperanzas tras el anuncio de la suspensión de la visa, no tenía el viernes las características ni las dimensiones necesarias para apuntalar a Samper en la Presidencia de la República. Las encuestas, contratadas el mismo jueves por los noticieros de televisión, revelaban que alrededor del 60 por ciento de los interrogados rechazaba la decisión norteamericana, mientras el 40 por ciento manifestaba estar de acuerdo con la determinación. Y aunque una cantidad muy cercana a ese mismo 60 por ciento se oponía a que el mandatario renunciara por cuenta de la medida de E.U., todas estas cifras eran muy similares a las que desde hace rato han marcado la polarización de los colombianos frente a la situación de su Presidente y no mostraban ningún cambio significativo. Pero además, algunos de los principales actores del poder en el país, entre ellos quienes habían respaldado al primer mandatario aun en los peores trances de esta larga crisis, estaban dando los pasos para distanciarse de Samper. Lo anterior se hizo evidente en los noticieros del viernes a las 9 y 30 de la noche. En efecto, CM& y QAP anticiparon los principales apartes del editorial de El Tiempo de la edición del sábado. En él, Hernando Santos, el mismo que durante casi un año había regañado a otros medios y periodistas por querer, según sus palabras, "comer Presidente", cedía finalmente ante la evidencia de los hechos y optaba por aconsejarle a Samper, con un lenguaje respetuoso y mesurado, que pensara en dejar la Presidencia: "...queremos colaborarle al señor presidente Samper, a quien hemos acompañado con afecto, con lealtad y aun con sacrificio, para que piense en la posibilidad de abandonar el poder". Por más amable y solidario que sonara el editorial con la persona del Jefe del Estado, lo cierto es que para los conocedores del lenguaje santista, simple y llanamente El Tiempo le estaba corriendo la butaca a Samper. Esto era por sí solo ya bastante delicado. Pero como las malas noticias no vienen solas, al Presidente le cayó a la hora de los noticieros de la noche otro baldado de agua. Según el director de CM&, el periodista Yamid Amat, el Grupo Santo Domingo, el mayor soporte con que Samper había contado desde su campaña, se disponía a recomendar la renuncia del primer mandatario. Según Amat, Julio Mario Santo Domingo, cabeza del Grupo, y Augusto López, presidente de Bavaria y principal ejecutivo, se preparaban para decirle al Presidente que aunque aceptarían cualquier decisión que tomara, creían llegada la hora del retiro. Opciones abiertas En conclusión, no solo el país no se había volcado masivamente en favor del primer mandatario, sino que algunos de sus apoyos más significativos daban señales de estar flaqueando. El balance para Samper al terminar la semana era pues definitivamente negativo y aunque no era la primera vez que para él las cosas se ponían color de hormiga, el hecho de que esto sucediera después de varias semanas a lo largo de las cuales todo el mundo en el país se había ido convenciendo de que el Presidente había sobrevivido al proceso 8.000, marcaba un severo golpe anímico para él y para sus colaboradores más cercanos, y volvía a colocar a su gobierno en una situación de vulnerabilidad que se creía superada. Dicha vulnerabilidad puede acentuarse si Washington opta, ahora que tiene motivos para pensar que no le fue mal con su última jugada, por seguir dirigiendo sus cargas de profundidad en contra no de todos los colombianos, sino específicamente de la persona de su Presidente. Algunos analistas creen que el siguiente paso puede ser la apertura de un proceso penal en contra de Samper ante la justicia de E.U., en especial si se tienen en cuenta algunas de las expresiones utilizadas por el vocero del Departamento de Estado al anunciar el retiro de la visa (ver artículo). Toda esta actitud del país más poderoso del planeta contra el mandatario de una nación que, en medio de su debilidad, ha pagado los más altos costos en la lucha antidrogas en el mundo, no deja de ser profundamente antipático y bastante injusto. Es innegable que Ernesto Samper ha cometido muchos errores y ha explicado de modo absolutamente insuficiente muchos episodios, desde cuando varios millones de dólares del cartel de Cali fueron aceptados por su campaña presidencial. Es innegable que el entonces presidente electo subvaloró la gravedad de las revelaciones de los tristemente famosos narcocasetes y se equivocó al pensar que los Estados Unidos dejarían morir el tema. Es innegable también que la actitud confrontacional que el propio Samper y algunos de sus principales colaboradores como Horacio Serpa, Carlos Lleras de la Fuente y, más recientemente, Marco Tulio Gutiérrez, asumieron frente a Washington, sólo contribuyó a agravar la situación y a dañar de modo quizás irreparable por muchos años, las relaciones con la primera potencia del mundo. Pero nada de esto permite concluir que el Presidente de Colombia haya "ayudado y sido cómplice conscientemente del tráfico ilegal de narcóticos", como lo planteó el comunicado leído por Nicolas Burns. Sin embargo, más allá de esta injusticia, hay una realidad: Samper ha sido acusado de cargos muy graves por la nación más poderosa del mundo en un momento en que esa nación parece tener más poder que nunca. Y eso es quizás lo que explica que no sólo sus enemigos sino quienes han sido en estos meses de crisis sus mejores amigos, le estén sugiriendo que, incluso si para muchos resulta injusto, sea él quien dé por terminada esta historia sin fin.