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La semana pasada se desató en Bogotá un enfrentamiento entre los tradicionales taxis amarillos y los taxis blancos, de servicios especiales, que el usuario pide a través de Uber.

POLÉMICA

La guerra de los taxis

A Uber, un naciente fenómeno mundial en materia de transporte, le pusieron freno de mano en Bogotá.

10 de mayo de 2014

Como si la situación no estuviera lo suficientemente tensa en Colombia y particularmente en Bogotá, la semana pasada se desató un enfrentamiento que pocos esperaban: el de los taxis amarillos contra los taxis blancos.

Decenas de amarillos bloquearon el martes pasado algunas vías de la capital con la frase de batalla “fuera Uber de Bogotá” exigiendo que deje de funcionar esta aplicación, que se puede bajar en cualquier dispositivo móvil para pedir un servicio especial atendido por los taxis blancos. La Secretaría de Movilidad, días antes, había dado la orden a la Policía de hacer retenes para pescar a los blancos que estuvieran prestando el servicio. Luego de que inmovilizaron cerca de 70, los conductores afiliados a Uber y algunos usuarios respondieron también con protestas en la Plaza de Bolívar, pero sobre todo en las redes sociales.

Esa guerra fría podría pasar a mayores. Conductores de taxis blancos han salido a denunciar que los amarillos les “hacen encerronas”. “Muchos hemos tomado la decisión de no salir a trabajar por ahora, por temor a agresiones”, dijo uno de ellos a Caracol Radio.

Todo comenzó el primero de octubre del año pasado cuando llegó a Bogotá Uber, una de las aplicaciones más innovadoras en el mundo. Con dar solo un click en la aplicación del celular llega el vehículo a recoger al usuario. Se trata en su mayoría de camionetas nuevas (Hyundai Tucson o Kia Sportage), manejadas por conductores atentos que abren la puerta al cliente, le ofrecen una botella de agua y un dulce y ponen música de su agrado. Al llegar al destino el valor se descuenta de la tarjeta de crédito que el usuario inscribió para afiliarse al servicio. Eso sí, la carrera mínima en estos taxis blancos cuesta 6.400 pesos, mientras que la de los taxis amarillos solo 3.400 pesos.

Uber nació en San Francisco hace apenas tres años y ha tenido gran reconocimiento. Su creador, Travis Kalanick, fue elegido entre los 100 personajes más influyentes del mundo por la revista Time. El gigante Google, convencido de su potencial, invirtió 258 millones de dólares en este emprendimiento. Hoy funciona en 100 ciudades incluidas Nueva York, París, Berlín, Hong Kong, Seúl y Tokio.

En tan solo seis meses se ganó un sector del estrato alto de Bogotá. Por un lado, porque conseguir un taxi tradicional en horas pico se ha convertido en una verdadera odisea, mientras que los de Uber sí llegan. Y por el otro, porque los clientes prefieren pagar más pues no se juegan la lotería de que les llegue un taxi destartalado o desaseado.

¿Por qué la pelea? A primera vista no habría razón pues el mercado en la ciudad es tan grande que alcanzaría para todos.

Sin embargo, dos puntos dominan el debate. En primer lugar, los taxis blancos, o más conocidos como ‘servicios especiales’, en teoría solo pueden prestar servicios a instituciones educativas, hoteles o empresas de turismo. Es decir, es un servicio de empresa a empresa y no para el servicio individual en la ciudad.

En segundo lugar, el sistema da lugar a cierta inequidad. Los amarillos tienen que pagar 75 millones o más por el cupo de taxi al Distrito y cumplir con el pico y placa para poder circular, mientras que los blancos pagan por el cupo un máximo de 10 millones de pesos y por ser camionetas, muchos de ellos no tienen que someterse al pico y placa. “Y como si fuera poco, ellos pueden ganar por carrera más que nosotros”, se quejaba un taxista amarillo.

Las autoridades, tanto la Secretaría de Movilidad como el Ministerio de Transporte, ya han dicho que ese servicio que prestan los taxis blancos es ilegal. “Uber es un transporte individual que no puede ser prestado por los vehículos de transporte especial”, explica la Secretaría de Movilidad. Pero Mike Shoemaker, gerente de Uber en Colombia, dice que no se van a ir del país y que se le está dando una interpretación equivocada a la ley. “El modelo de Uber es el mismo que se ha usado en el servicio especial, en hoteles y clubes sociales, la única diferencia es que estamos usando la tecnología para hacer el servicio especial más eficiente y conveniente”.

Pero más allá del problema puntual de Bogotá, Uber plantea el interesante desafío de cómo los países o los municipios van a lidiar con este tipo de nuevas ofertas del mundo digital. En París y en Lyon, por ejemplo, se dieron protestas violentas. Los taxistas se quejaban porque, según ellos, Uber es una transnacional que se lleva el dinero de la ciudad. En toda Francia se aprobaron nuevas leyes que obligan a los carros de Uber a esperar 15 minutos antes de recoger al pasajero. En Berlín, los taxistas tradicionales ganaron una tutela contra la empresa. En California tuvieron que crear una nueva categoría de servicio para Uber. En Bruselas impusieron una multa de 28 millones de pesos a los conductores de Uber que recojan clientes sin la licencia requerida. La más reciente protesta se dio en Londres. El viernes los tradicionales ‘black cabs’ prometieron crear “caos, congestión y confusión” a principios de junio y exigen que se prohíba que vehículos privados les hagan competencia con Uber.

Estos nuevos esquemas de negocio encuentran dos tipos de resistencia: las legales, porque las normas no están actualizadas. Y las de los gremios locales que temen perder terreno o poder.

En el caso de Bogotá, hay algo de ambas. Por momentos parece repetirse la historia de lo que ocurrió con la música cuando comenzó a circular por internet sin pagar derechos de autor y transformó esa industria. Y también algo similar está ocurriendo con portales como Airbnb en el que personas en todo el mundo que ofrecen casas en arriendo por días tienen a la industria hotelera con los pelos de punta.

El dilema es el mismo: por un lado, las autoridades reclaman que estos negocios se sometan a las leyes locales y no perjudiquen los intereses de los gremios de la ciudad, y por el otro lado un ejército de consumidores o ‘ciber-libertarios’ que a través de las redes exigen acceder a servicios a su gusto. ¿Quién se impondrá?