Home

Nación

Artículo

LA VIDA SIGUE IGUAL

Mientras los soldados de EE.UU se cocinan en Arabia, su presidente demuestra que no hay de qué preocuparse.

8 de octubre de 1990

Durante el actual conflicto de golfo Pérsico, una de las imágenes que más ha molestado, numerosos norteamericanos y extranjeros es la del presidente George Bush vestido con camisa de cuadros, jeans y botas, montando a caballo o pescando mientras cien mil soldados de Estado Unidos se cocinan bajo una temperatura superior a los sesenta grados en el desierto. Cartas, mensajes telefónicos caricaturas y artículos en la prensa han buscado ridiculizar lo que muchos consideran una situación absurda: el Presidente se divierte y descansa mientras los suyos se exponen a los gases letales de Irak.
Pero, los que así lo critican no conocen bien cómo siente, cómo actúa y sobre todo, cómo reacciona un hombre como Bush ante crisis como ésta. Para él, el hecho de estar pescando, paseando en bote que tiene averías o caminando de la mano de sus nietos no excluye el que se sienta profundamente preocupado y atento al curso de los acontecimientos, y para su forma de trabajar y pensar, las decisiones bien pueden ser tomadas en una cabaña de madera en Kennenbunkport o en su oficina de la Casa Blanca.
Por eso hace pocos días cuando supuestamente debía estar en su oficina mirando en CNN la llegada de los primeros rehenes a capitales europeas, se encontraba en dos estados ayudando a sus candidatos republicanos.
Los analistas, especialmente los que tienen columnas semanales en los diarios de Washington para mirar con lupa lo que ocurre detrás de las paredes de la Casa Blanca, se han formulado la misma pregunta en todas estas tensas semanas: ¿Ha perdido el sueño? ¿Ha dejado de comer? ¿Hace menos chistes que antes, o por el contrario, se sienta más adusto a acariciar sus perros?
La respuesta en todos los casos sigue siendo esta: el presidente es el mismo, no ha cambiado sus hábitos, ha sabido manejar sus nervios y ha buscado más que nunca el consejo y la compañía de funcionarios y amigos con quienes mantiene la camaradería usual de antes de esta crisis.
Dicen que para un presidente norteamericano, por el liderazgo mundial que ejerce, no hay mejor prueba que atravesar una crisis. El Presidente comprendió que los días de vino y rosas estaban siendo interrumpidos y durante estas largas semanas ha aplicado su estilo, a pesar de las críticas y quejas de algunos, quienes, aparentemente piden mas acción, más decisiones.
Bush trabaja segun un lema simple. "Misiones definidas, misiones realizadas". Se reúne con numerosas personas, una a una, para escuchar opiniones. Evita los canales tradicionales de la burocracia de Washington con el fin de obtener información más fresca de otras fuentes. Está pendiente de muchos detalles y en medio de las peores situaciones todavía tiene cabeza para verificar quién viaja con él en su avión presidencial o quién está jugando en las canchas de la Casa Blanca.
Aunque le gusta escuchar será un grupo muy reducido de amigos y funcionarios (lo cierto es que los unos son los otros), el que lo acompañe en la decisión final. Su sentido del trabajo es de equipo pero en ocasiones, por tratar de hacer las cosas él mismo, será capaz de atrasar una decisión algunos minutos mientras verifica personalmente la situación del caso.
El estilo Bush se repitió con lo de Irak. A las nueve de la noche supo lo de la invasión y a las cinco de la mañana siguiente ya estaba firmando las primeras disposiciones que incluían e bloqueo comercial a Hussein. Durante el día se dedicó a otros asuntos, respetó su calendario original: voló a Colorado a entrevistarse con la primera ministra británica, participó de numerosos actos y sostuvo mientras tanto conversaciones telefónicas con los líderes de Egipto, Jordania, Yemen y Arabia Saudita, sin necesidad de quedarse encerrado en la Casa Blanca. Como buen estratega político, supo desde el comienzo que sin los árabes estaba perdido.
El ritmo cotidiano no ha cambiado con la actual crisis del golfo. Duerme seis horas y media, se levanta a las 5:30 escuchando música country y mientras toma el primer café, mira las noticias de la CNN y en seguida hojea los periódicos, desde el New York Times y el Washington Post, pasando por el Wall Street Journal hasta llegar al USA Today, especialmente para buscar los resultados de los juegos de béisbol. Una hora después desayuna con toronja, café y a veces algo de cereal en su oficina privada, siempre solo. Después se pasa una hora escribiendo en su máquina eléctrica, haciendo llamadas sorpresivas y luego alistándose para la reunión diaria de las 8:15 de la mañana con sus más cercanos colaboradores.
El resto del día está lleno de reuniones, llamadas, notas y a las 4.30 de la tarde se reune de nuevo con su gente. Frecuentemente cambia la rutina, aparece por sorpresa en la sala de prensa de la Casa Blanca o almuerza con algunos congresistas y a las 6:45 sale de la oficina. La mayoría de las noches tiene alguna reunión social pero con frecuencia la cancela y llama a algunos amigos para beber una cerveza y mirar una película. Otras veces sale en busca de alguno de sus restaurantes favoritos en Washington.
Este es el hombre que sigue pescando y jugando golf mientras cien mil soldados enviados por él al desierto árabe, esperan la solución de este conflicto. Para su mentalidad, para su forma de mirar el mundo, cualquier crisis por seria y devastadora que pueda ser, es factible de solucionarse tanto en la orilla del mar como sobre las alfombras de la Oficina Oval.