Home

Nación

Artículo

Todos los días, en la mañana y en la noche, doña Nieves Meneses le habla a la foto de sus gemelas. Hace seis años y medio no tiene noticias ni de ellas ni de sus otras dos hermanas. Los paramilitares le desaparecieron a sus cuatro hijas en Putumayo. La Fiscalía estima que, además de ellas, en el departamento, hay otras 2.000 personas en fosas comunes dejadas por la violencia. FOTOS: LEÓN DARÍO PELÁEZ / SEMANA

CONFLICTO

La madre que perdió a cuatro hijas

Una mujer busca a sus hijas desaparecidas por los paramilitares en Putumayo. Andrea Peña, de SEMANA, estuvo con ella.

12 de mayo de 2007

La violencia y la tristeza están a punto de hacerle perder la razón a doña Nieves Meneses. Se le ve caminar errante y solitaria por los caminos de La Hormiga y La Dorada, dos municipios del bajo Putumayo. A quienes la conocen les parece extraño verla tan confundida. Al fin y al cabo, ella se gana la vida gracias a los dones que dice tener: conjura maleficios, reza embrujados, sana enfermos y rescata almas perdidas. Pero esa virtud para curar los males de otros no le ha servido para aliviar el dolor que carga desde hace seis años y medio, cuando los paramilitares se llevaron a cuatro de sus hijas, y, según los testimonios de algunos de ellos, las torturaron, las mataron y, finalmente, desaparecieron sus cuerpos.

Hasta el día de hoy, los autores de esa acción ni siquiera han sentido pena por su dolor de madre. Ella, por su parte, no les exige que le pidan perdón, sino que hagan algo más sencillo: que le digan de una vez por todas la verdad, que le cuenten dónde están los restos de las jóvenes para darles cristiana sepultura.

Ella tenía la ilusión de encontrarlas hace tres semanas en una de las cuatro veredas de La Hormiga, donde la Fiscalía halló varias fosas comunes. Allí desenterraron 105 cadáveres de personas descuartizadas y mutiladas por las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Pero no estaban. Ahora sigue expectante. La Fiscalía dice que en este departamento hay 2.000 personas más en tumbas a ras de tierra. Ella siente que ya no tiene fuerzas para ir de sitio en sitio buscando a sus seres queridos. Por eso implora que le digan pronto la verdad.

La tragedia de esta mujer de 53 años, nacida en un pueblito de Nariño, Consacá, empezó en un día de fiesta, el Año Nuevo de 2001. Doña Nieves conserva intactas en su memoria las imágenes de aquel día. La brisa que traía el río Guamuez era insuficiente para refrescarse del intenso calor. Los lugareños en medio de su guayabo daban gracias a Dios porque, esta vez, ni la guerrilla ni los paramilitares les habían aguado la fiesta.

Por la carretera que conduce a Puerto Asís estaba la casa de doña Nieves. Días tan felices como estos merecían matar marrano y tomarse unos buenos tragos, ya que por primera vez pasaba un fin de año con sus seis hijos. Nancy, de 28 años; Jenny Patricia, de 19; Nelsy Milena y Mónica Liliana, gemelas de 18 años; María Nelly, de 13 años, y Cristian, que por entonces tenía sólo 5.

A las 3 de la tarde la madre estaba sola, tendida al fondo de su modesta casa de tablas. Sintió sed  y hambre. Tomó leche fría pero descubrió que no tenía leña para asar carne. Entonces le pidió fuego a su vecino. Mientras hablaban de cualquier tema y ponían el alimento en la parrilla, él le hizo señas de que a sus espaldas llegaba una visita inesperada.

“¿Qué está haciendo, señora?” Doña Nieves volteó con la duda de si la ‘señora’ era ella. Vio entonces a un hombre alto, fornido, de rasgos indígenas, moreno, con uniforme camuflado, fusil terciado y corte de recluta. Ella sabía que era el comandante ‘Raúl’, un paramilitar conocido en la región. No hubo respuesta.

“La necesito a usted y a sus hijas esta tarde. Paso a las 6 y media a recogerlas”, dijo el hombre.

Las Autodefensas de Córdoba y Urabá habían llegado a la región del bajo Putumayo en 1998, bajo las órdenes de Carlos Castaño. Y empezaron su reinado del terror. Con el tiempo, el frente paramilitar fue absorbido por el Bloque Central Bolívar (BCB), de Carlos Mario Jiménez, alias ‘Macaco’. Allí se formó el frente Sur Putumayo, comandado por ‘Rafa Putumayo’ y ‘Daniel’ (ver recuadro).

