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La tercería

Con la participación de la comunidad internacional el proceso de paz resucitó, pero aún está en cuidados intensivos. Sin resultados no puede sobrevivir.

29 de octubre de 2001

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Declaración asesor de la ONU James Lemoyne sobre proceso de paz (10 de enero de 2002)

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Declaración asesor de la ONU James Lemoyne sobre proceso de paz (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (9 de enero de 2002)

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Declaración asesor de la ONU James Lemoyne sobre proceso de paz (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (9 de enero de 2002)

Declaración de Camilo Gómez sobre el proceso de paz con las FARC. (10 de enero de 2002)

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Declaración asesor de la ONU James Lemoyne sobre proceso de paz (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (9 de enero de 2002)

Declaración de Camilo Gómez sobre el proceso de paz con las FARC. (10 de enero de 2002)

Comunicado de las FARC-EP a la opinión pública nacional e internacional (9 de enero de 2002)

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Declaración asesor de la ONU James Lemoyne sobre proceso de paz (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (9 de enero de 2002)

Declaración de Camilo Gómez sobre el proceso de paz con las FARC. (10 de enero de 2002)

Comunicado de las FARC-EP a la opinión pública nacional e internacional (9 de enero de 2002)

Comunicado de las Farc (10 de enero de 2002)



Cartas de las Farc a los diferentes sectores de la sociedad

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Declaración asesor de la ONU James Lemoyne sobre proceso de paz (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (9 de enero de 2002)

Declaración de Camilo Gómez sobre el proceso de paz con las FARC. (10 de enero de 2002)

Comunicado de las FARC-EP a la opinión pública nacional e internacional (9 de enero de 2002)

Comunicado de las Farc (10 de enero de 2002)



Cartas de las Farc a los diferentes sectores de la sociedad

Carta de las Farc al delegado del Secretario General de la ONU, James Lemoyne. 8 de enero de 2002

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Declaración asesor de la ONU James Lemoyne sobre proceso de paz (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (9 de enero de 2002)

Declaración de Camilo Gómez sobre el proceso de paz con las FARC. (10 de enero de 2002)

Comunicado de las FARC-EP a la opinión pública nacional e internacional (9 de enero de 2002)

Comunicado de las Farc (10 de enero de 2002)



Cartas de las Farc a los diferentes sectores de la sociedad

Carta de las Farc al delegado del Secretario General de la ONU, James Lemoyne. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a las Fuerzas Militares. 8 de enero de 2002

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Declaración asesor de la ONU James Lemoyne sobre proceso de paz (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (9 de enero de 2002)

Declaración de Camilo Gómez sobre el proceso de paz con las FARC. (10 de enero de 2002)

Comunicado de las FARC-EP a la opinión pública nacional e internacional (9 de enero de 2002)

Comunicado de las Farc (10 de enero de 2002)



Cartas de las Farc a los diferentes sectores de la sociedad

Carta de las Farc al delegado del Secretario General de la ONU, James Lemoyne. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a las Fuerzas Militares. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a Monseñor Alberto Giraldo. 8 de enero de 2002

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Declaración asesor de la ONU James Lemoyne sobre proceso de paz (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (9 de enero de 2002)

Declaración de Camilo Gómez sobre el proceso de paz con las FARC. (10 de enero de 2002)

Comunicado de las FARC-EP a la opinión pública nacional e internacional (9 de enero de 2002)

Comunicado de las Farc (10 de enero de 2002)



Cartas de las Farc a los diferentes sectores de la sociedad

Carta de las Farc al delegado del Secretario General de la ONU, James Lemoyne. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a las Fuerzas Militares. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a Monseñor Alberto Giraldo. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc al Congreso. 8 de enero de 2002

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Declaración asesor de la ONU James Lemoyne sobre proceso de paz (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (9 de enero de 2002)

Declaración de Camilo Gómez sobre el proceso de paz con las FARC. (10 de enero de 2002)

Comunicado de las FARC-EP a la opinión pública nacional e internacional (9 de enero de 2002)

Comunicado de las Farc (10 de enero de 2002)



Cartas de las Farc a los diferentes sectores de la sociedad

Carta de las Farc al delegado del Secretario General de la ONU, James Lemoyne. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a las Fuerzas Militares. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a Monseñor Alberto Giraldo. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc al Congreso. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a los Gremios de la producción. 8 de enero de 2002

