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La paz, la guerra: ¿qué sigue?

Hernando Gómez Buendía plantea los escenarios que se le podrían presentar al país de fracasar los procesos de paz.

28 de mayo de 2001

Desde el primer dia supimos que Pastrana no firmaría la paz. Pero resulta ahora que tampoco logrará ‘consolidarla’ durante “el año y tres meses” de gobierno que le quedan. ¿Se acaba el plazo? Dice la Biblia que hay un tiempo para sembrar y otro para cosechar, un tiempo para la risa y otro tiempo para el llanto, un tiempo para nacer y otro para morir. Pues puede ser que, en efecto, haya pasado el tiempo de la paz para Pastrana. —Primero y por supuesto, porque un gobierno con el sol a la espalda no puede asegurar la aprobación de las reformas ni adoptar las decisiones audaces que exigirían los procesos en curso. —Segundo, y para peor, porque a Pastrana le queda menos tiempo del que dijo. La campaña electoral está por despegar, de suerte que en vez de ideas serias sobre la guerra y la paz tendremos varios meses de jingles y emociones sobre la guerra o la paz. —Tercero, porque eso que llaman “historia de Colombia” se reduce a que cada presidente invente algo distinto de su antecesor. Sobre todo si el antecesor no ha mostrado resultados. —Cuarto, y entrando un poco más al fondo, porque el Presidente que cuenta no es Pastrana sino Bush. Porque la nueva política de Washington hacia Colombia se ha limitado a probar que las Farc son un cartel. Porque Pastrana comenzó a decir lo mismo. Y porque los republicanos no dialogan con comunistas-narco-terroristas. La calle ciega Pero el asunto no es sólo de timing, como dirían los gringos. También hay fallas de diseño que dificultan la culminación del proceso o —para ser precisos— la iniciación del proceso. La zona de distensión ha sido a un mismo tiempo el requisito y el punto flaco de la negociación con las Farc. Requisito, porque esa fue la condición exigida por Marulanda (más exactamente, la condición que permitió al ‘comandante’ balancear las tensiones internas de las Farc). Punto flaco porque el proceso desde entonces se redujo a discutir sobre el despeje, en lugar de ocuparse de la paz. Cierto que el área de distensión ha logrado mantenerse, que se ha avanzado en construir confianza, que se acordó una agenda-enciclopedia y que la comunidad internacional ha acompañado el proceso. Cierto que lo anterior ha servido para apreciar mejor la sinrazón del conflicto y para desmitificar la guerrilla en el exterior. Cierto también que el ‘Acuerdo de Los Pozos’, más que un acuerdo, fue un inventario de los reales desacuerdos. Este “sinceramiento” muestra a la vez la agenda verdadera de las partes y las trabas verdaderas del proceso. Repasemos. —Al gobierno, como de hecho a la mayoría de los colombianos, no le interesan las reformas que propone la guerrilla, sino que la guerrilla deje de asaltar, asesinar y secuestrar. Por eso el Presidente no ofreció reforma alguna, sino que pidió “reducir la intensidad del conflicto” y examinar un “cese al fuego”. Pero las guerrillas, sin apoyo del pueblo, no tienen otra vía que sostener el fuego y escalar el conflicto. —A la guerrilla no le interesa mucho el apoyo popular (o sea las reformas) sino la suerte de sus propios efectivos; por eso su insistencia en el canje y en el desmonte del paramilitarismo. Pero el gobierno no podría hacer el canje sino bajo el disfraz de ‘intercambio humanitario’ ni emplearse de veras contra los paras sin descuidar la lucha contra la guerrilla. —A Estados Unidos no le interesa más que la droga. Por eso el gobierno de aquí sigue con el Plan de allá, mientras las Farc aclaran que no se oponen a la erradicación manual y el cambio de cultivos. —A Pastrana, a Marulanda y a la DEA les interesa seguir en conversaciones; por eso las varias ‘mesas’, ‘audiencias’ y ‘comisiones’. Pero a ninguno de ellos les interesa adquirir compromisos valederos; por eso siguen sin dientes todas las mesas, audiencias y comisiones. Y así llegamos al centro del asunto. La negociación con las Farc no puede estar agonizando, porque en realidad ni siquiera ha comenzado. Ni las reglas de juego, ni los árbitros, ni alguna idea más o menos definida sobre el contenido eventual de las reformas, ni las condiciones y términos de la desmovilización, el desarme y la reinserción se han asomado aún sobre el horizonte. Tamaña falta de claridad se debe a que la ‘guerra’ de las Farc no es política o a que es apenas marginalmente política. Claro que hay un discurso y tal vez hasta un sueño. Pero los supuestos beneficiarios de ese sueño no se sienten defendidos sino, al revés, agredidos, por la insurgencia. Claro que hay una amenaza al establecimiento. Pero no la amenaza creíble de la revolución, y por eso el establecimiento no tiene presión ni motivo para