Esta región en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en un territorio que todos se disputaban violentamente. Por la misma época entraba en vigencia el Plan Colombia, impulsado por el presidente Andrés Pastrana. Este departamento, según los informes, se llevaba buena parte de la inversión militar del país. Y había tropas por todas partes. Así mismo, el gobierno libraba una dura batalla contra dos frentes de las Farc, mientras el apoyo estadounidense para la lucha contra los cultivos de coca estaba en su apogeo. Era natural. Por aquel entonces, en Colombia había sembradas 120.000 hectáreas de coca, de las cuales Putumayo tenía la mitad. Pastrana se había comprometido a erradicar en la primera fase del Plan el 50 por ciento de los cultivos del país si recibía la financiación. O sea que con solo arrancar lo sembrado en el departamento, el país cumpliría su compromiso. Estos factores, sumados, presagiaban algo malo. El polvorín estaba a punto de estallar. Y explotó de la manera más inhumana.

Por años los pobladores se acostumbraron a ver a la guerrilla por todas partes. Pero a finales de los 90 llegaron los paramilitares. El pueblo entero aprendió con rapidez cómo actuaban. Si querían matar, entraban a las casas sin pedir permiso, sin avisar a nadie, llegaban con sus machetes y sus fusiles y dejaban a su paso escenas de horror. Pero cuando ponían citas lo hacían para arreglar algún conflicto de tierras, plata o peleas familiares. Por eso doña Nieves pensó que no habría problema con la invitación que le hicieron ese primero de enero. 

Eran las 6 y media de la tarde. Sus hijas Jenny Patricia, Nelsy, Mónica y María Nelly se alistaron para la cita. La única que no alcanzó a llegar fue Nancy, que vivía lejos. ‘Raúl’ llegó puntual por las mujeres en una camioneta blanca. Se subieron todas menos Jenny, que iba en una moto. Recorrieron unos 15 minutos de camino por una vía destapada que lleva a un sitio conocido como El Arco. Ninguna estaba asustada. Habían oído que la mujer de ‘Cocoliso’, un para que vivía en el pueblo, estaba celosa con alguna de ellas y probablemente las llamaban a rendir descargos. Si el lío era con su mujer, doña Nieves explicaría que sus niñas eran personas de bien, honradas, trabajadoras, decentes y que a pesar de ser muchachas bonitas, no le quitaban el marido a nadie.

Al llegar a un cruce hicieron bajar a doña Nieves. Eran órdenes de ‘El Alacrán’, un mando medio tenebroso del que decían había participado en varias masacres. De la nada apareció otra camioneta que regresó al pueblo a doña Nieves. “Se las devolvemos a las 11 de la noche”, fue lo único que ella le oyó decir a ‘Raúl’.

Cuando llegó a La Dorada salió corriendo en busca de Nancy, su hija mayor. “¡Mija!, ¡mi amor!, ¡las niñas me las dejaron allá en El Arco!, ¡¿qué hacemos?!” Ambas esperaron con paciencia. Los paras eran puntuales y por estos lados la palabra valía oro. Llegaron las 11 de la noche y las hermanas no regresaron. Luego el amanecer y tampoco aparecieron. Los días pasaron y no hubo noticias. Los meses corrieron, los años llegaron y no pasó nada.

Del caso se enteraron el Ejército, la Policía, otras autoridades civiles y la Iglesia. Pero nadie buscó, nadie supo algo. Llegaron amenazas contra doña Nieves y ella tuvo que salir corriendo con unos cuantos pesos y su ropa apretujada en una maleta vieja. Se fue a Nariño, su tierra. Allá pidió limosna por varios meses, pasó hambre. A su vida había llegado la desgracia. Pero Nancy no fue obligada a salir. Ella fue la única que pudo dedicarse a buscar a sus hermanas.

“¿A dónde diablos se las llevaron?”, les gritó Nancy a unos hombres que un día pasaban por el pueblo. “Ábrase de aquí si no quiere que también la matemos”, le respondió uno. Sus palabras confirmaron que sus hermanas ya no estaban con vida. Pero ¿dónde estaban sus cuerpos?

