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Sor Teresa Gómez, una de las grandes ejecutoras del despojo de tierras, a su llegada al aeropuerto militar de Catam, en Bogotá, el martes 8, luego de ser capturada en Yumbo, Valle del Cauca. | Foto: AP

DESPOJO

Sor Teresa, la última de un clan siniestro

Desde la casa paramilitar de los Castaño, esta mujer encarnó durante dos décadas el despojo de tierras y la oposición a la restitución.

12 de octubre de 2013

Si Sor Teresa Gómez hablara, temblarían ganaderos, políticos y muchos personajes de Córdoba, Urabá y otras regiones de Colombia. Pero quizás nunca lo haga. 

La última integrante del clan paramilitar de los hermanos Carlos, Vicente y Fidel Castaño Gil es “una mujer de temple”. Así la describen los investigadores de la Policía que al mediodía del pasado martes 8 de octubre, en una finca cerca de Yumbo, Valle, dieron por fin con la representante más emblemática de dos décadas de terror y violencia al servicio de la expoliación de tierras y una de las grandes enemigas de la restitución. 

“Ni cuando le pusimos las esposas le temblaron las manos”, dice uno de ellos. Pese a que sabía que iba para la cárcel por el resto de su vida, pues tiene 57 años y pesa sobre ella una condena de 40 por un asesinato premonitorio, cometido en 2007.

Así vivió
Entre los cuatro hijos adoptivos que el padre de los Castaño decidió sumar a su numerosa prole en Amalfi, Antioquia, en los años cincuenta, estaba una niña que creció junto a quienes se convertirían en jefes del proyecto paramilitar, que se volvió indispensable para sus finanzas escabrosas y que los sobrevivió a todos, a medida que se mataron entre sí. En Córdoba, que los Castaño volvieron su cuartel general, todo el mundo la llamaría la monja, pero el Sor era solo parte de su nombre de pila.

Y era todo lo contrario de lo que representaba esta mujer, que encarnó durante casi 25 años hasta dónde han estado dispuestos a llegar algunos sectores de la sociedad colombiana para acumular tierras e impedir que vuelvan a manos de sus dueños.

En agosto de 1990, Fidel Castaño, fundador de las autodefensas de Córdoba y Urabá, anunció su desmovilización y el reparto de 10.000 hectáreas de varias de las fincas más valiosas de Córdoba de las que se había apropiado a sangre y fuego. Creó la Fundación por la Paz de Córdoba (Funpazcor), le donó esa tierra, y esta la repartió, en parcelas, entre 2.500 familias de barrios pobres de Montería y del campo. 

Las escrituras prohibían vender o alquilar las propiedades sin permiso de Funpazcor. Salvo los parceleros más cercanos a los paramilitares, a los demás no se les permitió instalarse en los predios. Fidel fue asesinado en 1994 por su hermano Carlos quien, junto a Salvatore Mancuso, se hizo al control de Córdoba y Urabá y expandió el paramilitarismo al resto del país. La mayoría de los campesinos fue obligada a vender sus parcelas a Funpazcor y los que no lo hicieron debieron abandonarlas.

La persona que manejó esta gigantesca operación de lavado y despojo fue Sor Teresa Gómez, quien, además, se quedó con varias parcelas. 

Dieciséis años después, en 2006, luego de la desmovilización de los paramilitares, una de las parceleras, Yolanda Izquierdo, organizó a 800 campesinos para reclamar, en el proceso de Justicia y Paz, las tierras perdidas e hizo público lo sucedido. El 31 de enero de 2007 fue baleada en el porche de su casa en Montería. Su asesinato fue premonitorio: era el primero de una larga racha contra reclamantes de tierras.

Sor Teresa Gómez se había desmovilizado ocho meses antes, en Urabá, como parte del bloque Élmer Cárdenas de las autodefensas, y, acto seguido, desapareció. En 2011, fue condenada a 40 años de prisión como autora intelectual de ese asesinato.

