Home

Nación

Artículo

LAS FUENTES SECRETAS

'Por un periodismo independiente', de E. Goodwin, libro recién aparecido en Colombia, examina la confidencialidad en el periodismo. Apartes.

10 de abril de 1995

ALGUNAS DE LAS MAS FAMOSAS REVELAciones del periodismo moderno fueron posibles solamente porque los reporteros acordaron extender confidencia y protección a la identidad de algunas fuentes. La más famosa fuente de noticias en las investigaciones de periodismo recientes fue probablemente ' Garganta profunda', nombre que Robert Woodward y Carl Bernstein dieron al misterioso funcionario que colaboró con el Washington Post en las revelaciones del encubrimiento de WatersJate. Pero 'Garganta profunda' fue solamente una de las numerosas fuentes secretas de las que Woodward y Bernstein se valieron para desarrollar las noticias que llevaron finalmente a la renuncia del presidente Nixon y el encarcelamiento de varios ayudas de la Casa Blanca.
Watergate es la noticia que los periodistas citan usualmente cuando argumentan el derecho de mantener en secreto a cierta fuentes. Debido a que las fuentes secretas son importantes, sino esenciales, cuando se trata de divulgar algunas situaciones amenazantes de la sociedad y de la vida los periodistas se han amparado en leyes que les permiten proteger a sus fuentes en caso de ser citados a las cortes. Han argumentado también que a libertad de publicación o transmisión consagrada en la Primera Enmienda pierde significado si no se garantiza el derecho a obtener información, aun cuando provenga de fuentes secretas. Si bien el último argumento no ha convencido mucho a los jueces, aproximadamente la mitad de los 50 estados han aprobado las llamadas 'leyes escudo' que otorgan a periodista y fuentes el mismo tipo de amparo que las leyes corrientes han ofrecido tradicionalmente a esas comunicaciones privilegiadas o secretas entre abogados y clientes, médicos y pacientes, clérigos y feligreses y entre cónyuges. Se ha hablado también de una ley escudo federal, pero el asunto divide a los periodistas; muchos argumentan que sería indeseable colocar a los periodistas en una clase privilegiada. A otros les preocupa que "lo garantizado por el Congreso pudiera arruinarse" y que una ley federal podría en un futuro enmendarse en detrimento del periodismo y la libertad de prensa.

A LA CARCEL
Desde 1968 muchos reporteros han ido a dar a la cárcel, o pagado multas, por rehusarse a revelar sus fuentes ante una corte.
Un buen número de sanciones se produjo en estados con 'leyes escudo' aprobadas, pero en general las cortes no las confirmaron en razón de que la 'ley escudo' del periodista tenía que someterse a la Enmienda Sexta, que garantiza un juicio justo a personas acusadas. El primer periodista de tiempos modernos que pagó prisión por proteger una fuente fue Marie Torre, por entonces columnista de radio y TV para el viejo New York Herald Tribune. Torre se negó a identificar al anónimo ejecutivo de la CBS citado en su columna para ratificar que Judy Garland renunciaba a su paracipación en un programa futuro porque estaba desmedidamente gorda. Sostenerse en este principio le costó 10 días en prisión bajo cargos de desacato a una corte.
Desde el encarcelamiento de Torre en 1968, toda una serie de reporteros y hasta unos cuantos editores han pasado su tiempo en prisión antes de acceder a la insistencia de las cortes por identificar a sus fuentes socretas. En uno de dos sonados casos, Myron Farber del New York Times tuvo que permanecer 40 días en un penal de New Jersey al rehusarse a entregar sus notas a una corte por un juicio por asesinato que culminó en la exoneración del doctor Mario E. Jascavelich; y el de William Farr, quien aguanto 47 días, por negarse a revelar las fuentes de una noticia publicada en Los Angeles Herald Examiner donde se afirmaba que la familia de Charles Manson había planeado asesinar a ciertas celebridades, entre las que se incluía a Elizabeth Taylor. Además de Farber y Farr, otros periodistas han pagado prisión por períodos de tiempo más cortos, y un incontable número ha cooperado con las cortes para evitar desacato. Dado que las historias de aquellos que cooperan no son muy divulgadas, nadie sabría cuántos periodistas lo han hecho.
A pesar de la coincidencia en la apreciación del privilegio de los reporteros como "una doctrina éticamente justificable en un pequeño número de casos que incidan decisivamente en el propio futuro de la sociedad", James W. Carey desaprueba que se convierta en "la esencia misma del periodismo". Carey, decano del College of Communications en la Universidad de Illinois de Urbana, encuentra convincente la conclusión sobre el privilegio periodístico de Renata Adler: "Unicamente deberían considerarse excepciones bien determinadas y concretas a la norma que obliga a un periodista a revelar sus fuentes: periodismo y secretos es una contradicción en los términos".

