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El presidente Juan Manuel Santos habló ante la Asamblea General de la ONU y presentó formalmente el acuerdo de paz con las Farc. La comunidad internacional recibió con entusiasmo la noticia y se comprometió a apoyar la fase siguiente del proceso:el posconflicto. | Foto: A.P.

REACCIONES

El mundo apoya la paz, mientras Colombia define su suerte

El país fue el tema de los discursos de varios presidentes en la ONU. La comunidad internacional expresó un entusiasmo con el proceso de paz que no se siente en la opinión pública nacional.

24 de septiembre de 2016

El ritual de septiembre en la Asamblea General de la ONU este año fue distinto para Juan Manuel Santos. Se paró en el mismo atril en que lo había hecho cinco veces antes, se sentó después unos minutos en la misma silla localizada al lado de la mesa principal y pasó al salón de protocolo, detrás del recinto, para estrechar manos con Ban Ki-moon y con los miembros de una pequeña delegación. Previamente, el día anterior, lo había hecho el presidente de Brasil, Michel Temer, que por tradición abre las sesiones, y Barack Obama, que le sigue en el uso de la palabra.

Para el presidente colombiano, sin embargo, el libreto era mucho más rico que en cualquier otro año. Se puede decir, incluso, que nunca antes en la historia de la ONU el nombre del país había sido tantas veces mencionado. Una decena de mandatarios incluyeron en sus discursos un párrafo para exaltar el significado del acuerdo de paz firmado entre el gobierno y las Farc, no solo para Colombia sino para el continente.

Algunos de ellos –el más notable Barack Obama– cobraron como suyo el logro de haber ayudado al proceso con la figura del enviado especial, Bernard Aronson. La mandataria chilena también habló del papel de su país como acompañante de los diálogos en Cuba, y anunció que un contingente de militares de ese país formará parte del mecanismo tripartito que, bajo la presidencia de la ONU, vigilará los compromisos sobre cese al fuego bilateral y definitivo. En la lista de oradores que hablaron bien de Colombia estuvieron el rey de España y los mandatarios de Brasil, México y Argentina. Las declaraciones giraron alrededor de la idea de que, en virtud del acuerdo de paz, “Colombia es la estrella de esta asamblea”, dijo el monarca.

El discurso de Santos no fue novedoso. A estas alturas, su defensa de las negociaciones con las Farc es conocida. Hizo una breve explicación de los textos emanados de la mesa, haciendo énfasis en los puntos que más pueden preocupar a la comunidad internacional: la justicia transicional y el narcotráfico. Pero insistió en la conveniencia de acabar el conflicto: “Hay una guerra menos en el mundo: ¡la de Colombia!”, dijo, y agradeció a la ONU y a los países que han desempeñado algún papel en el proceso.

A menos de dos semanas del plebiscito del 2 de octubre, el discurso de Santos tuvo la evidente intención de llegarle a la audiencia interna, para mostrar las ventajas del acuerdo que se someterá a votación. La intervención del mandatario no solo se transmitió en directo, en horas de la mañana, sino se repitió en la noche, en horario prime, con tiempo suficiente para que se oyeran los aplausos y la ovación de cerca de dos minutos del final.

Más que el discurso ante la Asamblea General, el significado de la visita del presidente Santos a la sede de la ONU es importante por la presentación formal que hizo del acuerdo. Primero, ante el secretario general, Ban Ki-moon, después en una breve ceremonia en el recinto del Consejo de Seguridad, y finalmente en un encuentro bilateral con Barack Obama. Hace un año Santos había prometido regresar “como presidente de un país en paz”, luego de parar en La Habana –vía Nueva York– para sostener su primer encuentro con Timoleón Jiménez, el jefe de las Farc, y de concluir el capítulo sobre justicia transicional. La semana pasada el mensaje tenía un sabor de “misión cumplida”.

La relación entre Colombia y el sistema de Naciones Unidas se enriqueció con las funciones que se le han entregado a la Organización dentro del proceso de paz. Ellas tienen que ver, en primer lugar, con el envío de una Misión Política Especial que emana del Consejo de Seguridad –el máximo ente de la ONU en jerarquía,– y con tareas de apoyo que desempeñará la Asamblea General en aspectos relacionados con la reincorporación de los miembros de la guerrilla a la vida legal, que forman parte del último capítulo del acuerdo. Estas funciones tienen por objeto blindar al proceso de incidentes que se puedan interpretar como violaciones de los pactos, y garantizar que las dos partes, el gobierno y las Farc, cumplirán los compromisos. La ONU, además, será el recipiente de las armas que la guerrilla depositará en contenedores durante la etapa de concentración y, posteriormente, cuando las deje definitivamente en tres entregas durante seis meses.

La relación también es importante para la ONU. No solo porque participar en un proceso para terminar una guerra forma parte de su misión esencial, sino por el momento que vive el mundo. Una etapa de incertidumbre, por la amenaza del terrorismo de organizaciones como Isis en todos los continentes, que se ha hecho sentir en las principales capitales de Occidente. También, por el momento de Ban Ki-moon. El secretario general dejará su cargo en los próximos meses. Su tarea ha sido polémica, con más críticas que elogios, y participar en el esfuerzo de paz colombiano le permite dejar en su balance una tarea de éxito. No por coincidencia el secretario general se ha jugado por el diseño de la Misión Política Especial y del apoyo de la Asamblea General, sino que también viajó a Cuba para la firma del acuerdo del cese al fuego con las Farc –el 23 de junio– y estará en Cartagena el 26 de septiembre para la ceremonia formal de firma entre Santos y Timochenko.

Colombia, al fin, fue protagonista, acaso como nunca lo había sido, en la reunión anual de la Asamblea General. Un rito normal que, sin embargo, para el país este año tuvo características especiales.