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Declaración asesor de la ONU James Lemoyne sobre proceso de paz (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (9 de enero de 2002)

Declaración de Camilo Gómez sobre el proceso de paz con las FARC. (10 de enero de 2002)

Comunicado de las FARC-EP a la opinión pública nacional e internacional (9 de enero de 2002)

Comunicado de las Farc (10 de enero de 2002)



Cartas de las Farc a los diferentes sectores de la sociedad

Carta de las Farc al delegado del Secretario General de la ONU, James Lemoyne. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a las Fuerzas Militares. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a Monseñor Alberto Giraldo. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc al Congreso. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a los Gremios de la producción. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a las Organizaciones Campesinas. 8 de enero de 2002



Otros documentos

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Declaración asesor de la ONU James Lemoyne sobre proceso de paz (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (9 de enero de 2002)

Declaración de Camilo Gómez sobre el proceso de paz con las FARC. (10 de enero de 2002)

Comunicado de las FARC-EP a la opinión pública nacional e internacional (9 de enero de 2002)

Comunicado de las Farc (10 de enero de 2002)



Cartas de las Farc a los diferentes sectores de la sociedad

Carta de las Farc al delegado del Secretario General de la ONU, James Lemoyne. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a las Fuerzas Militares. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a Monseñor Alberto Giraldo. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc al Congreso. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a los Gremios de la producción. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a las Organizaciones Campesinas. 8 de enero de 2002



Otros documentos

Acuerdo de San Francisco de la Sombra entre el gobierno y Farc

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Declaración asesor de la ONU James Lemoyne sobre proceso de paz (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (9 de enero de 2002)

Declaración de Camilo Gómez sobre el proceso de paz con las FARC. (10 de enero de 2002)

Comunicado de las FARC-EP a la opinión pública nacional e internacional (9 de enero de 2002)

Comunicado de las Farc (10 de enero de 2002)



Cartas de las Farc a los diferentes sectores de la sociedad

Carta de las Farc al delegado del Secretario General de la ONU, James Lemoyne. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a las Fuerzas Militares. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a Monseñor Alberto Giraldo. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc al Congreso. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a los Gremios de la producción. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a las Organizaciones Campesinas. 8 de enero de 2002



Otros documentos

Acuerdo de San Francisco de la Sombra entre el gobierno y Farc

Carta abierta del comandante de las Farc Manuel Marulanda Vélez al presiente Andrés Pastrana (20 de noviembre de 2001)

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Declaración asesor de la ONU James Lemoyne sobre proceso de paz (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (9 de enero de 2002)

Declaración de Camilo Gómez sobre el proceso de paz con las FARC. (10 de enero de 2002)

Comunicado de las FARC-EP a la opinión pública nacional e internacional (9 de enero de 2002)

Comunicado de las Farc (10 de enero de 2002)



Cartas de las Farc a los diferentes sectores de la sociedad

Carta de las Farc al delegado del Secretario General de la ONU, James Lemoyne. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a las Fuerzas Militares. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a Monseñor Alberto Giraldo. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc al Congreso. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a los Gremios de la producción. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a las Organizaciones Campesinas. 8 de enero de 2002



Otros documentos

Acuerdo de San Francisco de la Sombra entre el gobierno y Farc

Carta abierta del comandante de las Farc Manuel Marulanda Vélez al presiente Andrés Pastrana (20 de noviembre de 2001)

Comunicado del Estado Mayor Central de las FARC-EP sobre el proceso de paz con el Gobierno (Noviembre 5 de 2001)

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Declaración asesor de la ONU James Lemoyne sobre proceso de paz (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (9 de enero de 2002)

Declaración de Camilo Gómez sobre el proceso de paz con las FARC. (10 de enero de 2002)

Comunicado de las FARC-EP a la opinión pública nacional e internacional (9 de enero de 2002)

Comunicado de las Farc (10 de enero de 2002)



Cartas de las Farc a los diferentes sectores de la sociedad

Carta de las Farc al delegado del Secretario General de la ONU, James Lemoyne. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a las Fuerzas Militares. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a Monseñor Alberto Giraldo. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc al Congreso. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a los Gremios de la producción. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a las Organizaciones Campesinas. 8 de enero de 2002



