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Las armas de Chávez

El gobierno de Venezuela tiene en marcha una estrategia de compras militares. Existen varias hipótesis para explicar por qué se arma el vecino.

6 de febrero de 2005

VENEZUELA SE ESTÁ ARMANDO. Desde hace meses, el gobierno de Hugo Chávez ha hecho gestiones con diversos gobiernos para adquirir helicópteros, fusiles, fragatas y aviones. El gobierno reconoce que ha gastado 400 millones de dólares, aunque la oposición asegura que el monto es mucho mayor, y el Ministerio de Finanzas aprobó recientemente 192 millones más para el mantenimiento y repotenciación de dos fragatas (F25 y 26), dos barcos de transporte (Tango 61 y 61) y dos submarinos.

Los enemigos de Chávez, quienes considera su proyecto político "una revolución pacífica pero armada", no dudan en calificar estas adquisiciones de carrera armamentista. Para el gobierno, son reposiciones rutinarias para enfrentar los problemas normales de seguridad y reemplazar equipos obsoletos. Lo cierto, al menos por ahora, es que las compras realizadas no permiten concluir que Venezuela esté embarcada en una carrera armamentista desenfrenada.

Sobre todo si se tiene en cuenta lo que ha adquirido: 100.000 fusiles Kalashnikov (AK-103, AK-104 y AK- 105), 33 helicópteros (MI-175B-5, MI-35M y MI-26T) y cinco radares tácticos móviles. Han circulado versiones sobre intentos de comprarle a España nuevas fragatas, y a Rusia o Ucrania aviones MiG-29. Pero la primera operación, que se encuentra en sus comienzos, está detenida por el momento porque el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, quiere asumir una posición neutral frente a la crisis colombo-venezolana desatada por la captura de Rodrigo Granda, e incluso canceló una visita a Caracas. Y la importación de aeronaves de combate ha sido negada oficialmente.

Independientemente de lo anterior, ¿para qué sirve este paquete? ¿Cuál es el enemigo al que le teme Hugo Chávez? ¿Qué objetivos persigue su gobierno con estas compras, las concretadas y las fallidas?

La primera hipótesis asegura que el presidente de Venezuela se prepara para una posible confrontación con Estados Unidos. Una idea absurda y extravagante, por lo que significa enfrentar a la primera potencia del mundo. Sin embargo, en los círculos más cercanos al mandatario venezolano consideran que así como la revolución de Fidel Castro en Cuba ha tenido que defenderse del imperialismo para sobrevivir -e incluso rechazó la invasión a bahía de Cochinos en 1961-, el proyecto de Chávez tiene que superar la antipatía política de Estados Unidos. En especial, bajo la presidencia de George W. Bush, quien inauguró su segundo cuatrienio con un discurso cuya columna vertebral fue el anuncio de "combatir las tiranías".

Más que una improbable guerra convencional, o incluso de una intervención como las de la guerra fría, este tipo de pensamiento asegura que la presencia estadounidense cerca de las fronteras venezolanas a través del Plan Colombia, sumada a los peligros de contagio del conflicto colombiano, podrían generar una intromisión de Estados Unidos en ese país. Además, los conflictos bélicos del siglo XXI son distintos a los anteriores, y si en Colombia hay una guerra irregular, en el país vecino se podría presentar una guerra asimétrica. Esta última, según Alberto Garrido, experto venezolano en asuntos militares, "es el reconocimiento de que el adversario no se puede combatir por los métodos tradicionales, sino en su vulnerabilidad".

Lo cierto es que los choques políticos y los discursos agresivos entre Washington y Caracas se han agudizado en las últimas semanas, después de la reelección de Bush. Y aunque pocos se imaginan una confrontación entre dos países que se atacan verbalmente pero mantienen constructivas relaciones petroleras, para Chávez es indispensable diversificar sus relaciones militares. La flota de aviones de guerra de las Fuerzas Armadas (FAN), por ejemplo, está constituida principalmente por F-16 norteamericanos. Algunos necesitan repuestos y mantenimiento que podrían no estar a disposición de Venezuela si la Casa Blanca decide apretarle las clavijas. Su eventual cambio por MiG-29 rusos y un acuerdo de cooperación con España que incluya la compra de fragatas y la utilización de astilleros serían pasos en esa dirección.

