Home

Nación

Artículo

LA SUPER NIÑA

Con su cara de "yo no fui", la canciller Noemí Sanín cada vez vuela más alto.

7 de junio de 1993

ERAN LOS TIEMPOS DEL PELO LARGO y la bota ancha. Por los corredores de la Universidad Javeriana se paseaba la joven y brillante alumna de derecho, Noemí Sanín Posada. Estudiosa, inteligente y revoltosa, el hecho de haberse casado en el segundo semestre de carrera no parecía, sin embargo, augurarle un futuro muy brillante, al lado de prometedores condiscípulos como Ernesto Samper Pizano, Carlos Pizarro Leongómez, Julio César Turbay Quintero y Juan Manuel Turbay Marulanda. Menos futuro profesional aún se le vaticinó cuando a los pocos meses de casarse quedó embarazada: la lógica indicaba que incluso si terminaba la carrera, se convertiría en poco tiempo en una ama de casa más.
El único que en contra de todas las demás opiniones aseguraba que Noemí llegaria lejos, era el padre Gabriel Giraldo, decano de derecho y famoso ya entonces por su capacidad para formar líderes políticos y empresariales, y conseguirles puesto apenas salían de la facultad.
Pero en un principio las cosas indicaron que el sacerdote se había equivocado. La explicación a que estuviera casada siendo tan joven es que después de siete años de un noviazgo celosamente vigilado por su madre, ella le había organizado un matrimonio tradicional con su primer y único novio, Diego Durán Cabal, un valluno que le llevaba 12 años. No eran estas las mejores condiciones para que la joven profesional saliera adelante en su carrera.
Este tipo de situaciones eran comunes en la sociedad paisa. La familia de Noemí era una gigantesca tribu de 15 hermanos, y tantos tíos por lo Sanín como por lo Posada, que en Medellín es difícil encontrar hoy alguien que no sea pariente de la actual Canciller por algún lado.
Los Sanín Posada tienen en total 146 primos hermanos.
Poco tiempo después de graduarse de la universidad y en momentos en que hacía sus pinitos como funcionaria del sector financiero, Noemí se trasladó con su esposo al ingenio azucarero de Pichichí, en el Valle, cuya gerencia él asumió, y donde vivieron un par de tediosos y largos años.
Un amigo de la pareja recuerda que "para cualquiera que compartiera con ellos un fin de semana, era obvio que las cosas andaban mal, y que las limitaciones de verse convertida solo en ama de casa en medio de un ingenio, estaban agotando la paciencia de Noemí".
Fue entonces cuando la joven esposa decidió jugarse una última y desesperada carta para salvar su matrimonio y recobrar las posibilidades de convertirse en la mujer profesional y moderna que siempre había soñado ser. Había conseguido inscribirse en un par de cursos sobre derecho financiero en España, y quiso aprovechar la oportunidad para vivir en Europa seis meses con su esposo y olvidar los malos tiempos de Pichichí.
UNA NUEVA VIDA
Pero el viaje a Europa nada arregló y todo concluyó con una dolorosa separación. Después de siete años de matrimonio, Noemí Sanín se encontró de la noche a la mañana sola, sin un peso y con una vida sentimental y profesional por construir. Una de sus hermanas asegura que "en ese entonces nació la Noemí de hoy". Tenía a su favor el haber iniciado una carrera en el sector bancario y el haberse desempeñado bien en su primer cargo, como jefe de la oficina jurídica de Davivienda. Luis Guillermo Soto, entonces presidente de esa corporación de ahorro y quien se considera su descubridor, recuerda que Noemí "era una ejecutiva competente, que tenía la virtud de llegar en segundos al meollo del problema".
Vino luego su vinculación a la corporación Colmena, donde ocupó en línea las tres vicepresidencias y tuvo así la oportunidad de empaparse de todos los secretos del oficio. "Fue entonces cuando aprendí a que no me embistiera un balance", recuerda la propia Noemí en una entrevista que sostuvo con SEMANA y en la cual solo aceptó hablar de su carrera y no de su vida personal.
