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La media naranja

Lina María Moreno Mejía, la esposa del nuevo Presidente, sólo pide una cosa: que no la llamen primera dama.

26 de mayo de 2002

Hasta el domingo 26 de mayo a Lina María Moreno Mejía le incomodaba profundamente que le dieran el título de primera dama. “Por favor, soy la esposa de Alvaro Uribe. Nada más”, respondía sin más explicaciones. Quienes la conocen de cerca saben que esta actitud no es un capricho sino una convicción que ha cultivado desde aquel sábado de marzo de 1979, cuando ella estudiaba literatura y lingüística en la Universidad Bolivariana de Medellín y conoció a este hombre, con quien ha tenido dos hijos —Tomás y Jerónimo—, ha sido feliz y ahora llega a la cúspide del poder en Colombia.

Desde esa época sintieron que estaban hechos el uno para el otro aunque entre ambos hubiera diferencias sustanciales. Porque, al contrario de él, a ella no le gusta el poder, prefiere el anonimato, no la apasiona el mundo de los caballos y, por si fuera poco, es políticamente de izquierda. Sin embargo, gracias a estas diferencias, han forjado una pareja sólida que siempre tiene tema para hablar, confrontar y sacar conclusiones. Así ha sido desde el primero de diciembre de ese mismo año de 1979, cuando se casaron sin fiesta y sin repartir tarjetas y pasaron una luna de miel de dos días en una finca de Rionegro.

Mientras él empezaba a construir su carrera política ella intensificó su formación académica. Estudió a fondo a Platón y los filósofos presocráticos. Navegó por toda la literatura colombiana y antioqueña, desde Carrasquilla hasta Mejía Vallejo, y se obsesionó con Descartes. Así, mientras él andaba de gira a ella se le veía siempre con tres libros distintos cada semana. Los lee y los relee con pasión. Una pasión comparable a la entrega que tiene por sus hijos, Tomás, nacido en abril de 1981, y Jerónimo, en julio de 1983. “Sí, he sido mamá y me gusta ese papel. Ser ama de casa, como ser mujer, es también un asunto de carácter y criterio. Pero está mal ser un ama de casa sumisa. Me gusta que la mujer trabaje, alcance posiciones, que haga al mismo tiempo una reflexión sobre sí misma, su identidad, su cuerpo, su papel en la sociedad, su función en el trabajo. No se trata de ser mujer frágil, débil, sino de carácter”, ha dicho.

Con ese carácter se ha convertido en la mejor interlocutora del nuevo Presidente. Para él será difícil aislarse en la burbuja del poder porque ella siempre será su polo a tierra. “Soy una mujer común y corriente, como las mujeres colombianas que luchan a diario por sacar adelante sus hogares”. Y así pasa inadvertida por las calles. Pues al contrario de las anteriores esposas de los presidentes, que tenían su propio diseñador y se fascinaban con la alta costura, a ella le encanta vestirse sola y con sencillez. Por eso prefiere la ropa informal a los sastres, aunque ahora le tocará ceder en este aspecto. “Sé que tendré que estar más maquillada, con ropa más formal, pero hay una diferencia entre que la moda y los modistos lo manejen a uno a que uno maneje la situación”. Esa libertad para tomar sus propias decisiones la aplica en cosas tan rutinarias como hacer mercado. Hasta pocos días, antes de que su esposo fuera elegido como jefe de Estado, ella se le volaba a los escoltas y se iba feliz, atravesaba las calles, miraba vitrinas, hacía las compras para sus hijos y entraba a cine sin que nadie la reconociera ni la señalara. Esa mujer menuda, de 45 años, 1,57 metros de estatura y 44 kilos de peso, era anónima entre la multitud. Ahora es diferente porque es la primera dama. Un título que obtuvo pero al que aún no se acostumbra.