Otros documentos

Acuerdo de San Francisco de la Sombra entre el gobierno y Farc

Carta abierta del comandante de las Farc Manuel Marulanda Vélez al presiente Andrés Pastrana (20 de noviembre de 2001)

Comunicado del Estado Mayor Central de las FARC-EP sobre el proceso de paz con el Gobierno (Noviembre 5 de 2001)

Resolución 118 que prorroga zona de distensión hasta 20 de enero de 2002

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Declaración asesor de la ONU James Lemoyne sobre proceso de paz (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (9 de enero de 2002)

Declaración de Camilo Gómez sobre el proceso de paz con las FARC. (10 de enero de 2002)

Comunicado de las FARC-EP a la opinión pública nacional e internacional (9 de enero de 2002)

Comunicado de las Farc (10 de enero de 2002)



Cartas de las Farc a los diferentes sectores de la sociedad

Carta de las Farc al delegado del Secretario General de la ONU, James Lemoyne. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a las Fuerzas Militares. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a Monseñor Alberto Giraldo. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc al Congreso. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a los Gremios de la producción. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a las Organizaciones Campesinas. 8 de enero de 2002



Otros documentos

Acuerdo de San Francisco de la Sombra entre el gobierno y Farc

Carta abierta del comandante de las Farc Manuel Marulanda Vélez al presiente Andrés Pastrana (20 de noviembre de 2001)

Comunicado del Estado Mayor Central de las FARC-EP sobre el proceso de paz con el Gobierno (Noviembre 5 de 2001)

Resolución 118 que prorroga zona de distensión hasta 20 de enero de 2002

Memorando y consideraciones de las FARC - EP sobre el tema del Cese de Fuegos y Hostilidades

Cuando James Lemoyne, delegado especial de las Naciones Unidas para el proceso de paz colombiano, se fue al Caguán para tratar de resucitar las negociaciones con las Farc, nadie daba un peso por ellas. Menos aun cuando el presidente Andrés Pastrana, el sábado 12 de enero, había reiterado su decisión de levantar la zona de distensión en 48 horas. El proceso estaba muerto y salvo unas pocas voces —intelectuales, empresarios de la Fundación Ideas para La Paz y ONG pacificistas— no había mucha energía para tratar de salvarlo. “Quizás es mejor que se acabe, dijo uno de los muchos críticos. Puede ser que más tarde se pueda empezar bien, pues como se estaba dando no conducía a nada”.

Pero los extranjeros, con una mayor distancia de los círculos viciosos en que suelen enredarse los colombianos —que claman por paz cuando la guerra arrecia y exigen mano dura cuando la paz se estanca— no se dieron por vencidos.

“Era una situación desesperada”, dijo el embajador de Francia, Daniel Parfait, a quien le había tocado el turno bimestral de ser vocero de los 10 países amigos del proceso de paz colombiano. Parfait había llegado a Bogotá procedente de La Habana el sábado en la noche y estaba desempacando maletas cuando vio al Presidente por televisión y quedó de una sola pieza. Entonces inició una carrera contra el tiempo. Al día siguiente, después de entrevistarse con Pastrana, él y los demás miembros del grupo de países facilitadores del proceso viajaron al Caguán a jugarse una última carta. “Pensábamos en las vidas que se perderían si no parábamos el reloj el lunes por la noche”.

Muchos colombianos tenían el mismo miedo. Y no sabían bien por qué ya que ni los ataques, secuestros, masacres, extorsiones, muertos se habían detenido con el proceso de paz. Pero de alguna manera se percibía que roto este último esfuerzo de diálogo lo peor de la guerra se desataría y las consecuencias eran imprevisibles. Pero el lunes 14, en horas de la tarde, los países amigos, la Iglesia Católica y Lemoyne, con el aval de las partes, lograron lo imposible: pararon el muerto. Encontraron una fórmula que satisfacía a las dos partes. El vocero leyó el comunicado en el que se decía que el gobierno manifestaba que las garantías estaban dadas y que las Farc-EP “aceptaban” —y esa fue la palabra clave— las garantías para el desarrollo del diálogo y la negociación en la zona de distensión. Gobierno y guerrilla no tuvieron más que asentir frente a lo anunciado. Cedían así ante un tercero y no tenían que hacerlo frente al otro. Una sutileza que hizo posible acercar a las partes a la mesa. Fue la primera muestra de los frutos que puede dar una tercería.