Y fue justamente en el campo de su vida personal en el que por esos años' y mientras se desarrollaba su ascendente carrera, sucedió algo que había de cambiar su vida. El presidente de Colmena, Mario Alberto Rubio, se enamoró de ella. Era algo que ninguno de sus compañeros de trabajo había podido predecir, pues las relaciones laborales entre el jefe y la vicepresidenta habían sido siempre tensas. Las fricciones continuaron aun después de que Cupido los hubiera flechado. Ella era una ejecutiva audaz y decidida, que siempre quería ir un paso adelante, mientras él se caracterizaba más bien por su lealtad a la administración ortodoxa y pausada del Grupo Social.
Pero al poco tiempo de que Rubio le declarara su amor, fue evidente que no podrían permanecer juntos en la cúpula de Colmena. De común acuerdo decidieron sacrificar sus cargos para conservar su relación, y ambos presentaron sus respectivas renuncias. A él se la aceptaron. A ella en un principio también.
Pero a los pocos días, la junta directiva de la corporación cambió de opinión. Sus miembros decidieron que la incompatibilidad creada por la mezcla del amor con el trabajo, no necesariamente tenía que resolverse con la salida de los dos. Al menos uno podía quedarse, y fue así como decidieron ofrecerle a Noemí la presidencia que Rubio acababa de dejar vacante.
HORA DE COSECHAR
Durante los cinco años en que Noemí permaneció como presidenta de Colmena, la entidad creció y se consolidó. A pesar de que por aquel entonces ya asomaba la crisis financiera que golpeó duramente al sistema al iniciarse la década de los 80, Noemí tuvo la suerte de presentar siempre buenos balances. "Hicimos cosas realmente revoluciosarias dentro del sistema Upac, especialmente en lo que a introducirle un gran peso a los criterios sociales se refiere", recuerda la hoy Canciller de la República.
Era la primera mujer que ocupaba la presidencia de una entidad financiera y ya por aquellos días hacía carrera el concepto según el cual, con todo y su cara de yo no fui, Noemí Sanín Posada era un verdadero Concorde. Dicho concepto llegó a oídos de Belisario Betancur, viejo amigo de su padre y a la sazón candidato presidencial, quien comenzó a invitarla a reuniones de trabajo de la campaña, en especial aquellas en las cuales se empezaba a trazar la política de vivienda social, anunciada como bandera por el candidato del "sí se puede".
El 8 de agosto de 1982, con apenas 24 horas de haberse posesionado como Presidente Betancur la llamó por teléfono y le ofreció que se convirtiera en consejera presidencial. Fue el primero en escuchar una negativa como respuesta. Los siguientes fueron cuatro ministros de su gabinete, entre ellos Rodrigo Marín y Guillermo Alberto González, quienes le ofrecieron sus respectivos viceministerios, y también recibieron un no como respuesta.
"Dejen de ofrecerle viceministerios a Noemí, les dijo Betancur por aquellos días, que ella lo que quiere es ser ministra". La percepción del primer mandatario era correcta. Año y medio después, cuando una crisis desatada por la adjudicación de espacios de televisión llevó al ministro de Comunicaciones y alter ego de Betancur, Bernardo Ramírez, a renunciar, le llegó la hora a Noemí.
Asumió la cartera de Comunicaciones y conformó un clan femenino con su viceministra María Cristina Mejía, su secretaria general María Clemencia Rodríguez, y la directora de Focine María Emma Mejía, que hizo historia por aquellos días. Pero lo que entonces fue el mayor éxito de su carrera profesional, contrastó con un nuevo fracaso sentimental. Su novio, Mario Alberto Rubio, con quien llevaba ya varios años desde cuando se habían conocido en Colmena, fue muy franco con ella y le dijo que no quería para su vida una mujer dedicada a la política.
Vinieron tres años de soledad, pero también de protagonismo. Muy pronto se destacó en el ramillete de ministros, no solo por su condición de mujer sino porque comenzó a sorprender con su habilidad para ganar el favor de los parlamentarios a sus causas. Fue así como contra todo pronóstico, logró sacar adelante la ley 42 de televisión en el último y tradicionalmente muerto año legislativo del Gobierno. Así también, saltó todos los obstáculos para dar vía libre a la televisión por cable, a los canales regionales de televisión y a la red pública de datos. Fueron todas decisiones polémicas frente a las cuales no faltaron las críticas. Pero sea como sea, cuando dejó el Ministerio el 7 de agosto del 86" nadie pudo decir que Noemí había sido una ministra más.

