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Aunque tienen diferencias frente a las farc, Uribe y Chávez quedaron unidos en una causa común. FOTO: JUAN CARLOS SIERRA / SEMANA

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La última esperanza

Si no hay intercambio humanitario con el apoyo de Hugo Chávez, será muy difícil verlo en este gobierno.

1 de septiembre de 2007

El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, llegó a Bogotá a las 9:30 de la mañana del viernes pasado en medio de una expectativa que nunca habían tenido sus anteriores encuentros con Álvaro Uribe. La esperanza de que este encuentro desbloqueara el acuerdo humanitario con las Farc le dio al encuentro una importancia que ni siquiera había tenido la cumbre Uribe-Chávez que le puso fin a la crisis generada en 2005 por la captura de Rodrigo Granda, el llamado 'canciller' de las Farc, en Caracas.

En la larga y dramática historia de anhelos y frustraciones que ha rodeado al tema del acuerdo humanitario no se habían producido tantos movimientos constructivos en muy pocos días. El anuncio del presidente Álvaro Uribe de involucrar a la senadora Piedad Córdoba en la búsqueda de contactos con las Farc para tratar de intentar la liberación de los secuestrados produjo una cadena de movimientos significativos. El primero, como era de esperarse, fue la irrupción del presidente Hugo Chávez en el proceso. Su encuentro en Caracas con los familiares de los colombianos privados de la libertad y sus constructivas declaraciones empezaron a alimentar ilusiones. Se había ganado atención y visibilidad para la causa, y se había logrado el apoyo, largamente buscado en forma infructuosa por parte de las familias, de un presidente como Chávez, cuya voz se escucha con respeto y admiración en las Farc.

La corroboración de que hay un nuevo escenario se produjo la semana pasada cuando 'Raúl Reyes', vocero del grupo guerrillero, en una entrevista para Clarín de Buenos Aires,, por primera vez se mostró dispuesto a buscar un pacto con el gobierno Uribe sin poner como requisito previo el despeje de Florida y Pradera. Aunque Reyes volvió a mencionar estos municipios, afirmó que en ellos deberían tramitarse el intercambio, pero aceptó que las conversaciones se podrían realizar previamente por fuera de Colombia.

Lo anterior significa, al menos, que el nudo gordiano del despeje se puede postergar para una segunda etapa. Y que si hay una primera de conversaciones directas, se podrían explorar alternativas de salida para el impasse generado por las posiciones férreas de Uribe y de las Farc sobre el despeje. Es decir, que se podría conversar sobre la sustancia: ¿Qué piden las Farc? ¿Hay listas de canjeables? ¿Cuál sería la logística para las liberaciones? Una agenda más constructiva que la de Pradera y Florida. Que, incluso, permitiría analizar alternativas viables para el lío del despeje: ¿Lo aceptaría el gobierno Uribe, por ejemplo, si es para entregar a los secuestrados y no simplemente para dialogar? ¿Existen opciones intermedias? Alfredo Rangel considera, en reciente columna, que se podría considerar "un despeje parcial de esos dos municipios sin presencia armada de la guerrilla ni del Estado, bajo el control de veedores internacionales, según la propuesta que Francia, España y Suiza hicieron en diciembre de 2005". El solo hecho de que se consideren alternativas sugiere una situación más constructiva que la parálisis de los últimos años.

Los nuevos movimientos no se limitaron a los territorios de Colombia y Venezuela. Antes de la llegada de Chávez a Bogotá quedó reiterada la existencia de un triángulo con Francia, en los esfuerzos para recuperar a los secuestrados. El interés del presidente francés Nicolas Sarkozy por obtener la libertad de Íngrid Betancourt, ya había producido la liberación de Rodrigo Granda. La decidió Uribe por petición de Sarkozy. Y aunque la respuesta de las Farc fue, otra vez, decepcionante -insistieron en el despeje de Florida y Pradera, minimizaron el generoso gesto de Uribe y descalificaron su gobierno- lo cierto es que Granda, quien reside en La Habana, quedó habilitado para desempeñar algún papel. Es una carta disponible, que difícilmente será descartada por el gobierno Sarkozy.