La segunda hipótesis sobre la incipiente carrera armamentista venezolana tiene que ver con los problemas de seguridad que genera Colombia. En primer lugar, los de la zona fronteriza, utilizada por la guerrilla, los paramilitares y los narcotraficantes como burladero de protección frente a las acciones del Ejército.

Del paquete de adquisiciones, la compra de helicópteros parece diseñada con ese fin, e inclusive es vista con buenos ojos por el Ministerio de Defensa de Bogotá, en razón del aporte que le puede hacer al patrullaje de esa zona de interés común. Colombia misma ha adquirido aparatos semejantes (tiene más de 50), y la mayoría de los 33 que llegarán a Venezuela en los próximos meses son de transporte, y sirven para mejorar la vigilancia de la larga línea fronteriza de 2.200 kilómetros. Según Edis Ríos, vicepresidente de la Comisión de Defensa de la Asamblea Nacional venezolana, "estamos respondiendo al clamor que se vive en la frontera. Buscamos impedir que los problemas de Colombia penetren a Venezuela, pero nunca hemos pensado dirigir nuestra estrategia militar para prever un conflicto bélico con Colombia".

Sin embargo, los niveles de tensión que alcanzó a producir la crisis reciente de las relaciones bilaterales ha obligado a los analistas en asuntos militares a volver a pensar en la posibilidad de una confrontación. Si bien los temas tradicionales de conflicto, como la delimitación marítima, han pasado a un segundo plano, la nueva agenda -en especial la de seguridad- tiene temas altamente contenciosos, como lo acaba de demostrar la captura de Rodrigo Granda.

De las adquisiciones que ha hecho Caracas recientemente, las que sí afectarían el equilibrio de fuerzas con Colombia serían las fragatas, negocio que por ahora está suspendido. Según el ex ministro de Defensa Rafael Pardo Rueda, también tiene importancia la instalación de los cinco o seis radares franceses porque "podrían significar una ventaja en un escenario eventual de confrontación de tanques en La Guajira".

El otro punto tiene que ver con las suspicacias sobre las relaciones de Chávez con la guerrilla colombiana. La compra de 100.000 modernos fusiles AK para las FAN tiene sentido para reemplazar los obsoletos FAL. Sin embargo, su monto duplica los soldados que hay (45.000, cifra no confirmada), lo que suscita interrogantes sobre el destino de esas armas, aun en el entendido de que normalmente se necesita contar con una reserva para reemplazos y para expansiones futuras. Además, los expertos se preguntan por qué Venezuela los adquirió con calibre 7,62, que en América Latina solo utilizan las Farc y las Fuerzas Armadas venezolanas, y no el más usado 5,56. Las diferencias a favor del segundo son significativas: el precio es 75 por ciento menor y el peso, la mitad, lo cual facilita su transporte y tiene mejor precisión.

La última interpretación sobre las compras de armas en Venezuela es que formarían parte del proyecto político interno. Se trata de "contar con un poder militar para sustentar el proyecto ideológico", sostiene Román Ortiz, profesor de la Universidad de los Andes, quien agrega que "una falsa sensación de superioridad le podría ayudar a Chávez para buscar una política exterior más agresiva".

También se han planteado versiones en el sentido de que algunos de los nuevos fusiles (o inclusive los viejos) se les podrían entregar a los círculos bolivarianos, para defender la revolución. "El brazo armado del proyecto revolucionario", en palabras del académico Carlos Romero.

Hasta el momento, no obstante, todo indica que hay una enorme brecha entre los deseos y las adquisiciones reales de armamentos por Chávez. Una diferencia que no propiamente permite afirmar que Venezuela se está armando hasta los dientes. Al menos por ahora.