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LA SEMANA DE SAMPER

SAMPER SE APRESURO A CONVERTIR LA CARTA DE LOS EX PRESIDENTES EN UN GESTO DE APOYO, Y EN ELLO LES GANO LA MANO A SUS OPOSITORES

MARIA ISABEL RUEDA
4 de marzo de 1996

Entre samperistas y antisamperistas hay un común denominador: a los primeros los admira, a los segundos los escandaliza, que el Presidente todavía se encuentre en el poder. Que se haya aferrado de esa manera, con esa terquedad, en circunstancias tan adversas que a cualquier otro lo tendrían bajo una grave crisis nerviosa, demacrado, titubeante y gravemente obnubilado.
Eso no tiene sino una de dos explicaciones. La de que el Presidente es muy inocente, como creen algunos, o muy culpable, como creemos los demás. En el primer caso nos encontraríamos al frente de la desafiante tesis de que al Presidente de Colombia lo pueden elegir sin que él mismo sepa cómo. En el segundo, estaríamos frente al caso de un Presidente que, ante la avalancha de pruebas que lo están acorralando, se atrinchera en el Estado para defenderse, porque tiene calculado que al estarse cayendo del poder se defiende mejor por dentro que por fuera de la órbita del gobierno.
Pero lo cierto es que, en su aferramiento al poder, Samper llevaba, antes del asesinato de Elizabeth de Sarria, que sin duda constituye un golpe contundente contra su ya castigada estabilidad en el gobierno, una semana de buena racha.
El viernes de esa semana fatídica en la que el ex ministro Fernando Botero decidió destapar sus cartas había logrado algo que parecía muy difícil: controlar el descontento militar. Todos los rumores indican que hubo grandes discusiones al interior de la cúpula por lo que muchos militares consideraron que había sido un inaceptable apoyo de los generales al Presidente, horas después de que su ex ministro de Defensa había señalado su culpabilidad. Se habló de una avalancha de renuncias. Se habló de que había un operativo militar que enrumbaba hacia Palacio. Se habló, incluso, de que el general Bedoya manejaba un tanque hacia la casa presidencial. Todo eso resultó no ser cierto, pero sí despejaba una verdad: la de que había que reafirmar las riendas del Ejército, que amenazaban con soltarse tras la renuncia del general Cifuentes, "porque ya no creía en el Presidente". Samper, sin que eso estuviera planeado, se hizo presente en el Ministerio de Defensa esa noche para clausurar la junta de comandantes. Eso exacerbó el descontento de algunos, pero logró su cometido de aplacar lo que habría sido un puntillazo de golpe fatal para la estabilidad del Presidente.
El domingo siguiente el ministro Serpa demostró en un programa de televisión que es el mejor agente de publicidad de un gobierno gravemente averiado. Con su asombrosa verborrea política y una innegable habilidad para manejar las verdades sofísticas, impidió que en el programa Sala de Redacción se le hicieran las preguntas que no le convenía contestar, pero en cambio se las arregló para dar las respuestas que le servía dar.
El lunes vino la carta de los ex presidentes. Un documento que bien podría pasar a la historia como un ejemplo de las cosas que se pueden escribir para que cualquiera las interprete a su manera. El Presidente, hábilmente, se apresuró a convertirlo en un gesto de apoyo, y en ello le ganó la mano a sus opositores, quienes tuvieron menos éxito en su empeño de que la opinión lo interpretara como un regaño al Presidente por andar manoseando el tema social como la principal herramienta de su defensa personal.
Ese mismo día Samper también logró que Carlos Lleras de la Fuente, embajador en Washington, anunciara a la opinión su decisión de no renunciar. Y con ello logró despejar en algo el panorama de la certificación, pues es obvio que, de no existir ninguna esperanza, Lleras habría empacado sus maletas.
El martes Samper logró una de sus mejores pruebas: haber conseguido que Morris Harf le aceptara el Ministerio de Comercio Exterior. Prueba no solo por el buen concepto que la opinión calificada tiene de su nuevo Ministro, sino porque Harf no solo fue la mano derecha de Carlos Lleras, sino uno de los mejores amigos de Luis Carlos Galán, y contribuyente y asesor de Andrés Pastrana en su campaña para la alcaldía. Moñona.
También ese día el Presidente pronunció su discurso ante el Congreso, que ha sido considerado como un favorable viraje en el tono del mandatario, hacia un lenguaje más humilde y conciliador.
El miércoles, el Presidente logró producir una nutrida división conservadora en el seno del Congreso. Más de 30 representantes conservadores anunciaron su decisión de apoyarlo. A punta de puestos, eso sí, como una representante lo reconoció ante los medios ("¿cómo vamos a renunciar a ellos si nos ha costado tanto trabajo conseguirlos?"). Puestos que incluyen ministro de Obras y nuevo director de la Aeronáutica. ¿Inmoral? Sí, pero superproductivo en términos políticos.
Y el jueves, para culminar la buena racha, se produjo lo que el Presidente debía estar esperando hace semanas: que comenzara a reflejarse en los medios un cansancio por el tema, y una desesperación por buscar noticias en otros frentes distintos al de su propia desgracia personal y política. Pero el viernes, como ha sido una constante en todo este proceso, cuando Samper pensaba que se le abría la posibilidad de respirar tranquilo por un tiempo, asesinan a Elizabeth de Sarria. Como un ave de mal agüero, la muerte de la 'monita retrechera" advierte que, por bien que haga las cosas, el Presidente puede tener ya cerrado el círculo de su mala suerte.