Antes de su captura, el guerrillero de las Farc había tenido contactos con la embajada francesa en Caracas y había tenido conversaciones sobre Íngrid Betancourt. Y ahora, con su liberación, se incrementó el compromiso y la atención del presidente Sarkozy por recuperar aÍngrid. El propio mandatario lo ha mencionado varias veces durante sus primeros 100 días en el Palacio del Elíseo. Y esa preocupación fortalecida lo ha acercado ahora al nuevo jugador: Hugo Chávez. La semana pasada se revelaron conversaciones telefónicas entre Uribe, Chávez y Sarkozy, en los días previos a la visita del jefe de Estado venezolano a Bogotá. Hasta el momento hay más expresiones de voluntad que ideas claras. Pero es difícil imaginar que la acción de tres mandatarios fuertes, heterodoxos, arriesgados, mediáticos y populares, no cambie el letargo que traían en los últimos años las prudentes 'facilitaciones' de otros intermediarios, nacionales y extranjeros.

No es fácil determinar hasta dónde llegará la nueva dinámica. O si a ella se deben otras noticias que parecen relacionadas. Como, por ejemplo, el indulto que le dio el gobierno de Chávez a un grupo de 41 colombianos acusados de paramilitarismo en Venezuela. ¿Una señal para ganar credibilidad como un mediador equilibrado? O las declaraciones del presidente Álvaro Uribe, el jueves pasado, en las que anunció que las Farc devolverían por fin los cadáveres de los diputados del Valle, asesinados el 18 de junio. Circularon detalles: las posibles coordenadas del lugar donde se entregarían, el papel desempeñado por el Comité Internacional de la Cruz Roja (Cicr), y hasta la fecha, el sábado anterior. El Cicr negó la historia, le cayeron críticas al presidente Uribe por haberse precipitado a revelarla, y el primer mandatario aceptó que "de pronto me descaché". Pero, ¿están vinculados los dos procesos: la entrega de los cuerpos de los diputados y la liberación de los secuestrados? ¿Trataron las Farc de poner sobre la mesa el tema de los cadáveres para hacerla coincidir con la visita de Chávez?

Hay más preguntas que respuestas, pero es imposible afirmar que nada ha cambiado. Por varias razones, el papel del Presidente venezolano no ha tenido la discreción ni la pasividad de los otros países que han actuado antes como facilitadores. Por su estilo, y por lo que significa su posición política para las Farc, el ingreso de Chávez en el complejo escenario del intercambio humanitario ya ha significado un revolcón. Y en su visita del viernes, luego de que el presidente Uribe le reiteró la licencia para seguir adelante con sus buenos oficios, quedó claro que se ha abierto una nueva etapa para el lamentable drama del secuestro.

También hay problemas

La visita de Chávez a Bogotá generó expectativa y esperanza, sobre todo en las familias de quienes están privados de la libertad, y abrió una nueva etapa. ¿Hasta dónde llegará?

Hay razones que obligan a mirar el panorama con cautela. La primera es la posición de las Farc. ¿Cómo interpretar las declaraciones de Reyes cuando afirma que insisten en el despeje pero que se puede dialogar por fuera de Colombia? ¿Está el vaso medio lleno o medio vacío? ¿Reflejan ya una respuesta definitiva a la nueva situación creada por la participación de Chávez en el proceso?

Ante el impasse creado por el desacuerdo sobre el despeje, convertido en un verdadero punto de honor para ambas partes, el gobierno y las Farc, no se puede negar que el presidente Uribe, hasta el momento, ha sido más audaz y ha cedido más: liberó a varios guerrilleros, soltó a Granda, involucró a Sarkozy y a Chávez, vinculó a una enemiga política como Piedad Córdoba y autorizó a otros facilitadores (los países amigos, el ex presidente Ernesto Samper, la Iglesia, el ex ministro Álvaro Leyva). Estos gestos han recibido críticas porque han sido erráticos y mal planeados. Pero a todos, sin excepción, las Farc han respondido con un portazo y con el martilleo de que lo único que importa son los municipios del Valle. Y sin un cambio en el discurso del Secretariado, ni Chávez ni nadie pueden cambiarle el rumbo a esta sinsalida.

También hay que ver cuál es la función que cumplirá Chávez. ¿Mediador imparcial? ¿Se inclinará a favor de las Farc para presionar a Uribe a que haga el despeje? ¿O se acercará más a la posición del gobierno de Colombia para alimentar la relación bilateral? Tampoco se puede perder de vista que Washington, desde el viernes pasado, tiene el ojo muy abierto para analizar lo que pasa en Colombia y Venezuela. El hecho de que las Farc tengan a tres ciudadanos estadounidenses entre el grupo de secuestrados, hace que la Casa Blanca republicana y el Congreso demócrata tengan que mirar con simpatía, o al menos con resignación, cualquier aporte que pueda lograr su archienemigo Chávez para la libertad de los plagiados. Falta ver cómo jugará el impredecible y fogoso mandatario bolivariano la valiosa carta que Uribe puso en sus manos.

