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La muerte de un valiente

Con el asesinato de Ovidio Marín el país pierde uno de los héroes anónimos de la lucha contra la corrupción.

9 de mayo de 2004

Como todos los días, el 4 de mayo Ovidio Marín se dispuso a ir a su oficina. Ajustó su chaleco antibalas, se montó en su carro, desenfundó su revólver y lo puso entre sus piernas. Lo esperaba otra jornada como gerente de control disciplinario de la Industria de Licores del Valle. Había adquirido a la fuerza esa rutina siniestra. Cuatro atentados ya le habían dejado en su cuerpo 11 balas y 28 esquirlas. Lenín Cerón, el escolta de la Policía Metropolitana de Cali, se sentó en el asiento trasero mientras Marín conducía. A solo una cuadra de distancia los detuvo la luz roja de un semáforo. Allí los esperaban dos sicarios que se abalanzaron a lado y lado del vehículo. Marín ya estaba entrenado y abrió fuego. Pero esta vez la suerte no estuvo de su lado. Varios impactos en la cabeza le causaron la muerte instantánea. Su escolta también pereció bajo las balas asesinas. Marín nunca se amilanó. Desde cuando sufrió el primer atentado en 1993 sabía que su lucha frentera contra la corrupción le había dejado muchos y poderosos enemigos. Sus problemas comenzaron en 1992, cuando fue jefe de prestaciones sociales del departamento del Valle del Cauca. Entonces comenzó una lucha personal contra la corrupción. Denunció irregularidades en las pensiones de jubilación y los anticipos de cesantías de ex funcionarios. Destapó una olla podrida en los talleres oficiales donde maquinaria pesada desvalijada se donaba o se vendía a precios irrisorios para luego aparecer en manos de particulares en perfecto estado. Y persiguió a la mafia de 'los Peajes', un grupo de funcionarios públicos que cobraban dinero para agilizar trámites. Sus denuncias involucraron a personalidades de la política vallecaucana del momento. Lejos de asustarse, Marín siguió adelante y fue elegido alcalde de Restrepo, Valle, la ciudad en la que nació en 1957 y de la que ya había sido alcalde por nombramiento a finales de los 80. Ese pueblo se conmocionó con su asesinato. La gente izó la bandera nacional a media asta, y al día siguiente las filas para los buses que iban hacia Cali, donde fue enterrado Marín, le daban la vuelta a la plaza principal. Unas 700 personas viajaron para acompañar a su familia y rendirle un último homenaje. Ovidio Marín sabía que lo podían matar en cualquier momento. Prueba de ello es la carta de despedida sin fecha que dejó entre sus papeles para sus dos hijos, Carlos de 17 años y Claudia de 14. "La tenía lista por si alguna vez la suerte lo abandonaba", comentó entre lágrimas su esposa Luz Mary Sánchez. Ella asegura que ese día tuvo un presentimiento, por lo que se devolvió desde la puerta de su apartamento, entró a la habitación donde dormía su esposo y lo despertó a besos. Ovidio medio dormido le dijo: "Linda, estás muy linda", una costumbre de amor entre ellos. En su larga trayectoria como funcionario público, Marín no sólo atacó la corrupción sino que también enfrentó a la guerrilla y el narcotráfico. Además denunció los abusos de las fuerzas del Estado. Como alcalde de Restrepo y en medio de un consejo de seguridad departamental denunció que las 26 muertes ocurridas en las veredas San Salvador, El Silencio y Tragedias habían sido cometidas por agentes de la Sijin de Cali y efectivos del DAS de Tuluá y no por la guerrilla como se quiso presentar. Él aportó las pruebas y varios funcionarios del DAS de Tuluá fueron destituidos, a tiempo que se iniciaron investigaciones internas en la Sijin. Todas sus denuncias aparecen en el libro Palabra de Honor, que escribió en los 18 meses que estuvo escondido con su familia después del tercer atentado el 18 de diciembre de 1998. A finales de 2000 regresó a Cali y se posesionó en su cargo en la industria de Licores del Valle. Allí inició investigaciones contra la adulteración de licor y la corrupción que llevaron a las autoridades al decomiso del más grande alambique para destilación de licor adulterado descubierto en el Valle. El 12 de julio de 2001, en un peaje de Yotoco le hicieron el último atentado, en el que también resultaron heridos sus dos guardaespaldas. En una decisión incomprensible, la Policía del Valle le quitó en 2003 el carro blindado y los dos escoltas asignados. Marín entuteló está determinación, pero nada pasó. Sin embargo, él nunca quiso dejar su lucha por un país más transparente, y esto lo dejó consignado en la última frase de su libro: "Regreso a Cali y Restrepo, con la gran incertidumbre de saber quiénes fueron los autores del tercer atentado. Podrían ser los problemas generados por las prestaciones sociales de la Gobernación, el narcotráfico, las investigaciones adelantadas por mi trabajo, problemas políticos o por las denuncias que hice contra miembros de la Policía y el DAS. Prefiero correr los riesgos, a seguir escondiéndome por obrar correctamente y sin deberle nada a la justicia. Espero que la Policía me brinde protección".