Los colombianos, sin embargo, recibieron la noticia de la resurrección del proceso con una sensación agridulce. Algo como una sensación de alivio en medio de una resaca de decepción (ver encuesta). ¿Por qué? Básicamente porque la gente no cree ya en el proceso tal cual se ha venido adelantando. La voluntad del Presidente de hacer la paz —admirable, y admirada en todo el mundo— se confundió con la forma como lo estaba haciendo con el proceso mismo. Y lo segundo desprestigió a lo primero.

“Una definición de locura es esperar resultados distintos del mismo comportamiento, y esto es lo que la gente espera a veces de las negociaciones”, dice un experto estadounidense en el manejo de conflictos consultado por SEMANA. Así que si se insiste en adelantar la negociación de igual manera durante tres años, o “estamos locos o nos estamos volviendo locos por la frustración con la falta de resultados”.

La gran pregunta que se hacen los colombianos, entonces, es si con la reanimación del proceso de paz —que aún requiere cuidados intensivos, pues puede volver a morir en cualquier momento— va a cambiar algo; o si será el mismo baile trillado, en el cual la gente percibe que el país se sigue desangrando mientras las Farc ganan tiempo y se fortalecen militarmente con la zona de distensión.

El tercero

Es muy difícil que las cosas vuelvan a ser iguales después de semejante crisis. Hay una primera señal de que el proceso, si sobrevive, será distinto. Es la percepción del país de que por primera vez en todo este esfuerzo de paz las Farc cedieron, se echaron para atrás en un punto en el que el gobierno se paró firme. “Vimos que las Farc por fin vieron que tenían que perder si dejaban la mesa de negociación”, dijo uno de los participantes. Con esta concesión simbólica la relación de las partes equilibró las cargas.

Hay una segunda señal alentadora de que las negociaciones podrían entrar en una fase más productiva: a la conversación de tres años entre gobierno y guerrilla le llegó una visita y, como siempre sucede cuando aparece una persona ajena a la familia, todo el mundo se porta mejor.

Claro está que la presencia permanente del enviado de Koffi Anan, secretario general de la ONU, los países amigos (Canadá, Cuba, España, Francia, Italia, México, Noruega, Suecia, Suiza y Venezuela) y la Iglesia Católica, le aportan mucho más al proceso que la simple primera reacción de portarse mejor. Y eso parece saberlo la gente, pues seis de cada 10 colombianos creen que este acompañamiento internacional ayudará a hacer el proceso más productivo.

El éxito de la gestión de este grupo facilitador nace no sólo en la comunión de afecto hacia Colombia, en la enorme química personal, sino que se ha dado por la férrea disciplina para elaborar las tareas. Los embajadores y Lemoyne son rigurosos con los horarios, tienen un método de trabajo y evacuan con precisión los temas para seguir adelante. Con estos antecedentes es de esperar que esta misma dinámica se la transmitan a las partes para ver si avanzan en las negociaciones y abordan con método los puntos más álgidos. “La presencia de ellos es un verdadero elemento dinamizador”, dijo el negociador Juan Gabriel Uribe.

El otro testigo de excepción, la Iglesia Católica, desempeña en Colombia un papel decisivo por la independencia y el respeto que inspira. La situación también puede cambiar porque ahora han entrado en escena expertos en negociación que saben de estrategias, de maneras de buscar coincidencias, de mecanismos de acercamiento. Y en eso hombres como Lemoyne, que ha participado en soluciones negociadas de diferentes conflictos durante 20 años, tienen un papel protagónico.

El estancamiento del proceso no es un problema de falta de capacidad de los negociadores del gobierno y la guerrilla sino que aquí, como en cualquier otro conflicto en el mundo, están inmersos en la historia vivida, en los prejuicios, en las heridas. Por eso la mirada externa es refrescante y puede ayudarles a que “vean por fuera de la caja”, como dijo un experto. “Queremos que entiendan que la negociación no es un juego de trampas y se restablezca la confianza”, añadió el embajador Parfait.