Ni Chávez ni Sarkozy son expertos en la compleja realidad de la guerrilla colombiana. Desconocen mucho a las Farc. Para Francia, por momentos, parecería que todo se reduce al secuestro de Íngrid, porque es ciudadana francesa. Chávez ha tenido que hacer un curso rápido sobre la situación. El miércoles, en la preparación de su viaje, le dedicó nueve horas a hacer preguntas sobre las Farc, los antecedentes del proceso, las acciones del gobierno. El embajador Pavel Rondón y la senadora Piedad Córdoba fueron sus principales fuentes de información. ¿Será posible alinear la gestión de Sarkozy y Chávez con la visión de Álvaro Uribe?

El tire y afloje entre Bogotá y Caracas durante la planeación del viaje de Chávez es muy elocuente sobre las diferencias de criterios y de intereses que existen entre las dos partes. Chávez quería una visita larga, y siempre hizo énfasis en la importancia del nuevo encuentro con las familias de los secuestrados. En algún momento, incluso, planteó encontrarse con familiares de los guerrilleros presos. Durante sus horas en Bogotá dejó muy en claro que su atención estaba concentrada en el tema del acuerdo humanitario. Por el contrario, el gobierno Uribe quiso un encuentro más breve y sus voceros siempre enfatizaron que la cumbre no estaba dedicada a un solo tema. Que se trataba de una reunión más, normal, entre los dos presidentes, y que la agenda cubría otros asuntos de primer orden: el retorno de Venezuela a la Comunidad Andina, el gasoducto binacional y otros puntos de cooperación energética, los peajes en la frontera.

¿Cuál es el mandato que Uribe le dio a Chávez? ¿Está claramente delimitado? Es previsible que, en esta materia, Uribe quiera darle a su colega menos espacio y autonomía del que buscará Chávez, y que se genere un pulso que incluso se convierta en tensión. La insólita -y hasta caricaturesca- campaña lanzada por el ministro de Agricultura Andrés Felipe Arias contra el despeje tiene toda la apariencia de un mensaje en el sentido de que sus movimientos llegan hasta el límite fijado por el 'No al Despeje' que su ministro más leal, 'uribito', estampó en su camiseta. En la otra esquina, en cambio, los familiares de los secuestrados lo que esperan es que Chávez presione a Uribe para que no deje de hacer nada -ni siquiera el despeje de Florida y Pradera- que impida el intercambio.

La otra dificultad surge de la combinación de dos asuntos muy complicados: la agenda bilateral colombo-venezolana y el acuerdo humanitario. En los años 90, durante el gobierno de César Gaviria, los diálogos con las Farc y el ELN tuvieron que trasladarse de Caracas a Tlaxcala, México, para que no se contaminaran de los demás puntos de la relación, ni de la crítica situación por la que atravesaba el presidente Carlos Andrés Pérez, quien poco después tuvo que dejar el poder. Los lazos entre Uribe y Chávez se han fortalecido, después de varios incidentes, con un esquema pragmático, que enfatiza temas concretos y poco políticos como la energía y el comercio. El esquema ha funcionado y es práctico, pero es vulnerable. Y atravesarlo con el intercambio humanitario, complejo por naturaleza y sobre el cual hay diferencias evidentes de criterio entre Uribe y Chávez, es un riesgo.

Pero la historia apenas comienza. La cumbre de Hatogrande dejó un mensaje de prudente optimismo. Existe voluntad política, hay disposición a explorar nuevas ideas y a romper esquemas, y de alguna manera el prestigio de Uribe y de Chávez quedó comprometido por una causa común y noble: una salida humanitaria. El escenario es muy distinto al de hace unos pocos meses, con Granda en La Habana, Sarkozy empeñado en empujar una solución, y Chávez de facilitador. Las tres han sido jugadas aventuradas y hasta riesgosas. Pero ya están hechas, y lo menos que se puede esperar es que funcionen. Porque el acuerdo humanitario no es un pulso de alta política, sino una tragedia descomunal, inhumana e inaceptable, de los secuestrados y de sus familias.