Sin rastro

Durante dos años seguidos Nancy buscó sola por la veredas El Arco, Palo de Mango, Cerro Cilindros y en cuanto lugar le decían que estaban sus hermanas. La gente del pueblo, a pesar de su inmenso dolor, por miedo no le podía expresar ninguna solidaridad. Es que ella no era la única que quería encontrar a su familia. En Puerto Asís, Santana, San Miguel, Orito, El Tigre, La Hormiga, La Dorada y El Placer, centenares de dolientes buscaban a sus seres queridos en la tierra de los desaparecidos. Muchos fueron enterrados en fosas comunes, pero a otros los echaron al río. Nadie sabe si se los comieron los chulos, si sus huesos están a 300 metros de profundidad en los lechos de los ríos, si las aguas los llevaron hasta Brasil, o si terminaron en el mar. Dicen que a las cuatro jóvenes las enterraron en una laguna de oxidación, llena de desechos, cerca de El Arco. La Fiscalía ya inspeccionó la zona, pero nada apareció.

En julio de 2003, el gobierno del presidente Álvaro Uribe firmó un acuerdo con las AUC para que se desmovilizaran sus miembros y se reinsertaran a la vida civil. En Putumayo el hecho causó conmoción. ¿Dejarían las armas los del BCB?, ¿’Raúl’?, ¿y ‘El Alacrán’?, ¿‘Daniel’?

En ese departamento se desmovilizaron 504 hombres del Frente Sur Putumayo. Entonces la gente se preguntó qué pasaría con la guerrilla, con los cultivos de coca, con sus muertos y con ellos mismos. Se hablaba de la Ley de Justicia y Paz, de los derechos que tenían las víctimas a una reparación, de las condenas que pagarían los que torturaron, los que mataron, los que desaparecieron. Pero sobre todo, se hablaba de la verdad. ¿Sería la verdad del destino de Jenny Patricia, Nelsy, Mónica y María Nelly?

Con la entrega de las armas llegó una relativa calma. El municipio se repobló lentamente y muchos de los que fueron raspachines ahora se dedicaban a los cultivos de pancoger. Pero las jóvenes hermanas no aparecieron. Denunciar el caso públicamente era una condena a muerte porque ‘Los Rastrojos’ y un grupo que se hace llamar ‘Nuevo Resurgimiento’ son paramilitares que se quitaron el uniforme pero que andan con armas cortas al cinto. Trabajan para el cartel del norte del Valle, miran de reojo en las calles y asustan a quien intente delatarlos.

Pero el desespero y la zozobra superaron el miedo. A Nieves Meneses ya no le importaba perder su propia vida. Por eso decidió poner la cara, gritar a los cuatro vientos los nombres de sus hijas y exigirles a las autodefensas una respuesta sobre dónde están los cuerpos. “Yo le pido al Ángel Solo todos los días. Y ellas se me revelan en sueños y cuando estoy despierta. Nelsy me dijo que está bien, pero que no vuelve”, dice ahogándose en sollozos.

Nadie sabe cómo murieron las muchachas. Pero por los testimonios de algunos reinsertados, es posible imaginarlo. Los desmovilizados cuentan que las mujeres lloran mucho, ruegan por sus hijos, ofrecen su cuerpo para que no las maten e imploran para que no las despedacen vivas. Sus verdugos entran en cólera cuando las oyen gritar, abusan sexualmente de ellas y las matan.

El pasado jueves, doña Nieves Meneses estaba a las 10 y 15 de la mañana en La Dorada viendo llover. Estaba sentada en una silla y con la estampita de su ángel de la guarda. Era lluvia triste y doña Nieves oraba, casi susurrando, frente a 12 veladoras de colores. A pesar de su enorme dolor acumulado durante seis años y medio, no cultiva rencores. Por el contrario, ese día oraba por todos los desaparecidos del país. Le han dicho, por ejemplo, que un paramilitar preso en La Picota de Bogotá sabe dónde están los cadáveres de sus niñas. Sólo dirá algo si le rebajan la pena. Doña Nieves también reza por él. Si sus hijas aparecen, ella estará triste pero tendrá una tumba donde rezarles. Pero no saber dónde están la tiene en un estado delirante, enferma y deprimida. Ya no llora de la tristeza. Llora de la locura. Así lo hacen posiblemente las familias de los otros 2.000 desaparecidos de Putumayo que, en silencio, muertos de miedo, están a punto de perder la cabeza.


Nota del editor: El artículo fue publicado en el 2007. Tres años después, doña Nieves encontró los restos de sus cuatro hijas. Esta es la historia y lo que ha hecho desde entonces.