Desde 1990 y casi hasta 2005, Sor Teresa Gómez fue una dama prestante de la alta sociedad cordobesa. Todo el mundo sabía que había llegado de la mano de Fidel Castaño, a fines de los ochenta. Muchos habían hecho negocios con la primera oficina legal que montaron, Caheca, que compraba tierras y ganado para don Jaime, como llamaban a Fidel. 

Todos sabían que Funpazcor era una fachada de los paramilitares y su actividad social y su distribución de tierras, una operación de lavado y despojo. Pero era invitada de honor a reuniones con la Iglesia, el Ejército, los políticos y los gobiernos locales. La oficina de Funpazcor, que presidió varios años y en la que fue siempre la voz cantante, estaba frente al comando de la Policía. Por 15 años, vivió en La Castellana y El Recreo, los barrios de más alto estrato de Montería. Llegó, incluso, a ser postulada como mujer Cafam, según fuentes en Córdoba.

Cuando murió Fidel, Carlos la mantuvo a su lado, dedicada a las finanzas y las tierras. A través de Funpazcor y junto a un exconcejal de Montería hoy bajo arresto domiciliario, se habrían apoderado de 2.355 hectáreas de comunidades afro de Curvaradó, en Chocó, para montar proyectos de palma africana. 

Fue Sor Teresa quien organizó algunas de las ‘compras’ de tierra fraudulentas en el Urabá antioqueño por las que están investigados el gerente y la junta directiva del Fondo Ganadero de Córdoba, entre ellas 4.000 hectáreas en la zona de Tulapas. El presidente Santos llegó a decir que solo en Urabá habrían sido expoliadas 42.000 hectáreas, mediante el desplazamiento forzoso, la amenaza, el homicidio y las masacres. 

Perfil
Sor Teresa nunca dejó de ser una campesina paisa. Testimonios recogidos por SEMANA coinciden en que toda la vida se ha levantado a las cuatro de la mañana y nunca perdió el gusto por recorrer fincas en mulo o a caballo. Fumadora de dos paquetes de Marlboro rojo al día, jugadora de parqués y 51 con sus empleados, a los que les daba la plata para que se sentaran a la mesa, sabía echarse sus aguardientes y tenía la astucia de la montaña paisa para los negocios. 

Duró cuatro años casada con Ramiro, uno de los hermanos Castaño, con el que tuvo a su hija Érica, que tuvo un breve romance con Monoleche, mano derecha de Vicente Castaño y otro gran despojador de tierras. A los investigadores les dijo que su marido fue asesinado por orden de Carlos Castaño, en Amalfi. Se casó luego con Luis Albeiro Gil, primo de los Castaño, con el que tuvo dos hijos. 

Dijo también que Carlos mandó matar a Fidel y trató de hacer lo mismo con Vicente en cuatro ocasiones, sin éxito. Hasta que este, aliado con don Berna, el gran narco de las autodefensas, hizo asesinar a Carlos Castaño, en plena negociación de los paramilitares con el gobierno de Uribe.

Luego, él mismo habría sido víctima de sus compañeros, aunque su cadáver nunca ha aparecido. 
La única sobreviviente de estos fratricidios ha sido Sor Teresa. Escondida en sus fincas de Córdoba y Urabá desde 2006, se dice que estableció nexos con los Urabeños, uno de los grupos sucesores de los paramilitares, algunos de cuyos jefes, como don Mario, siempre fueron fieles a la casa Castaño, y, con ellos, se dedicó a oponerse a sangre y fuego a la restitución.

Así cayó
Casi ocho años logró Sor Teresa Gómez esconderse. El asesinato de Yolanda Izquierdo la puso en la mira de las autoridades y, con el recrudecimiento de los ataques contra reclamantes de tierras en los últimos dos años, un grupo especial de inteligencia y Policía judicial fue creado en la Policía para darle cacería.

Se dedicaron a indagar dónde se movía y a hacer un perfil. Supieron que seguía entre Córdoba y Urabá; que pasaba mucho tiempo en Los Venados, una hacienda de su propiedad en aquel departamento; que viajaba a veces a Chocó; que fumaba mucho, tenía una prótesis dental y problemas dermatológicos y de artritis que la obligaban a controles periódicos en Montería. “Sin embargo, nunca pudimos verla”, dicen los investigadores. 

