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Barrios como el Salado, el 20 de Julio o las Independencias en la Comuna 13 son laderas empinadas desde las que, durante las noches, se divisa el Valle de Aburrá iluminado como un pesebre. Pero es una vista de la que sólo unos pocos pueden disfrutar. Las bandas delincuenciales han regresado a muchas calles de la zona

Reportaje

Las noches de Medellín se tiñen de miedo

En barrios marginales de la ciudad, las bandas armadas vuelven a dominar la noche. Mauricio Builes, periodista de SEMANA, cuenta cómo.

18 de noviembre de 2006

En un opaco miércoles de agosto de 2006, el estudiante de derecho Haider Ramírez se levantó a las 5 de la madrugada, llevó a su esposa, Liliana, al trabajo y a su hija de 6 años al colegio. Estaba malgeniado. Vestía de forma inusual: pantalón gris de lino y camisa azul. Liliana lo vio ese día particularmente irritado. A las 8 de la mañana, llegó al barrio Villa Laura. Se bajó de su Chevrolet Sprint y comenzó a caminar hacia su oficina de Corapaz, la organización barrial de la Comuna 13 que dirigía. Avanzó pocos metros. Dos hombres motorizados lo alcanzaron. Cuando lo tenían cerca, lo balearon. El líder social de la comuna quedó tirado boca abajo en la calle.

Antes de las 9 de la mañana la noticia de su muerte ya se había regado por toda la ciudad. Ramírez, aspirante al Concejo de Medellín de 39 años, había sido asesinado. Y el lugar de los hechos era su propia comuna. Por 20 años había sufrido cada calle de sus 14 barrios. Las conocía hasta en lo más íntimo. Su muerte significaba lo que muchos no se atrevían a decir. Era el reencuentro de sus habitantes con el miedo. Era la historia volviéndose sobre sí misma con convulsa insistencia.

De nuevo el barrio militarizado, al igual que en 2001, cuando el gobierno lanzó su Operación Orión para arrebatarles el reino de plomo que habían fraguado allí milicias guerrilleras y paramilitares. Entonces, las imágenes de televisión de esas laderas parecían las de una guerra entre naciones: soldados atrincherados detrás de arsenales en las casas, tanquetas desfilando por las calles, helicópteros Black Hawck sobrevolando los techos. La gente atendía la recomendación oficial: "No asomarse por las ventanas".

Ahora, la guerra no se ve casi de día. El temor ha colonizado, por ahora, la noche. La gente ha comenzado a denunciar que han retornado bandas nocturnas que controlan las calles, extorsionan, vigilan el expendio de drogas. Tres grupos de muchachos se disputan los barrios de esta montaña: Los cuquitas, Los victorinos y El combo. Hace un mes el presidente Álvaro Uribe estuvo en la cancha de El Salado, al occidente de la comuna. Anunció que 500 nuevos policías vigilarían Medellín e invitó a la tranquilidad. Pero a los habitantes les cuesta trabajo aceptarle la invitación. Uno de ellos, Ramón Serna*, le contestó entre dientes al Presidente: "¿Por qué no viene de noche y nos dice lo mismo?".

En El Salado ya tienen una estrategia para asegurarse la tranquilidad. Ocultarse. Caminar las calles después de las 8 de la noche resulta una osadía. Aunque los funcionarios de la Alcaldía digan a don Ramón que hay menos muertos ahora que el año anterior, él asegura que si se atrevieron a "tocar" a Haíder, se atreverán a tocar a cualquiera. "No son necesarios los muertos para tener miedo, apunta mientras camina por una de las aceras empinadas de su barrio. Es que al miedo nadie le puso calzones y yo no necesito que me saquen un arma para sentirme amenazado". Lo dice con tono irónico para referirse a algunos vendedores de su barrio que están siendo vacunados por el Combo. Cada semana este grupo de jóvenes, todos menores de 18 años, cobra 5.000 pesos y al comerciante que se resista a darlos, lo amenaza. Pero ser comerciante o vendedor no es el único requisito para merecer una advertencia de estas bandas. El caso de Haíder lo demuestra. Otros líderes de la comuna ya comenzaron a huir por amenazas. Dos de ellos pidieron, además, protección al Estado.

En otro barrio de la Trece, Las Independencias, transitar de noche resulta un acto heroico. El ingreso y la salida a sus cuadras son controlados por hombres armados que administraban cada una de las calles. La descripción del Secretario de Gobierno, Gustavo Villegas, de la situación resultó ser una buena radiografía: "Yo no me voy a meter a Las Independencias a esta hora (las 7 de la noche), ni por el berraco". El pavor resucitó como un efectivo y macabro protagonista en la historia de estos barrios.