aceptar las reformas. Así que el choque de aparatos militares —nuestra guerra premoderna entre señores que se disputan el territorio y se alimentan con sus excedentes— podría prolongarse per secula seculorum. Salvo porque la coca fue desplazada de Perú y Bolivia hacia Colombia, donde está resguardada —y donde nutre— a los grupos armados. Entonces surgió el libreto de la paz para Pastrana: una entente entre las Farc y la DEA, avalada por la amenaza de los helicópteros y aceitada por la esperanza de las reformas. El papel de la dirigencia colombiana no era más —ni era menos— que encontrar y tramitar las reformas, darle una cara —y una salida— ‘política’ a esta guerra puramente militar. Pero hasta ahora no ha habido dirigencia. La version ELN Aunque parece enteramente distinto —y aunque es distinto en todos los detalles y casi todos los sentidos— el proceso con el ELN acabó repitiendo el proceso con las Farc en los tres o cuatro puntos que importan a este análisis: —También en este caso se han obtenido avances, como el preacuerdo de Mainz, el prolijo reglamento de La Habana, la libertad de los soldados y de algunos secuestrados, o el acompañamiento de los ‘países amigos’. —Igual que la zona de distensión, la ‘zona de encuentro’ ha sido la base y la tara del proceso. Primero por inercia y por torpeza de los mediadores de buena voluntad, ahora porque los necesita para sobrevivir, el ELN se aferra a San Pablo y Cantagallo. Pero Castaño manda en el sur de Bolívar y el gobierno no tiene modos o ganas bastantes para garantizar la tranquilidad en la zona. —Igual que la agenda de San Vicente, la Convención Nacional sería el mecanismo para encontrar y acordar las reformas que le dieran un rostro y una salida ‘política’ a esta otra guerra que se dice política (y hasta lo es algo más) pero en efecto es premoderna, territorial y militarista. —De modo que el proceso de paz con el ELN tampoco está agonizando porque no ha comenzado todavía. El escenario base La primera opción del gobierno Pastrana es estirar la cuerda por el año y tres meses que le quedan. Bajo este ‘escenario cero’ continuarían las charlas en San Vicente, se mantendría el ciclo de altas y bajas con los ‘elenos’, proseguiría la “negociación en medio del conflicto” y las cosas seguirían como van. Claro que las cosas, como van, no van. No va el despeje del sur de Bolívar. No va el canje, ni las audiencias, ni el Acuerdo de Los Pozos con las Farc. No van los golpes contundentes a Castaño —ni va el comienzo de un diálogo con él—. No van los bombardeos del Plan Colombia a la guerrilla —ni van los contactos de ‘Reyes’ con la DEA—. No va el consentimiento ni el silencio de las Fuerzas Armadas. No va un pacto —ni siquiera una luz— de los tres candidatos opcionados sobre cómo seguir o no seguir el camino intentado por Pastrana. “Con la mano en el corazón”, el propio Andrés mostró su desaliento esta semana. Y no era para menos. Las masacres de Alto Naya y La Caucana, donde los bandos escalaron su barbarie. La confirmación de que el atentado contra Wilson Borja provino de los cuerpos de seguridad. El ultimátum de Pablo Beltrán. El veto puro y simple de Castaño. Las carreteras bloqueadas por la guerrilla. El descalabro de Colombia en la Comisión de Derechos Humanos. El comentario de Marulanda sobre esperar al próximo gobierno. Las revelaciones de ‘Fernandinho’ sobre el cartel de las Farc. Los secuestrados en Valledupar. El endurecimiento detrás de la ‘legislación para la guerra’. La falta de hechos de paz que censuró la Andi. Las encuestas que muestran una opinión escéptica y hastiada… En fin, como dijimos, las cosas siguen por donde venían. La campaña electoral La primera variante de aquel escenario base podría provenir de las campañas. Para mal de nosotros es probable que el debate se refiera a la existencia del despeje y no a cómo ganar la guerra o coronar la paz. Es lo que ha sucedido hasta el momento con Alvaro Uribe agitando el coco de la mano dura y sin contarnos cuál sería su estrategia militar o cómo haría para dotar a las Fuerzas Armadas. Si la opinión se polariza —y esta es la carta de Uribe— el ‘modelo Pastrana’ quedaría mandado a recoger y la vía negociada volvería a cerrarse por muchos años. Pero los colombianos saben que hay algo que ganar y poco que perder con la negociación en medio del conflicto. Por eso a estas alturas parece más probable que a la segunda vuelta lleguen Horacio Serpa y Noemí Sanín, amigos ambos de la vía negociada. Ambos han hecho críticas y han propuesto cambios bastante hondos al diseño Pastrana. Cualquier cambio, sin embargo, tendría que ser convenido con la guerrilla y no sería entonces muy sustantivo. De modo que, en resumen, la campaña en sí misma no alejaría demasiado el ‘escenario cero’, aunque es pensable que Uribe acentúe el lado duro, Serpa