A mediados de septiembre pasado, mediante interceptaciones telefónicas, se dieron cuenta de que se había trasladado, con su hija Érica y su hermana Martha, más joven pero físicamente muy parecida, a una casa en un condominio de El Poblado, en Medellín. Establecieron vigilancia, disfrazaron oficiales hasta de trabajadores de un supermercado que enviaba productos a domicilio a la casa de las mujeres. Pero seguían sin poder verla ni estar seguros de que era ella, para lanzar un operativo.

A fines de ese mes, interceptaron una llamada para un servicio interurbano de taxi con destino a Yumbo, pero no pudieron seguir el vehículo ni saber a quién llevaba. El 6 de octubre supieron que la hija de Sor Teresa, Érica, la empleada y dos niños iban a salir de viaje. Lograron embarcar a un agente en un bus de Expreso Bolivariano que las mujeres y los niños abordaron en la terminal del sur de Medellín con destino a Cali. Una vez allí, siguieron al auto que las recogió hasta una finca en El Chocho, en zona rural de Yumbo.

El martes 8 de octubre, a las 11 de la mañana, salió de la finca un carro con una mujer parecida a Sor Teresa. Ordenaron detenerlo en un retén de la Policía. Pero descubrieron que en la finca había otra mujer de rasgos similares y lanzaron el operativo. En el carro estaba la hermana, con una cédula a su nombre. En la casa, los recibió una fría y aplomada mujer, con una cédula igual. Solo cuando le dijeron que la conducirían a Cali para verificar su identidad aceptó, tranquila, ser Sor Teresa Gómez. 

Era la primera vez que los investigadores, que solo tenían una foto vieja en la que lucía igual a su hermana Martha, la veían. Menos de 24 horas después, estaba en la cárcel del Buen Pastor en Bogotá, empezando a pagar su condena de 40 años por el asesinato de Yolanda Izquierdo y preparándose para los 25 procesos más que enfrenta por desplazamiento forzado, homicidio agravado y concierto para delinquir, entre otros crímenes.

¿Cuántas ‘sores’?
Sor Teresa Gómez es sin duda una de las personalidades más siniestras del conflicto colombiano y le cabe una responsabilidad directa, personal, de autor y ejecutor, en el sufrimiento de miles de campesinos despojados de sus tierras en el curso del conflicto. No obstante, demonizarla como la causante del despojo sería solo una verdad parcial.

Era la ejecutora de una política que se extendió por todo el territorio colombiano y cuyos grandes autores y beneficiarios aún están en la sombra. En su caso, los Castaño; pero quiénes eran sus financiadores, su célebre ‘junta directiva’, está por esclarecerse. Algunos han quedado expuestos con las investigaciones de la parapolítica. Pero faltan muchos, que posan de honrados empresarios y propietarios, pero fueron los que alentaron la expoliación de la tierra en los años duros de la violencia paramilitar. 

No solo en Córdoba, Antioquia y Urabá, sino en muchas otras zonas del país. Y son los que hoy se alían con bandas criminales y otros grupos para impedir a punta de amenazas y homicidios que recuperen sus tierras quienes se han atrevido a hacer parte del proceso de restitución lanzado por la Ley de Víctimas. No pocas regiones de Colombia aún están llenas de Sor Teresas Gómez que, así como expoliaron, van a hacer todo lo imaginable para impedir que les quiten lo robado.

A donde Fidel y Carlos Castaño, como dice un ganadero cordobés, llegaba la crema y nata del país y la memoria de esos visitantes solo la tiene hoy Sor Teresa Gómez. Si ella hablara, no solo ahorraría a las autoridades mucho tiempo y esfuerzos en determinar quiénes son los verdaderos autores intelectuales del vasto despojo de propiedad agraria que ha caracterizado el conflicto colombiano y haría una inmensa contribución al esclarecimiento de las verdades históricas de esta guerra, sino que ayudaría a evitar que mucha sangre corra para devolver esas tierras. Sin embargo, no es probable que hable la sobreviviente del siniestro clan de los Castaño.