Amargo amanecer

Gustavo Álvarez, comerciante, fue apuñalado hasta la muerte en su barrio Nuevo Amanecer, al suroccidente de Medellín. Desplazado del Urabá como la gran mayoría de sus habitantes, don Alfredo vivía con su familia y era dueño de una de las cuatro tiendas del barrio. Nadie sabe por qué lo mataron. "Cualquier cosa puede ser un motivo", dice Daniel Bustamante*, un habitante del barrio. Un ayudante del tendero también fue apuñalado, pero pudo salvarse. No quiere regresar. Él sabe mejor que nadie lo que significa la noche por esas calles. Es la sensación que obliga al encierro.

Al igual que en la Comuna 13, este asesinato develó lo que ha venido ocurriendo en Nuevo Amanecer, un barrio con apenas dos años de fundado, pero cuyos integrantes llevan ocho sufriendo de miedo. La mayoría de sus 2.800 habitantes son antiguos vecinos de la Mano de Dios, un asentamiento de desplazados que el 31 de julio de 2003 se incendió por completo y obligó al gobierno a reubicarlos. Sus pobladores estaban convencidos de que era el comienzo de una nueva vida. La desilusión vino pronto.

Cualquier visitante pensaría que el barrio es la localidad perfecta para una película de terror. Son 470 casas apeñuscadas y divididas en cuatro filas horizontales y cuatro verticales; el alumbrado público a media luz, calles empolvadas, sábanas grises utilizadas como cortinas, ventanas rotas, muros sin revocar, una cancha de fútbol miniatura y con un solo arco y una carpa amarilla que sirve como salón de clases a un colegio sin nombre. A veces, durante las noches de los viernes o los sábados, algún equipo de sonido deja escapar un reguetón y se puede ver a un adolescente cortejando a su vecina en la última pared del barrio. El amanecer es casi siempre siniestro en Nuevo Amanecer. Queda a la luz el saldo de la noche.

Después del incidente del tendero, el domingo 22 de octubre, Daniel se atrevió a salir de noche. Antes de las 10 se le acercó un hombre y, señalándolo con el dedo, le dijo: "Tenemos que matar a este hijueputa. Tenemos que matarlos de una vez a estos negros". Daniel, pensando que podría correr la misma suerte del hombre que fue apuñalado hacía ocho días, tragó saliva y alzó las manos como si se tratara de una requisa. El otro dejó de señalarlo y se fue sin decir más palabras. Daniel retornó a su encierro y comprobó, en carne propia, que la noche es una prohibición.

Pero la de Daniel es sólo una de las tantas historias con la que fácilmente se podría completar una antología de cuentos para no dormir. En mayo de este año un bebé de nueve meses se salvó de ser aventado por las escaleras más empinadas de Nuevo Amanecer. Dos hombres llegaron de noche a su casa preguntando por don Joaquín para matarlo y como no tuvieron respuesta, cogieron al niño, lo metieron en un costal y lo levantaron sobre sus cabezas para lanzarlo escaleras abajo. Una vecina les suplicó que no lo hicieran porque ese no era el hijo del señor que estaban buscando. Los dos hombres, que vestían de negro, le creyeron y dejaron al niño en la puerta de la casa. Al otro día, en la madrugada, don Joaquín y su hijo huyeron.

El pasado 11 de octubre se realizó un consejo de seguridad y la comunidad expuso su colección de quejas. Después de escucharlos, la Alcaldía rentó, por 200.000 pesos, la casa del tendero asesinado y se comprometió a crear allí una Casa de Justicia. La Policía asignó una patrulla permanente para el sector. A Yaneth Gil le cuesta trabajo confiar en que las cosas mejoren con esos compromisos. Habla de falta de trabajo y educación.: "¿Tengo que vivir con mis victimarios?", se pregunta y recuerda que en el barrio viven 28 desmovilizados de la AUC, además de los líderes de la banda Los negros, quienes hacen de la intimidación la mejor herramienta para gobernar Nuevo Amanecer.

Yaneth cuenta, además, que aun después del consejo de seguridad, siguen apareciendo caras desconocidas en el barrio. Han subido carros y motos que nunca antes se veían. Han hecho disparos al aire. En la noche ya nadie ve nada. El tiempo se detiene.

