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LA SOMBRA DEL VOLCAN

Diez años después de la tragedia de Armero, los damnificados tienen techo pero no empleo.

11 de diciembre de 1995

HACE 10 AÑOS LLEGO EL SIlencio. El pueblo, que estaba acostumbrado a las noches escandalosas, en las cuales no sólo se oía el golpeteo de las bolas de billar sino también la música de despecho y las calurosas discusiones de temas agrarios y políticos, de repente se silenció. La historia de Armero llegó a su fin por tercera vez en 390 años. Aquel pueblo pacífico, que igualmente podía llegar a ser violento, como cuando los liberales asesinaron al padre Ramírez el 9 de abril de 1948 acusándolo de chulavita, se había borrado del mapa. Era miércoles, un poco más de las 11 de la noche y 13 de noviembre de 1985.
Después del infernal ruido causado por la avalancha de piedra y lodo, los quejidos de los sobrevivientes, el sobrevuelo de los helicópteros y los gritos de los auxiliadores se tomaron por unos días al pueblo. Luego, llegó el silencio. El mismo silencio que invade hoy a Lérida, el pueblo tolimense ubicado a 11 kilómetros hacia el sur de Armero, donde el Estado decidió construir una nueva población con los damnificados de la avalancha de muerte y uno que otro colado que llegó a la región aprovechando que por allá estaban regalando casas a las víctimas de la tragedia.
Pero pese a la cantidad de dinero que el gobierno invirtió en la región -más de 5.000 millones de pesos, según cifras oficiales-, el silencio del camposanto de lo que es hoy Armero parece haberse trasladado a Lérida. No importa que la mayoría de sus calles estén pavimentadas y que tenga grandes avenidas de doble calzada, glorietas, centros comerciales, un gran hospital, buena cobertura de luz, en fin, infraestructura suficiente. En Lérida, donde hoy en día la mayoría de sus habitantes es sobreviviente de la tragedia, el pueblo es silencioso y triste, como si 10 años después de la tragedia no hubiera podido reponerse.

NO HAY TRABAJO
La pesadilla de gran parte de los armeritas aún no termina. Aunque recuperaron sus casas y recibieron préstamos para fundar microempresas o pequeños negocios, en la actualidad algunos están abandonando la región a causa de la falta de empleo. Lo que pocos entienden es cómo un pueblo que fue prácticamente construido en 1986 tiene tantos problemas. Para Rosario Saavedra, investigadora del Cinep y quizás una de las personas que más conoce la problemática de Armero en Colombia, "el problema es que la reconstrucción se hizo únicamente desde el punto de vista físico y se olvidó por completo el humano. Fue algo hecho desde Bogotá para el norte del Tolima sin tener en cuenta las necesidades y opiniones de los pobladores de esa región ".
Parece tener razón. Desde el punto de vista físico no hay quien se queje. La planeación arquitectónica de Lérida y su infraestructura en general no tienen lado malo , pero la falta de capacitación tanto sicológica como profesional de los sobrevivientes es notoria. Hoy en día no hay trabajo, sencillamente porque no hay fuentes de empleo. El 90 por ciento de las microempresas fracasó. Y fracasó por la falta de planificación a la hora de otorgar los créditos. Según Saavedra, la reconstrucción económica debió haber estado centrada más en la habilitación de tierras y un nuevo sector para el desarrollo agroindustrial que en el fortalecimiento de pequeños comercios y servicios, como se terminó haciendo. Las mismas instituciones encargadas de esto terminaron reconociéndolo. De acuerdo con un estudio de 1987 de Corfas (Programa de crédito a pequeños proyectos de damnificados del Ruiz), "el otorgamiento de créditos para pequeños negocios obedeció al desconcierto que todos vivían en ese momento frente a la magnitud de la catástrofe y a la necesidad de dar respuestas rápidas a la emergencia. Factores que influyeron en la escasa profundización en el estudio de los proyectos, y especialmente en la identificación de las actividades microempresariales con mayores perspectivas de desarrollo".
Esa falta de estudio y de seguimiento, así como varios problemas que surgieron en la comercialización de los productos, llevó a las microempresas al fracaso. La única con importancia que funciona en la actualidad es una de mujeres impulsada por el Minuto de Dios, que arrancó con nueve máquinas de coser y un capital de 35.000 pesos. Como si fuera poco, hoy en día sólo queda una entidad -Actuar- que continúa impulsando créditos para fuentes de ingreso.
Es claro, pues, que la parte económica de Lérida no despega. Lo que se pensó que podría llegar a ser la ciudad industrial del Tolima no arrancó. El gran comercio y el turismo sólo funcionan a muy baja escala. No se sabe a ciencia cierta cuál es la cifra de desempleo. Para el alcalde anterior, Luis Hurtado, en 1994 había 42 por ciento de desempleados, pero para el actual, Lizardo Moreno, la cifra llega sólo al 12 por ciento. Más allá de las estadísticas, lo cierto es que no es necesario ser un experto para darse cuenta de la falta de trabajo que hay en la región. La esperanga que tienen los habitantes es una fábrica de productos lácteos que entró a funcionar hace un año y que hasta el momento genera 80 empleos.
Para acabar de rematar, las quejas de la actual administración de Lérida al gobierno central son fuertes. Al alcalde Moreno no le preocupa mucho el desempleo ya que cree que la zona industrial despegará en los próximos años, pero lo que sí lo trasnocha es la falta de auxilios. "La estratificación es lo que nos ha perjudicado -dice Moreno-. Nosotros estamos en la categoría seis, lo que significa que los auxilios son mínimos, y para acabar de terminar cada año nos reducen más la cuota. En 1994 dieron 840 millones de pesos y para el próximo año estamos esperando apenas 647".