Garantias

Quizás el aporte más significativo de la presencia internacional es el hecho de que sirve como garantía de que los acuerdos, parciales o finales, no van a significar que una de las partes tome ventaja del otro para derrotarlo o exterminarlo. Y esto no es teoría. Después de estudiar 40 conflictos internos en distintos países del mundo, desde 1940 hasta 1990, la investigadora Barbara Walter encontró que sólo en donde hubo un tercero capaz de garantizar los acuerdos las negociaciones entre gobierno y grupos rebeldes fueron exitosas (ver cuadro).

“Las negociaciones fracasan porque los adversarios en las guerras civiles no pueden hacer una promesa creíble de someterse a condiciones que los pondrán en tanto peligro, explica Walter. Solamente cuando una fuerza externa se involucra como garante de los términos del acuerdo los compromisos de desarme y de participación en el poder político se vuelven creíbles”.

En el proceso actual colombiano el grado de miedo y desconfianza de las partes es enorme. Según todos los participantes en los encuentros de los últimos días el obstáculo mismo que pusieron las Farc de exigir garantía en la zona obedecía también a un te mor profundo y arraigado de que la otra parte tomaría ventaja de su posición y los traicionaría en cualquier momento. “Fue casi imposible convencer a ‘Marulanda’ de que los sobrevuelos más bajos no eran augurio de otro bombardeo como el de Casa Verde de 1990 o el de Marquetalia en los 60”, dijo uno de los testigos del proceso.

Esos terceros, mediadores o garantes, deben tener poder o intereses concretos en que la negociación fructifique, según ha constatado Walter. En este caso hay suficientes dientes. Los tienen la ONU, que ha usado sus tropas para garantizar otros acuerdos, Canadá, un aliado central de Estados Unidos; Italia, miembro de la Unión Europea; Francia, miembro del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU; España, actual presidente de la Unión Europea; México, Venezuela, Cuba, socios vitales del gobierno colombiano y países donde las Farc tienen oficinas de representación, y Suecia, Suiza y Noruega, ejemplos en el mundo de neutralidad y de la defensa de los derechos humanos.

Es interesante que sean las Farc las que hoy estén más entusiasmadas con el acompañamiento internacional. El gobierno, en cabeza del propio presidente Pastrana, llevaba insistiendo desde el inicio del proceso acerca de la importancia de tener a un tercero sentado en la mesa. Pero la desconfianza de las Farc no cedía. No obstante, al ver actuar a los extranjeros en los últimos días, los jefes guerrilleros terminaron por creer en la transparencia de sus motivos.

Ahora bien, el hecho de que un tercero finalmente haya sido aceptado no es casualidad ni el producto de un trabajo heroico de unos buenos componedores internacionales, como ha sido presentado por algunos críticos últimamente. “Triunfó la diplomacia por la paz, dijo a SEMANA el canciller Guillermo Fernández de Soto. En las reuniones en Madrid, Bogotá y Bruselas la Unión Europea comprendió a cabalidad la naturaleza del conflicto colombiano, sin romanticismos, y que necesitábamos su colaboración. Por eso cuando el proceso pidió su participación más activa pudieron actuar rápidamente”.

El Plan Colombia, sostienen el Canciller y otros funcionarios del gobierno, también ha sido clave porque con éste Estados Unidos dio ejemplo al mundo de colaboración contante y sonante con Colombia. Fuentes oficiales y diplomáticas aseguraron, además, que no es cierto que la embajada estadounidense haya presionado al gobierno Pastrana por una ruptura de las negociaciones. “La política explícita de respeto por la decisión del presidente Pastrana es la única política de Estados Unidos”, dijo un diplomático.

El compromiso de la comunidad internacional de ayudarle a Colombia a resolver un problema que ha sido agudizado por un fenómeno también internacional, el narcotráfico, ciertamente le da un aire de esperanza a que haya un mejor proceso de paz. Pero es no es suficiente.

El futuro

Todavía puede pasar que el proceso se rompa. Al cierre de esta edición, el viernes en la noche, todavía Camilo Gómez, el alto comisionado de paz, estaba pronosticando un 50 por ciento de probabilidades de una ruptura. Los vientos de guerra que soplaron la semana antepasada alentaron las esperanzas de los colombianos de que ahora hay más posibilidades de un triunfo militar sobre los subversivos (ver encuesta). Y eso también alienta las opciones de guerra. Pero la opinión también sabe que por la sola vía militar no terminará pronto la confrontación. En la encuesta de SEMANA dos tercios de los colombianos dijeron que si se rompe el proceso y se escala la guerra no creen que se gane más rápido.

