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La hoguera de las vanidades

Más de 1.300 listas al Congreso auguran una gran quemazón en las elecciones del 10 de marzo y muestran la debilidad de los partidos.

26 de febrero de 2002

Con vacas, conejos, azadones y huevos se inscribieron algunos de los 1.308 candidatos a las 268 curules del Senado y la Cámara de Representantes que se disputarán el próximo 10 de marzo. La idea es llamar de cualquier forma la atención porque el principal problema para quedar elegido no serán las propuestas sino la capacidad de recordación. Ni el más informado y juicioso de los electores retendría las 326 caritas en el tarjetón del Senado ni podría doblarlo correctamente.

Cada pliego adicional de los tarjetones para el Congreso es muestra del alto grado de desorden y de la peligrosa individualización de la actividad política en Colombia. Según la Registraduría Nacional del Estado Civil, en el país existen 75 partidos y movimientos políticos con personería jurídica, es decir, con la capacidad de expedir avales a candidatos a los cuerpos legislativos y a la Presidencia. En el año 1994 ese número ascendía a 29 mientras que, en las pasadas elecciones, 64 organizaciones políticas expidieron avales para campañas parlamentarias.

Esta inflación de listas no es un fenómeno extraordinario. En la última década el número de candidatos ha aumentado en las tres citas electorales. De 650 candidatos al Senado y la Cámara en 1992 pasamos a 879 en las elecciones de 1994 y a casi 1.000 en las de 1998 (ver gráfico). Las consecuencias de esta profusión de candidatos para el sistema democrático son más profundas que la sobrepoblación del tarjetón.

En primer lugar, instituciones como el Congreso y los partidos, que están encargadas de regular la política en la sociedad, pierden prestigio y credibilidad al estar compuestas por individuos y no por colectividades. Un estudio del Centro de Estudios Socioculturales de la Universidad de los Andes revela que tanto el Congreso como los partidos políticos mantuvieron los más bajos índices de confianza institucional durante la década de los 90: 16 por ciento y 23 por ciento respectivamente frente a promedios de 70 por ciento de la Iglesia Católica y 53 por ciento de las Fuerzas Armadas.

No sorprende, entonces, el 55 por ciento de abstención que registraron los comicios parlamentarios de hace cuatro años. Que un partido histórico como el Liberal haya avalado 160 candidatos para 100 escaños en el Senado es síntoma de la inexistencia de estructuras partidistas y de la poca seriedad con que manejan el tema sus directivas.

La dirección de ese partido estableció una veeduría para evaluar las solicitudes de aval de los distintos candidatos. ¿Cómo controlar 355 listas a la Cámara en los 32 departamentos del país? Por los lados azules la cosa no mejora. A pesar de que el Partido Conservador expidió igual número de avales este año que en 1998, las 130 listas autorizadas evidencian que la laxitud es el criterio que prima a la hora de entregar las banderas de la organización.

Más allá del deterioro institucional, la expedición descontrolada de avales de los partidos políticos, tradicionales y nuevos, tiene motivaciones más pragmáticas. Mientras más candidatos lleven la camiseta del movimiento, más votos, y la suma de todos sus votos ayuda a inflar el respaldo de la organización. Eso significa mantener los beneficios de la personería jurídica, como los espacios en televisión y el poder de avalar listas para las siguientes elecciones. Obviamente, es más fácil obtener una autorización de alguna de las 75 organizaciones legales que conseguir 50.000 votos para crear una propia.

Ejemplos para resaltar

Esta individualización de la actividad política va en contravía de la construcción de una democracia moderna. Para la politóloga Elizabeth Ungar, directora de Congreso Visible, la democracia “se hace desde la representación de partidos y movimientos organizados y no de personas”. No obstante no todo está perdido. En el panorama nacional se encuentran movimientos que manejan responsablemente el apoyo que otorgan a candidatos al Congreso.

El movimiento Sí Colombia, que orienta la candidata presidencial Noemí Sanín, respaldó cuatro listas al Senado y nueve a la Cámara. A pesar de la recepción de más de 100 solicitudes el aval se otorgó con base en dos criterios: el trabajo en el movimiento y la identidad programática en temas cruciales. Por los lados de la campaña uribista, el movimiento Primero Colombia recibe el apoyo de varios candidatos pero no expidió ningún aval.

El caso del Partido Visionario, al que pertenece el alcalde de Bogotá, Antanas Mockus, es más admirable. A mediados de febrero una asamblea de miembros eligió entre varias planchas al actual senador Rafael Orduz y a Luis Fernando Ramírez como sus únicos candidatos a los cuerpos colegiados. Este ejercicio democrático de los visionarios contribuye a la disciplina partidista de las listas y a la lealtad de los militantes de la organización. Características con las que no cuentan los partidos Liberal y Conservador.

La reforma que nunca fue

Una segunda consecuencia de este festín de avales radica en la dificultad de los movimientos para garantizar tanto la financiación de las campañas como la independencia de los candidatos frente a la presión que grupos guerrilleros y paramilitares ejercen en sus zonas de influencia. Sin el control central de una organización partidista los elegidos quedan a merced de las influencias de quienes los financiaron o de quienes los intimidan.

Más de 1.300 listas no es sinónimo de una democracia más sólida y participativa. Todo lo contrario. Lanza el mensaje de que la política es más una aventura individual que una decisión colectiva para acceder al poder. En la masiva y previsible quemazón del 10 de marzo la hoguera se alimentará tanto de las vanidades de aventureros como de los esfuerzos infructuosos de los últimos años para aprobar una reforma política.

El Congreso que los colombianos se alistan a renovar es el mismo que hundió los cambios más necesarios a la actividad política nacional. Cuando se revisan las escandalosas cifras de la Registraduría cabe preguntarse cómo sería el panorama con una reforma vigente. Serían tarjetones al Senado con máximo 10 caras —y no 326 como hoy—; 10 listas de partidos y movimientos con línea programática, disciplinados, seleccionados primero dentro de sus partidos como los más aptos para representarlos en el Congreso. Pero esto hubiera exigido que la mentada reforma política hubiese sido aprobada.

Por eso es que esta elección exige un voto tan responsable porque llevará al Capitolio a quienes tendrán la obligación de reformar la política a fondo. Mientras las reglas del juego electoral estimulen la operación avispa y castiguen la conformación de grupos amplios, las vacas, los pollos y el show pesarán más que los argumentos.