REGRESO AL ASFALTO La culminación del gobierno de Betancur, una época que Noemí recuerda como "amarga y de desprestigio de quienes estábamos más identificados con esa administración", la llevó de regreso al sector privado. Inicialmente montó una pequeña oficina con María Cristina Mejía. "Era tan chiquita, que cuando llegaba un cliente una de las dos tenía que salirse", agrega la Canciller.
Pero el asfalto duró poco. Luis Carlos Sarmiento decidió reclutarla para su poderosa organización financiera. Le ofreció la presidencia de la Corporación Financiera Colombiana y la convirtió en uno de los ejecutivos mejor pagados del país, y sin duda en la mujer ejecutiva mejor pagada del país. Los buenos balances siguieron caracterizando su carrera de banquera, así como las tentaciones de la política. Dirigentes conservadores de la capital le ofrecieron respaldar su nombre para la Alcaldía de Bogotá, pero ella hizo cálculos que no le dieron los mejores resultados y prefirió rechazar la oferta.
A pesar de que seguía sintiendo una gran atracción por la política, durante esos años había aprendido a apreciar la tranquilidad de estar menos expuesta al público. Y aún más importante que todo esto, había recuperado su relación sentimental con Mario Alberto Rubio y se había casado con él. Dicen quienes más la conocen, que la reconciliación fue el resultado de un acuerdo de reglas del juego celebrado hacia 1986 en el restaurante Le Toit. Una vieja amiga de la Canciller dice que "la base del acuerdo fue el dejar hacer a cada uno su vida profesional". Terminaron así más de tres años de soledad, durante los cuales salió con muchos amigos, pero tanto su estatus como su hoja de vida intimidaban a los admiradores.
El acuerdo al que había llegado con su esposo fue severamente puesto a prueba a fines de 1990, cuando el presidente César Gaviria le ofreció a Noemí la embajada colombiana en Caracas, sin duda una de las tres más importantes del ramillete diplomático. Aceptar el cargo implicó para ella vivir separada de su esposo y alejarse por primera vez de su hija María Ximena, su mayor debilidad, pues ambos se quedaron en Bogotá.
EL ARMA SECRETA
Una vez más los sacrificios de su vida personal contrastaban con los éxitos de su carrera. Inicialmente los venezolanos la recibieron con una mezcla de sorpresa, cordialidad y prevención. Un diario caraqueño publicó en primera página la foto de la embajadora con el título de "El arma secreta de Gaviria", expresión que reflejaba el sentimiento de muchos venezolanos que veían en Noemí una especie de caballo de Troya enviado por Colombia. Pero luego vino la conquista. Con su belleza, su amabilidad y su capacidad para empaparse en pocas semanas de los secretos de la actividad política y empresarial de Caracas" la embajadora rompió muchas barreras, hasta el punto de que no era extraño encontrar en su residencia a la hora del almuerzo o de la comida, a aquellos connotados periodistas y dirigentes que se habían caracterizado siempre por su animadversión hacia Colombia.
CANCILLERIA Y ENCUESTAS
Saltar de allí a la Cancillería fue solo cuestión de tiempo. El presidente Gaviria, un hombre que poco cree en la habilidad de las mujeres para la política, se había descrestado con ella desde cuando él era presidente de la Cámara y líder de la oposición liberal al gobierno de Betancur, y Noemí era ministra de Comunicaciones.
Más allá, de las limitaciones de su escaso inglés, desde ese cargo la Canciller ha cautivado a muchos. Pocos olvidan la forma como el secretario de Estado norteamericano James Baker la miró con ojos entornados, en la firma en Ciudad de México de los acuerdos de paz para El Salvador, en el curso de una ceremonia durante la cual estuvieron varias horas sentados el uno al lado del otro, conversando animadamente.
Un funcionario gubernamental que ha viajado con ella en varias ocasiones y la ha acompañado a numerosas reuniones de cancilleres y a encuentros con jefes de Estado y de gobierno de diferentes países del mundo, asegura que "su condición de mujer, su audacia de paisa y su lenguaje directo característico más del sector privado que de la diplomacia tradicional, le han permitido sorprender, encantar y romper muchas barreras". Claro está, asegura la fuente, que los diplomáticos de la vieja escuela a veces se intimidan, "pero la verdad es que para estos tiempos de apertura e integración, el estilo desacartonado de Noemí, que poco cree en el protocolo, logra resultados".
Hasta aquí, todo muy claro. Pero ahora ¿qué le espera a Noemí? Lo sucedido la semana pasada, cuando ella y el fiscal Gustavo de Greiff rechazaron la oferta de un grupo de parlamentarios de integrar un tiquete con ella como candidata a la Presidencia y él a la Vicepresidencia, indica que siempre hay nuevas tentaciones en el camino. Ella prefiere no referirse a sus posibilidades presidenciales, pero rechasa de plano otras opciones, como aspirar a la Alcaldía de Bogotá o aceptar una candidatura a la vicepresidencia con uno de los actuales aspirantes presidenciales.
Sus asesores le endulzan el oído con encuestas que la favorecen. Un reciente estudio de la firma de sondeos de opinión de Napoleón Franco sobre la relación de imagen favorable y desfavorable de varios personajes del gobierno y la politica, la dejó bien parada. Tiene 51 por ciento de favorabilidad" contra sólo nueve por ciento de desfavorabilidad. Para poder medir el alcance de este guarismo, vale la pena compararlo con el de otros ministros como Rafael Pardo, que tiene 37 contra 23; o Fabio Villegas, que tiene 22 contra 15; o con los de los principales candidatos presidenciales como Andrés Pastrana, que tiene 57 contra 27; Ernesto Samper, con 45 contra 26, o Antonio Navarro, con 52 contra 32.
Incluso se puede decir que otro sondeo reciente, del Centro Nacional de Consultoría, en el cual alrededor del 80 por ciento de los colombianos declaró que no encontraría reparos en votar por una mujer para la Presidencia, también le favorece. Pero aun así, es difícil imaginar que una mujer con cara de niña linda y adorable sea capaz de convencer un día a la mayoría de los electores, de que es capaz de gobernar este país de cafres del que hablara Darío Echandía. Mientras tanto, mientras el tiempo dice sobre todo esto la última palabra, lo único que se puede afirmar ya con absoluta certeza es que, hace poco más de 20 años, cuando ella era la joven estudiante de derecho de la Javeriana, el que tuvo razón con respecto a su futuro fue el padre Giraldo.