incline el proceso hacia el ELN y Noemí profundice la línea Washington-Farc. Llegado a este punto ya puedo anotar que el ‘establecimiento’ no es monolítico, sino que incluye la gama de percepciones, teorías, prejuicios e intereses que va de Enrique Gómez a Angelino Garzón o de los generales a las ONG. Que en su propia medida y por sus propias razones, tampoco son monolíticas las Farc, o el ELN, o las autodefensas, o el gobierno gringo. Que esta diversidad impone límites al querer de cada jefe, dificulta los bandazos, demora los acuerdos, complica los análisis y desvirtúa las tesis simplistas sobre, digamos, si la guerrilla “es sincera” o “no es sincera” o si el Ejército viola o no viola los derechos humanos. Así que no basta el querer de un candidato o un presidente para cambiar el curso de la historia. Y que quien quiera gane las próximas elecciones se va a topar con los hechos y restricciones que en su tiempo y a su modo encajonaron a Pastrana. La mejor salida Antes de que el lector saque pañuelo o bote esta revista, dejo constancia de que los colombianos también podríamos hacernos a un futuro mucho más halagüeño. El escenario optimista podría comenzar porque las Farc y el gobierno empujen las ventanas entreabiertas por el Acuerdo de Los Pozos. “Disminuir la intensidad del conflicto” en temas como los niños-reclutas, la desaparición forzada o el secuestro, los cilindros o las minas quiebrapatas. Crear la comisión sobre paramilitarismo y enfrentarlo en serio. Hacer justicia en el caso de los indigenistas. Cambiar la fumigación por el control manual de los cultivos y defender unidos el interés nacional ante los gringos. Hablar de cese al fuego y no esperar las reformas para frenar la barbarie. Hacer el canje, o mejor, soltar a los enfermos. Pedirles a los países amigos y a la ONU que empiecen a arbitrar. Y en el caso del ELN, de pronto se trataría de aceptar la invitación de los boyacenses y organizar, bajo inspección internacional, el reasentamiento de los campesinos que quedarían expuestos en el sur de Bolívar. Lo que el doctor Pastrana dijo en Oslo fue a medias un lamento, pero también a medias una exhortación a los actores armados para que hagan virajes ahora mismo si quieren evitar algo peor. La ventana de oportunidad que brindan el contexto externo y la presencia del propio Pastrana comienza ya a opacarse y pronto pasará el minuto dorado para que las guerrillas negocien y las autodefensas se desmovilicen. También sería la hora en que los candidatos y la dirigencia podrían crecerse a la altura de Colombia. Cambiar los pellizcos sobre el despeje por la identificación, negociación y ejecución de las reformas necesarias para darle al conflicto su salida ‘política’. Cambiar también el apoyo abierto o encubierto a las seudosoluciones ilegales por la dirección y la solidaridad con las Fuerzas Armadas en el uso de su fuerza legítima. Pasar, en fin, de los acuerdos de canapé a un pacto amplio, lúcido y potente para ver de enderezar a este país antes de que se lo acabe de llevar el Patas. La peor salida Puede ocurrir también, y por desdicha, que las cosas acaben de dañarse. En el norte los paramilitares siguen ganando a punta de masacres. En el sur se recrudecen la guerra y contraguerra de la coca con aviones, daño ambiental y más masacres. El Coce, acorralado, pasa a la guerra de sabotaje, con apagones y secuestros aéreos, mientras las bases dispersas del ELN son cooptadas por las Farc o por las AUC. Los ‘ultras’ de las Farc se imponen con el argumento de la “guerra nacional” contra los gringos y de la recesión que ya estamos sufriendo. Los frentes cocaleros se siguen descomponiendo y la tropa se va lumpenizando. La opinión, alarmada, pide “orden”, y alguna dictadura con o sin el kepis se nos instala a la sombra de una ‘legislación de guerra’ igual o parecida a la que en estos días deambula en el Congreso. Con todo lo cual llegamos a la bonita, inútil y brutal ‘guerra civil’ que los locos de todas las pelambres vienen buscando hace años para Colombia. Las mutantes Si alguien insistiera en un pronóstico, quizá diría que el presidente Pastrana tendrá dos metas para el “año y tres meses” que le quedan: mantener vivo el despeje y los diálogos del Caguán y concretar un arreglo con el ELN. Levantarse de la mesa o declarar la muerte de ambos procesos sería un paso extremo o una admisión de fracaso en su proyecto-símbolo y casi único. Si lo coge la noche o lo acorralan, quizá deba escoger entre las Farc y el ELN sabiendo que ante las Farc lo acompañan más los gringos y que el ELN podría ser el premio de consolación. ¿Debo aclarar acaso que este escrito no pretendió ejercer la profecía, sino esbozar algunos referentes modestos para entender mejor lo que nos pasa, lo que podría pasarnos y lo que sería bueno que entre todos hiciéramos pasar?