Pero aun si el proceso de paz se salva y se mantiene por lo menos hasta el 7 de agosto el país debe saber que, por ahora, nadie va a silenciar los fusiles. Se necesitará tiempo y paciencia para llegar a esta anhelada fase.

El proceso sigue si las partes, con ayuda de los delegados internacionales, concretan un cronograma que combine la agenda de fondo, ya acordada, con la prioridad de disminuir el conflicto, sentada en el Acuerdo de San Francisco de la Sombra.

Y en este terreno ni el más optimista pronostica un cese de fuego en un par de meses. Lo que sí es más probable es que se logre firmar un acuerdo global de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario. Así, el proceso ganaría credibilidad pues la gente vería sus frutos. Ponerle fin a los hechos de sangre que afectan a la población civil en Colombia, disminuir la degradación del conflicto y sentar las bases que le permitan al país entrar a un mayor nivel de civilización es una condición necesaria e indispensable para que luego sí se puedan discutir los otros temas en la agenda socioeconómica. Esto lo han repetido hasta el cansancio el gobierno y los delegados internacionales.

No obstante, lograrlo no es sólo una cuestión de voluntad. Es trascendental que el gobierno meta a todo el Establecimiento tras este propósito. Sólo así podrá frenar la barbarie paramilitar y fortalecer la legitimidad de las Fuerzas Armadas.

Del otro lado de la mesa, por supuesto, también le toca al jefe de las Farc, ‘Manuel Marulanda Vélez’, convencerse y convencer a sus hombres de que la forma como están peleando su guerra hace tiempos dejó de ser revolucionaria y lo único que están logrando es ganarse el odio de la gente común por la que supuestamente luchan.

Contener la guerra sería romper el círculo vicioso actual en el que la descomposición trae más violencia y la violencia más descomposición. Esa sería la ventaja de mantener un proceso de paz que, renovado con la participación internacional, podría alcanzar un acuerdo humanitario este año. Y sin secuestros, sin masacres, sin tomas a poblaciones, es mucho más probable que el cese al fuego y la negociación de fondo fructifiquen. De lo contrario, el proceso de paz seguirá pedaleando desesperadamente en una bicicleta estática.



Declaraciones sobre la situación del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc.

Comunicado emitido desde San Vicente del Caguán donde se restablece el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (14 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc (14 de enero de 2002)

Comunicado del Partido Comunista Colombiano sobre el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc (11 de enero de 2002)

Carta de diferentes organizaciones que trabajan por la paz, al Presidente de la República y al Jefe de las FARC. (11 de enero de 2002)

Editorial de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (10 de enero de 2002)

Declaración asesor de la ONU James Lemoyne sobre proceso de paz (10 de enero de 2002)

Alocución radiotelevisada del presidente Andrés Pastrana sobre el proceso de paz con las Farc. (9 de enero de 2002)

Declaración de Camilo Gómez sobre el proceso de paz con las FARC. (10 de enero de 2002)

Comunicado de las FARC-EP a la opinión pública nacional e internacional (9 de enero de 2002)

Comunicado de las Farc (10 de enero de 2002)



Cartas de las Farc a los diferentes sectores de la sociedad

Carta de las Farc al delegado del Secretario General de la ONU, James Lemoyne. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a las Fuerzas Militares. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a Monseñor Alberto Giraldo. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc al Congreso. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a los Gremios de la producción. 8 de enero de 2002

Carta de las Farc a las Organizaciones Campesinas. 8 de enero de 2002



Otros documentos

Acuerdo de San Francisco de la Sombra entre el gobierno y Farc

Carta abierta del comandante de las Farc Manuel Marulanda Vélez al presiente Andrés Pastrana (20 de noviembre de 2001)

Comunicado del Estado Mayor Central de las FARC-EP sobre el proceso de paz con el Gobierno (Noviembre 5 de 2001)

Resolución 118 que prorroga zona de distensión hasta 20 de enero de 2002

Memorando y consideraciones de las FARC - EP sobre el tema del Cese de Fuegos y Hostilidades

Comunicado de Manuel Marulanda Vélez, Jefe máximo de las Farc-EP, sobre el futuro de los diálogos de paz con el Gobierno Nacional (Noviembre 6 de 2001)