LA CAUTELA ANTE LA CONFIDENCIA
En años recientes los editores de organizaciones noticiosas se vuelven cada vez más cautelosos con el uso de fuentes secretas. Sus temores se concentran en 1) La posibilidad de que los medios sean utilizados por fuentes que insisten en el secreto, o por reporteros que maquillan los hechos y los transforman en noticias que luego atribuyen a las llamadas fuente secretas; 2) la posible pérdida de credibilidad en caso de no dar a conocer a los lectores o telespectadores las fuentes específicas de una información importante; 3) las dificultades de defenderse ante demandas por calumnia cuando los jueces rehúsan considerar, como prueba de la rectitud de noticias en disputa, a aquellas basadas en fuentes que los medios se niegan a identificar.
Un buen número de periodistas, incluidos los partidarios del uso de fuentes secretas en relación con noticias importantes o relacionadas con la política, cree que se ha abusado de las fuentes ciegas, particularmente desde Watergate. Consideran que a medida que un creciente número de reporteros le da por pensar que sus noticias se hacen más interesantes y dramáticas si incluyen una o dos fuentes secretas, se gesta cierta mística alrededor del método. También cunde la sospecha entre algunos editores de que reporteros acuden a fuentes secretas porque son demasiado perezosos para empeñarse en las dificultades que supone una identificación apropiada.
Greene, de Newsday, hace un enjuiciamiento más serio al uso de fuentes secretas. "He visto reporteros que logran la aceptación de sus propias ideas mediante el uso de fuentes anónimas", declara Greene. "Sospecho altamente de ellas". Y Richard Cunningham, profesor de periodismo en la universidad de Nueva York, se opone al uso casual de fuentes confidencial es: "Me molesta ver salir a algún joven reportero de la asamblea o el concejo de la ciudad y comenzar su informe diciendo 'observadores afirmaron'. Me doy cuenta de que no han tenido tiempo para contactar buenas fuentes o de desarrollar una noción del consenso entre los observadores responsables".
Para algunos ejecutivos de noticias, el aspecto más problemático de la garantía de confidencia lo constituye la pérdida de credibilidad que se produce cuando los reporteros no pueden identificar las fuentes de sus noticias. La atribución, el deber de informar al público de dónde se obtuvo una información es un principio cardinal del periodismo norteamericano que se pasa por alto cuando las noticias provienen de fuentes secretas. "Los lectores deben saber todo lo que se les pueda decir sobre la procedencia de la información en forma que puedan entenderla", dice Donald Graham, editor del Washington Post. "Si no se puede revelar con exactitud quién fue la fuente, se debe exponer tanto como sea posible la clase de personas de que se trate, para que los lectores puedan entender al máximo sus motivos" A juicio de Graham, es deber de los reporteros tratar de obtener información oficialmente, aunque admite que en Washington no siempre es posible.
Woodhull opina que cuando una fuente no se puede identificar completamente "deberíamos decir por qué.


REGLAS MAS PRECISAS SOBRE FUENTES CIEGAS
En 1981 el mundo periodístico sufrió un tremendo golpe cuando el Washington Post se vio obligado a devolver un premio Pulitzer en categoría de notas y variedades (features), después de confirmarse que el artículo galardonado, la historia de un adicto de heroína de ocho años de edad, era un fraude. La responsable, una joven reportera llamada Janet Cooke, fue despedida después de admitir el embuste. El incidente fue motivo de verguenza para el Post y para todo el negocio de las noticias en general. Reavivó las agonizantes discusiones entre la ética y la credibilidad, y lanzó una serie de interrogantes sobre las prácticas periodísticas, incluyendo el uso entendido de fuentes anónimas. Antes de confirmar la falsedad de la noticia de Cookee, los editores del Post habían respaldado a la reportera cuando críticos de otros sectores exigieron conocer la identidad de 'Jimmy', el seudónimo con que bautizó al joven adicto. Cooke advirtió a sus editores que el expendedor responsable de llevar a Jimmy al vicio había amenazado con matarla si revelaba su identidad. Y fue precisamente ese detalle, la utilización de una fuente anónima, lo que más atrajo la atención como consecuencia de la devolución del premio de 1982 otorgado a Cooke, tan humillante para el Post.
El editor ejecutivo Ben Bradler decretó que a partir de ese momento, por lo menos uno de los editores del Washington Post debería conocer la identidad de cualquiera de las fuentes secretas usadas "pero nos engañamos si creemos que con eso se evitará otro caso como el de Janet Cooke ", advierte.
Algunos observadores creen que el escenario para el desastre de Janet Cooke en el Post ya estaba preparado por 'Garganta profunda', la fuente anónima que Robert Woodwart utilizó en la investigación del caso Watergate con su colega Carl Berstein a comienzos de los años 70. Un detalle bastante publicitado sobre 'Garganta profunda', ciertamente conocido por toda la redacción del Post, es que su identidad era desconocida para los editores del rotativo en la época. Bradlee admite ahora saber quién es 'Garganta profunda', pero no dirá en qué momento lo supo. Pero sí dice que en su tiempo de vida, Woodward (quien actualmente es asistente de gerencia editorial a cargo de un grupo de investigaciones especiales del Post) podrá decirle al mundo quién era 'Garganta profunda'.


LAS CONSECUENCIAS
Después del asunto de Cooke, muchos periódicos pusieron en práctica las normas que propuso Bradlee y exigen que por lo menos uno de los editores sepa quién es su 'Garganta profunda'.
En el Times Union de Rochester, Nueva York, donde impera la política de revelar las fuentes a menos que exista una razón poderosa para no hacerlo, Anthony Casale, asistente de gerencia editorial antes de su traslado a Usa Today, dice que siempre insistió en conocer la identidad de las fuentes ciegas antes de la publicación de una noticia. "Los reporteros no se esfuerzan suficientemente por conseguir la información de forma oficial", es la opinión de Casale.
Ese periodista entrevistó a cada una de las fuentes confidenciales que participaron en una serie de artículos sobre informantes de la policía que había preparado el equipo del Times Union, y los hizo firmar una declaración respaldando sus informaciones y acordando declarar en caso de que el periódico fuera demandado por calumnia. "Tuvimos que permitir la garantía de confidencia para esa serie porque sabíamos que sus vidas corrían peligro", dice Casale; pero su postura fue diferente en el caso de otra investigación, una referente a brutalidad policial. "Pensamos que si nos valíamos de fuentes secretas, nuestros hallazgos serían desestimados", explica. "Algunas fuentes no declararon oficialmente pero otras lo hicieron" para que el Times Union preparara una serie de artículos detallando ejemplos de brutalidad policial que sufrieron 13 víctimas plenamente identificadas.