ABANDONO DE TIERRA
La situación no es fácil, y es por eso que, aunque las autoridades lo nieguen, desde hace algunos años empezó un preocupante proceso de emigración. Algunos habitantes creen que sus casas son desechables por estar construídas con materiales prefabricados y porque los bancos no prestan dinero sobre las que pertenecen a damnificados. No hay una cifra exacta de cuánta gente ha vendido sus viviendas, pero algunos maestros de escuela dicen que en cada manzana hay por lo menos dos casas abandonadas y un funcionario del Minuto de Dios afirma que mínimo el 50 por ciento de las casas que ellos entregaron están vendidas.
Es tal el proceso de emigración que hasta el proyecto Brujas, que consistió en adquirir tierra para construir viviendas agrícolas, se acabó. Los participantes decidieron vender sus parcelas a dos comerciantes que cambiaron la utilización de la tierra y la dejaron para la ganadería. Por eso van a ser demolidas las 150 casas que se habían construido para los damnificados. La mayoría de los antiguos propietarios se trasladaron hasta Mariquita, donde compraron taxis, viven de ese negocio y no quieren saber nada de su pasado.
Nadie sabe en qué terminará convertida Lérida. Algunos todavía tienen fe de que la zona industrial funcione y de que la fábrica de lácteos no sea la única empresa capaz de generar empleo. Tampoco hay mucha esperanza en el sector agrario, donde a pesar de haber recuperado el terreno y ser hoy una de las regiones con mejor tierra del país, los agricultores no consiguen vender adecuadamente sus productos. Según Angel Martínez, concejal de Armero-Guayabal, "las grandes haciendas que siguen cultivando la tierra lo hacen más por generar empleo y hacer patria que por la poca ganancia que les da ".
Si los armeritas no quieren recordar su pasado, del futuro parece que no quieren ni saber. Muchos de ellos creen que nunca volverán a construir su pueblo y que en cualquier parte del país habrá siempre algún sobreviviente de la tragedia tratando de rehacer su vida. Así lo dice Rubén Darío Guevara, un armerita: "Hay que entender de una vez por todas que Armero se acabó y que hoy, aunque tenemos una mejor casa, nos quedamos con lo mismo que teníamos unas horas más tarde de la avalancha. Sólo nos queda el dolor y la zozobra".-