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En la madrugada de este 10 de octubre, una escuadrilla de aeronaves militares bombardearon una zona del Catatumbo, retaguardia estratégica del frente 33 de las Farc. Se cree que murieron 30 guerrilleros.

COMBATES

La niebla de la guerra

Pese a la ventaja estratégica lograda por las Fuerzas Armadas y a los golpes que continúa asestando a la guerrilla, los últimos días muestran que el conflicto armado en Colombia aún puede dar costosas sorpresas.

22 de octubre de 2011

Dos operaciones exitosas de las Fuerzas Armadas contra las Farc y otros tantos ataques de esa guerrilla contra el Ejército, que cobraron la vida de 17 militares, pusieron de presente en los últimos días que, pese a la sostenida ofensiva contra los grupos irregulares, el conflicto armado sigue planteando complejos desafíos.

El 10 de octubre, en Sardinata, Catatumbo, retaguardia estratégica del frente 33 de las Farc en Norte de Santander, un bombardeo de la Fuerza Aérea cayó sobre un campamento donde había cerca de cien guerrilleros, entre ellos, según la Policía, varios comandantes. Allí murieron 11 insurgentes y se sospecha que 20 más, cuyos cuerpos no han sido recuperados, habrían caído también. La acción combinada con la Policía llevó a la incautación de varias armas y abundante munición, así como de computadores y otra evidencia. La fuerza pública reivindica esta operación como un primer paso para recuperar una región que ha estado tradicionalmente en manos de las Farc, al igual que se está haciendo en el Nudo de Paramillo.

Un segundo golpe, muy significativo, fue la muerte de Mincho (Jorge Neftalí Umenza), jefe del frente 30 y responsable del secuestro y asesinato de los diputados del Valle. Este importante comandante de las Farc, acusado de tener nexos con grupos de traficantes mexicanos y de detonar varios carros bomba en Nariño y Valle, cayó el 20 de octubre en medio de combates a orillas del río Yurumanguí, cerca de Buenaventura. Aunque menos conocido, Mincho tenía una jerarquía similar a personajes como el célebre Negro Acacio por su posición dentro de la estructura de las Farc y por su papel en la ruta del Pacífico del narcotráfico. "Es un golpe a la espina dorsal de las Farc", dijo el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón.

Estas dos operaciones tienen una importancia que va más allá del número de guerrilleros muertos, y muestran que la ofensiva de las Fuerzas Militares, que ha obligado a las Farc a desplazarse de muchas zonas que controlaban hacia áreas periféricas y de frontera, continúa dando resultados. También, que elementos como la superioridad aérea conseguida desde comienzos de la década de 2000 siguen desempeñando un papel destacado en la confrontación actual.

Sin embargo, la reacción de las Farc es preocupante. Desde hace un año, cuando las Farc mataron 14 policías en Caquetá, los colombianos no oían hablar de ataques en los que esa guerrilla cobrara la vida de un número significativo de militares. Eso fue lo que pasó en el Cauca el 10 de octubre, donde en un ataque esa guerrilla cobró la vida de siete militares, y en Nariño, 11 días después, donde cayeron otros diez en una emboscada. En ambos hechos, otros seis militares quedaron heridos. Son sendos campanazos de alarma que indican que, por debilitadas que estén, las Farc distan de estar derrotadas y pueden aún poner en serios aprietos al gobierno y las Fuerzas Militares.

Ambos ataques tienen un elemento que llama la atención. Los militares que murieron en Caloto, Cauca, viajaban en un carro que fue atacado por el frente sexto de las Farc. Los que cayeron en Nariño, cuidaban un ferry en el río Guanapí, en el Pacífico nariñense, cuando fueron sorprendidos por la columna móvil Daniel Aldana de las Farc, en lo que el comandante de las Fuerzas Militares, general Alejandro Navas, reconoció como un error táctico. Aunque en ambos departamentos las Farc han protagonizado muchos incidentes, estas dos sangrientas emboscadas reviven una modalidad de ataques mortíferos contra patrullas de la fuerza pública que, en general, se consideraban cosa del pasado. Y eso ocurre justo en áreas donde los militares han concentrado su actividad para responder a la de la guerrilla.

Esto pone de presente lo difícil que puede ser el reajuste en la estrategia en que está embarcado el gobierno para responder a los cambios en la forma de operar de las Farc. Bajo el impacto de años de ofensiva sostenida de la seguridad democrática que le dieron al Ejército la ventaja estratégica, estas optaron, a partir de 2008, por retornar a su táctica clásica de guerra de guerrillas, que se ha limitado, desde entonces, a pequeños hostigamientos, siembra de minas antipersona, disparos ocasionales de cilindros contra un pueblo o francotiradores solitarios que, después de unos cuantos disparos contra la fuerza pública, se esconden.

El propio presidente Santos constató, el pasado 7 de agosto, que enfrentar estas modalidades implica operar en unidades más pequeñas y efectivas, y mejorar la inteligencia, como lo ordenó entonces al Ministerio de Defensa. "Hace falta instrucción sobre planes de reacción y contraataque como parte del entrenamiento preventivo para evitar golpes y reaccionar. Eso se hacía antes en las bases militares con intensidad, pero cada vez se hace menos. También hay cada vez más fallas en la inteligencia humana", dice un oficial de inteligencia militar que pidió la reserva de su nombre.

Pero una cosa es decirlo y otra conseguirlo. Esto es lo que pusieron dramáticamente de presente estas dos emboscadas que cobraron la vida de 17 militares. Es elocuente que ni la instalación del batallón de alta montaña en Tacueyó ni la Operación Troya en curso en Nariño logren impedir que las Farc reediten un tipo de ataque contra los militares al que no habían podido recurrir hace tiempo.