"¿Por dónde es eso?"

En Altos de la Torre, el barrio más perdido de la ciudad, también hubo un asesinato de alerta. Hace un mes, después de media noche, fue baleado un tendero en su propia casa. Hace tres domingos un grupo de muchachos comenzó a hacer disparos al aire muy cerca de la escuela. En el barrio la Policía es un acto de fe. No suben buses ni taxis ni carros particulares. Tan sólo algunas motos logran llegar hasta la escuela, en la parte baja. Es la única, con cinco salones, en uno de los cuales dan clases a los de séptimo y a los octavo al tiempo. Más arriba sólo se llega a pie, subiendo escaleras de cemento o por trochas pantanosas. Las casas están amontonadas unas sobre las otras. Hay un solo teléfono para sus 2.000 habitantes. Las mangueras del acueducto viven reventadas. Cuando en la Alcaldía se inventaron los lemas Medellín está en Obra y Medellín, la más educada, no estaban pensando en Altos de la Torre.

La noche en ese barrio es el perfecto escenario para los bandidos. Es, a la vez, un palco ideal desde dónde divisar el Valle de Aburrá, y el mejor escondite de Medellín. Poca luz, difícil acceso, comunidad atemorizada, ninguna autoridad. Ya se habla de la visita nocturna de hombres encapuchados, armados y vestidos de negro como la noche. Los han visto en la escuela, por las escalas que llevan a la parte más alta del sector y por la gran torre de energía que divide en dos el barrio. Nadie sabe con certeza quiénes puedan ser los nuevos visitantes. Algunos vecinos dicen que son guerrilleros de las Farc que bajan desde la montaña lindante con el corregimiento de Santa Elena y aprovechan los mejores atributos de Altos de la Torre: que nadie lo encuentra y que después de las 6 de la tarde, nadie lo sube.

Patricia Arias* vive allí desde hace seis años, es una mujer teñida por el sufrimiento. Desde hace cuatro meses no sale de su casa de noche y no duerme pensando que los hombres de negro van a bajar de la montaña y se le van a llevar a alguna de sus hijas. Patricia se ha vuelto noctámbula. Abrir la única ventana de su casa es una prohibición, y quedarse en la casa, una orden. No es delirio de persecución. "Es el miedo que nos encierra, susurra. Prefiero pasar toda la noche con mis hijas viendo T.V. que dando papaya en la calle", dice mientras peina a la menor de su hijas.

Es un barrio de advertencias. La gente habla del miedo en todos los tonos posibles. Volver chiste lo que les pasa alivia la tensión. Ya saben que cuando llaman a la Policía de noche, allá les responden: "¿En dónde es que queda eso?". Entonces bromean: "¿Quién va a cuidar a los Policías en este barrio tan oscuro y empantanado?"

Una vecina de Patricia, que prefiere no decir su nombre, cree que tienen un problema principal: "El barrio se acostumbró a tener dueños". Desde cuando la guerra del Urabá los desplazó en 1996 y eligieron a esta ladera para acomodarse, las personas de Altos de la Torre han vivido bajo el mandato de la guerrilla, los paramilitares y la delincuencia común. Ha sido una disputa eterna para probar quién es el más fuerte. Hoy se habla de J. J. Hidalgo como el mandamás. Amo y señor de la noche y de las amenazas. Todos hablan de él con sigilo. Su nombre se pronuncia a puerta cerrada. Él hace de juez y dicta las normas de comportamiento: las formas de vestir, los horarios de diversión, quién puede fumar marihuana y manda a castigar a los ladrones.

Al preguntarle al comandante de la Policía Metropolitana, coronel Marco Antonio Pedreros, sobre la situación del barrio, esta fue su respuesta espontánea: "¿En dónde queda Altos de la Torre?". Sería cómico si no fuera trágico.

***
El miedo ha producido barrios de fantasmas. Los habitantes de muchas de sus calles hablan de la noche como si fuera la misma maldad. Los grupos ilegales están reapareciendo en la oscuridad. En la Trece, en Nuevo Amanecer o Altos de la Torre las historias se copian unas a otras. Matones detrás de las sombras que han devuelto a la gente al encierro, del que había descansado por unos meses. Nadie, ni las organizaciones sociales, ni los líderes barriales, ni la comunidad, quiere que la historia se devuelva. La intimidación en estos y otros barrios es el preludio de la misma película que han visto por 20 años. Nadie quiere que vuelva a comenzar. .

*Los nombres reales se omiten por seguridad de las personas.