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El escritor Ryszard Kapuscinski murió este martes en Varsovia, Polonia, luego de una delicada operación. El periodista recibió el premio Príncipe de Asturias en 2003, dentro de su obra se destacan los libros La guerra del fútbol y otros personajes , El imperio, Ébano y Los cínicos no sirven para este oficio

OBITUARIO

Las mil guerras de Kapuscinski

Murió el periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski a los 75 años. Él fue reconocido en el mundo entero como un maestro del periodismo literario y una de las grandes plumas del Siglo XX. SEMANA LIBROS publicó el siguiente perfil en 2004 con motivo de su venida a Bogotá para la Feria del Libro.

Martín Caparrós
23 de enero de 2007

Lo segundo que me dijo fue que él nunca en su vida había hecho una entrevista. Primero me había dicho buenas tardes, encantado, cómo está, con esa cortesía un poco fría que afectan los polacos: un taconeo apenas perceptible, como si se cuadraran para saludarte. Y después eso:

-No, yo jamás entrevisté a nadie.

Era porque a mí se me había ocurrido una pregunta astuta para abrir el diálogo:

-¿Usted tiene alguna táctica, algún truco para empezar una entrevista?

-Yo nunca en mi vida hice una sola entrevista. Nunca jamás. A mí me hacen entrevistas, pero yo nunca hice ni una sola.

Insistió, y durante la semana siguiente se lo oiré repetir dos o tres veces: a Ryszard Kapuscinski, el más reputado periodista vivo, debe importarle mucho que se sepa. Entonces yo le dije que podría estar de acuerdo en que la entrevista suele ser una solución de facilidad, treta del periodista para no tener que contar y/o pensar y limitarse a transcribir una charla.

-Sí, cada vez hay más, y es un género despreciable.

Remató él: no era la mejor manera de empezar una entrevista. Miré a mi alrededor pero no vi ningún disfraz de bayadera bengalí ni de cardiocirujano yanomami -ni siquiera de pequinés en celo- así que tuve que seguir haciendo de entrevistador.

 

Es curioso entrevistar a alguien que nunca ha entrevistado a nadie pero sabe como nadie cuáles son las reglas de entrevistar, los peligros que el entrevistado -extrañamente- acepta cada vez. Es curioso contar a alguien que ha contado tanto: desde su primera salida de Polonia, en 1957, Ryszard Kapuscinski ha caminado cinco o seis continentes, 27 revoluciones, 12 guerras, tantas historias. El maestro nació hace 72 años en un lugar que ya no es: la ciudad polaca de Pinsk, ahora la ciudad bielorrusa de Pinsk. Y en cuanto pudo se fue a conocer el mundo. La agencia de prensa polaca lo nombró corresponsal en África; en esos días los africanos se dedicaban a echar colonos blancos y no se preocupaban por las buenas maneras.

-¿Y fue entonces cuando vio su primera guerra?

-No, mi primera guerra fue la invasión nazi cuando yo tenía 7 años, y fue muy duro. Mis recuerdos de esa guerra son recuerdos de un hambre constante, días y días sin comer nada. Cuando terminó la guerra yo no podía entenderlo: para mí la guerra era el estado natural de la vida, me sorprendía que ya no hubiera tiros, bombardeos, hambre, muertos. Pero después he estado en muchas guerras, ya ni sé cuántas guerras.

-¿Se necesita alguna cualidad particular para ir a las guerras?

-Yo no iba, me mandaban. Me llamaban y me decían Ricardo, ahora hay guerra en Sudán, tienes que ir. Pero en esos tiempos no había e-mails, teléfonos por todas partes: era un periodismo de libertad. Ahora cada paso del corresponsal está dirigido por su jefe en la central: el jefe tiene más información en su pantalla que el corresponsal en el terreno; en cambio cuando yo me iba eran viajes de Colón, de descubrir mundos, y mi jefe no tenía ni idea, no sabía ni siquiera dónde estaba yo. Ahora la visión del mundo ya no es una creación de unos pocos periodistas alocados; la producen en las grandes oficinas de Nueva York o de Londres.



El maestro es un clásico del periodismo moderno: nadie como él para alejarse de lo pasajero de la actualidad y dejar condensado en un relato una época, un lugar. Nadie como él para mirar y ver. John Le Carré dijo alguna vez que Kapuscinski era "el enviado especial de Dios" y supongo que debe ser un elogio. Ha publicado unos 20 libros y le brillan los ojitos cuando me dice que ha sido traducido a 32 idiomas y que algunos de esos libros tienen letras tan extrañas que sabe que son suyos por la foto. El maestro mezcla orgullo y distancia con humildad y calidez: las dosis cambian.



El maestro tiene los pies tan chicos, los zapatos un poco viejos lustrados con esmero. El maestro sabe que -para el cronista- los pies son un mal necesario. Y me contesta que no, que ser periodista nunca le dio vergüenza.

-No, al revés. Yo estoy muy orgulloso de ser periodista. Yo trato a esta profesión como una misión.

El maestro es cristiano, tiene un hermano misionero en Bolivia y a veces dice que él también lo es:

-El trabajo del periodista es como el del misionero, tiene que abrir caminos para que los pueblos se conozcan. La misión del periodista es hacer algo bueno por los otros: una obligación ética. Yo tengo una visión muy idealista de esta profesión.

