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LA REFORMA INGRID

Cambiar la Constitución por un compromiso de campaña puede traerle más inconvenientes que beneficios al presidente Pastrana.

12 de octubre de 1998

Andrés Pastrana, como todos los presidentes, tiene ahora el problema de qué hacer con sus promesas electorales. Una campaña difícil, como la que lo llevó al poder, siempre está plagada de compromisos programáticos que a menudo no se pueden concretar en el gobierno. Las tres mayores promesas de Andrés Pastrana fueron: reunirse con los jefes de la guerrilla para iniciar el proceso de paz, bajar el IVA al 12 por ciento, e impulsar una reforma política que saneara las costumbres electorales en Colombia.
El primer punto lo cumplió antes de posesionarse, cuando se sentó con 'Tirofijo' y el 'Mono Jojoy' y estableció el primer contacto para hacer posible los diálogos de paz. El segundo es imposible de concretar por la situación de déficit fiscal del país. Bajar el IVA en el momento en que el Estado no tiene plata suficiente ni para pagar su funcionamiento no solamente es inviable sino que resultaría totalmente irresponsable. Sin embargo el gobierno acudió a una audaz fórmula que le permite aumentar los recaudos que percibe el Estado por cuenta de este impuesto sin que el Presidente incumpla del todo su promesa. Consiste en bajar el impuesto del 16 al 15 por ciento, pero aumentar simultáneamente los productos y servicios sujetos a este gravamen. En cuanto a la tercera promesa, la reforma, lograrla podría ocasionarle al Presidente un desgaste apreciable entre la clase política en un momento en que necesita consolidar respaldos en el Congreso para sacar adelante las iniciativas que en la práctica le permitirán gobernar.
La historia de esta reforma política arrancó con la adhesión de Alfonso Valdivieso a la campaña del presidente Pastrana. En ese momento el ex fiscal, virtualmente arrasado en las encuestas y con la perspectiva cierta de perder la nominación de la tercería frente a Noemí Sanín, decidió unirse a Andrés Pastrana para no desaparecer del todo de la contienda. Finalmente sus votos significaron un aporte liberal necesario para desconservatizar la aspiración de Pastrana. Como suele suceder en este tipo de alianzas, el oportunismo electoral se disfrazó de acuerdo programático. Fue entonces cuando se empezó a hablar de una reforma para limpiar la política de los vicios que la desprestigiaron ante los colombianos. Sin embargo solo en mayo de este año y con la adhesión de Ingrid Betancourt a la campaña pastranista la reforma política quedó en blanco y negro.
Ingrid, que conquistó la mayor votación para Senado, solo había puesto una condición para respaldar a Andrés Pastrana. Exigía que una vez llegara al gobierno impulsara una reforma que le quitara poder a las maquinarias parlamentarias y abriera espacios de participación a alternativas distintas a las de los partidos tradicionales. Su propuesta consistía, entre otros puntos, en reglamentar listas únicas al Congreso por partidos, sustituir el sistema de cuocientes y residuos por una cifra promedio repartidora, implantar el voto obligatorio, eliminar la elección de magistrados por parte del Congreso, quitarle a las cámaras la función de juzgar al Presidente en asuntos penales y elegir popularmente al Contralor y al Procurador.
La iniciativa evidentemente tenía buen recibo en un sector de opinión y el candidato la apoyó con entusiasmo. Gracias a ello los contactos con Ingrid, que habían iniciado Jaime Ruiz y Guillermo Fernández de Soto, se concretaron en la adhesión de la senadora. Tan pronto fue elegido, Pastrana designó una comisión para que estudiara la propuesta y le hiciera los ajustes jurídicos necesarios. De ese grupo hicieron parte Humberto de la Calle y los actuales ministros Parmenio Cuéllar y Hernando Yepes. El proyecto de Ingrid sufrió varias transformaciones, por ejemplo, se sustituyó la elección popular de Contralor y Procurador por un tribunal llamado Alta Corte Anticorrupción que se encargaría de los temas disciplinarios y fiscales.
Hasta ahí, en teoría, no había problema. Ingrid estaba de acuerdo con los ajustes a su propuesta inicial y el presidente Pastrana renovó su voluntad de buscar un consenso sobre el texto que sería sometido a referendo para implementar la reforma. Sin embargo lo que funciona en teoría, difícilmente se puede llevar a la práctica. Esta semana se conoció un concepto del Consejo de Estado que alertó de inmediato a los parlamentarios. El Congreso no podrá meterle mano a la reforma de origen gubernamental y se tiene que limitar a decir si se puede o no hacer un referendo. El ambiente no puede ser peor: el Congreso siente que se le está quitando poder, la última vez que un gobierno recogió una iniciativa popular, la séptima papeleta, los parlamentarios terminaron con su mandato revocado. Además hay fuertes críticas a los costos de esta consulta popular y como si fuera poco cualquier iniciativa ligada al nombre de Ingrid Betancourt espanta en el Congreso, especialmente a las mayorías liberales.
En este escenario no demoró mucho en surgir quien le montara teoría a la inconformidad de los congresistas. Horacio Serpa y Juan Manuel Santos han sostenido que los temas que tratará la reforma son insignificantes frente a las verdaderas preocupaciones del país, que se sitúan en los campos de la economía y la paz. Afirman, además, que la Constitución del 91 aún está recién expedida y que si la Carta se cambia cada cuatro años Colombia terminará sin ninguna Constitución. A estos argumentos, que suenan lógicos, se suma el hecho de que el gobierno tiene que reservar cartuchos para batallas más importantes, como la reforma tributaria y las leyes necesarias para concretar los eventuales acuerdos de paz con la guerrilla.
Por todos estos, es cada vez más claro que al presidente Pastrana le convendría mucho cancelar la iniciativa del referendo o por lo menos aplazarla un buen tiempo, aunque no se atreva a reconocerlo. El problema está en 'conejiar' a Ingrid, una senadora apasionada, con convicciones y una imagen sólida en un sector de la opinión. Lo cierto es que el costo de intentar esta reforma política es muy grande y que por esta vía el presidente Pastrana puede aprender una lección, por la que pasaron sus antecesores: lo único peor que excederse en compromisos de campaña es tratar de cumplirlos todos.