No me entendió: cuando le hablaba de vergüenza le preguntaba por esas situaciones en que el periodista tiene que mantenerse fuera de una situación en la que su decencia lo llevaría a intervenir -el fotógrafo que gatilla mientras ruedan las cabezas- y entonces el maestro dice que ese es un problema ético que se plantea muchas veces pero que no se puede resolver de una manera general:

-Ese fotógrafo tiene que decidir si sigue haciendo esas fotos, que pueden influir a través de la prensa para mejorar esa situación, o si se mete personalmente en el momento. Hace unos años un equipo de la CNN filmó cómo una multitud arrastraba el cuerpo de un soldado norteamericano por las calles de Mogadiscio, la capital de Somalia. El equipo podría haber tratado de intervenir pero siguió filmando, y sus imágenes conmovieron a la opinión pública y obligaron al gobierno de Bush padre a repatriar la expedición norteamericana. Pero cada caso es una historia diferente y, en general, la instalación de una idea en la opinión pública es un proceso muy lento. La opinión pública va siempre por detrás de los hechos, y esa lentitud facilita mucho las decisiones políticas: cuando los políticos toman una decisión, la opinión pública todavía no está despierta, atenta al asunto.

-¿Es tonta la opinión pública?

-No, no es tonta, pero es una masa tan grande que necesita mucho tiempo para ponerse en marcha. Y a veces cuando se pone ya es demasiado tarde.



-Hay que aclarar que la objetividad no existe: incluso en un despacho de agencia, cuando uno selecciona lo que va a contar ya está eligiendo, poniendo su subjetividad en la elaboración de la noticia. Yo no querría usar una palabra dura, pero en esto de la objetividad hay mucha apariencia...

-Por no decir engaño.

-Por no decir engaño.

El maestro sonríe. Por sus fotos, por sus libros, me lo imaginaba poderoso y altivo, con cierta prepotencia de grandote eslavo, pero todo en él es chiquitito: manos, ojos grises, esos pies en los zapatos muy lustrados. Sabe varios idiomas; su español es bastante bueno, y suele entender lo que le dicen. El maestro habla español con ese acento polaco que supo ser el de mi abuelo y que, en los últimos 20 años, hemos aprendido a reconocer como la voz de Dios sobre la Tierra.

-Yo no creo en la distancia del periodista. Yo estoy por escribir con toda pasión, con toda emoción; los mejores textos periodísticos están hechos de pasión, de implicación personal en el tema. La teoría de la objetividad es totalmente falsa: la objetividad produce textos fríos, produce textos muertos.

Dice, se sonríe. El maestro es cascarrabias pero sabe que su sonrisa le compra indulgencias. El maestro es tímido, agradece todo mucho, y tiene una mirada capaz de mostrarse sorprendida. El maestro no pierde ninguna oportunidad de abrazar mujeres circundantes. El maestro, más que nada, no para de hacer preguntas, de interesarse por todo, todo el tiempo: la única forma de enseñar es no creer que ya no queda nada que aprender. Y, por más que le pregunto, se resiste a dar tips, a narrar experiencias concretas, a contar anécdotas: quizá 45 años de contar historias produzcan ese efecto. Pero en un momento me dice que lo más importante para escribir buenas crónicas es entenderse con la gente del lugar, que te sientan cercano, respetuoso. Y dice que, para eso, es básico aceptar su comida:

-El primer contacto suele ser que te invitan a su mesa y miran si uno come con gusto o si está molesto.

-¿Y si no le gusta la comida?

-Hay que mentir. La mentira es un arma muy importante, indispensable.

Dice, y se sonríe con cara de mira qué pícaro me pongo. A veces el maestro tiene cara de gnomo bribonzuelo: los pocos pelos de la cabeza se le rizan hacia arriba y las cejas también, luciferinas. El maestro suele repetir que es humilde y yo sospecho que no hay nadie tan orgulloso como quien se jacta de su humildad. Después vuelve al estado actual del mundo, su tema recurrente:

-Ahora tenemos cada vez más millonarios y cada vez más pobres: lo que más ha crecido en el mundo es la injusticia.

-¿Y por qué cree que miles de millones soportan esa desigualdad, esa pobreza?

-Yo creo que la pobreza no es una fuerza revolucionaria: es una situación que convierte al hombre en un ser muy pasivo. El pobre no lucha, porque para luchar por algo se necesita poder imaginarse un objetivo, un futuro mejor. Y el que tiene hambre no tiene tiempo ni ánimo para imaginar nada que no sea cómo pasar el día de hoy, de dónde sacar la próxima comida.

-Usted ha estado en muchas revoluciones. ¿Hay algo común en todas ellas que le permita entender cuándo y cómo pueden producirse?

-Es muy dífícil, porque en la mayoría de los países las condiciones para la revuelta están dadas siempre, y sin embargo esos movimientos aparecen de pronto en un lugar igual a tantos otros. Pero esas no son revoluciones, son revueltas que revientan de repente, duran unos días y desaparecen. Son sólo movimientos de rabia, de odio, de destrucción...

-Es lo que más se ve actualmente. Como no hay modelos políticos alternativos para intentar, es más difícil pensar en movimientos revolucionarios clásicos...

-Sí, la época de los movimientos organizados revolucionarios se terminó porque cambiaron las sociedades. Estas sociedades ya no tienen divisiones claras, por eso ya no pueden organizarse en movimientos sociales como los partidos, los sindicatos. En el mundo contemporáneo no hay más revoluciones.

Dice, y no me queda claro si el quiebre de su voz es por nostalgia.