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Lecciones desde México

La marcha de los zapatistas es el reflejo de una guerrilla que apela a medios radicalmente opuestos a los de sus pares colombianos.

16 de abril de 2001

Aunque se habia anunciado que la caravana de los zapatistas llegaría por temprano a las 4 de la tarde a Ciudad de México, el Zócalo estaba ya casi lleno a las 2:30 cuando entró el subcomandante Marcos con su comitiva. Más de 300.000 personas atiborraban la plaza en el corazón de la ciudad esperando en silencio a que hablara Marcos, el líder más visible del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (Ezln), la otra guerrilla latinoamericana que aún existe. A través de su pasamontañas el guerrillero blanco, desarmado, leyó su discurso. Que fue más bien una declaración poética contra el racismo, una imploración para que reconocieran a los más de 10 millones de indígenas que habitan México y se reconocieran en ellos. “Aquí estamos para vernos y mostrarnos, para que tú nos mires, para que tú me mires, para que el otro se mire en la mirada de nosotros”, les dijo Marcos a los mestizos, a los jóvenes extranjeros ansiosos de utopías, a los blancos que lo vieron desde balcones alquilados de hoteles, a los pocos indígenas que vendían sus artesanías sentados en la plaza y al mundo entero que lo vería después en los noticieros. “No venimos a decirte qué hacer ni a guiarte a ningún lado. Venimos a pedirte humildemente, respetuosamente, que nos ayudes. Que no permitas que vuelva a amanecer sin que esa bandera tenga un lugar digno para nosotros los que somos el color de la tierra”, terminó diciendo en su discurso Marcos, provocando la respuesta contundente de los mexicanos, que con sus puños en el aire gritaron una y otra vez al unísono y durante varios minutos: “¡No están solos!”.

Las comparaciones son siempre odiosas pero es difícil no sacar lecciones de los zapatistas. Ellos consiguieron en estos siete años, durante los cuales sólo dispararon durante 10 días, lo que la guerrilla colombiana Farc no ha logrado en 40 años y con miles de muertos a cuestas: ganarse el corazón de la gente. Y no es que ese día en El Zócalo se hubiera producido el encuentro de un pueblo con su líder. Marcos dice que no quiere el poder y los mexicanos tampoco parecen estar dispuestos a dárselo. Buscaba que las voces de los indígenas se oyeran y los mexicanos escucharon.

Los zapatistas, lejos de contar con los 20.000 guerreros armados de las Farc, son a lo sumo 3.000 hombres y mujeres precariamente armados que planearon durante 10 años en la selva hacer una guerra, asumiéndola —dicen muchos— como perdida desde un principio aunque ahora parezca que están cerca de ganarla. El mismo Marcos ha reconocido en muchas entrevistas que estaban preparados para el primero de enero de 1994, cuando se alzaron en armas, pero que no lo estaban para el día siguiente. Y mucho menos para sostenerla durante estos siete años. Pese a su pobreza y al hostigamiento de paramilitares no han recurrido a la toma de pueblos, ni a las emboscadas, ni a los secuestros, ni al narcotráfico. “Por justo que sea el fin, nada justifica que se ataque a los civiles”, dijo a la BBC Marcos el viernes pasado criticando a las Farc. Los zapatistas han sostenido su lucha a punta de largos comunicados poéticos sobre temas que van desde la posibilidad de construir un país sobre la base del derecho a la diferencia hasta la amenaza de la globalización, de múltiples encuentros con intelectuales y activistas de todo el mundo y de un manejo formidable de los medios de comunicación y de los símbolos. El pasamontañas de Marcos, por ejemplo, según lo ha dicho él mismo, “no es para esconderse sino para señalar que el gobierno no miraba a los indígenas cuando se mostraban y ahora que se ocultan si los ve”.

Aunque no todo es poesía entre los zapatistas. Como las guerrillas colombianas, el Ezln expulsó a miles de campesinos de sus tierras por no compartir su pensamiento, provocó una merma en la inversión privada en su zona y polarizó a las comunidades indígenas alrededor de la opción militar. Pero, a diferencia de las Farc o el ELN, el Ezln define la paz como la dejación de las armas, no como la consecución de la justicia social en abstracto. Y han dicho que las abandonarán cuando el gobierno les reconozca a los indígenas constitucionalmente su derecho a la libre autodeterminación según sus usos y costumbres. Su petición es más compleja de lo que suena pues Chiapas, el estado donde vive la mayoría indígena, tiene abundante petróleo y otros recursos estratégicos para el país. Además entre los ‘usos y costumbres’ de algunas comunidades está el de vender mujeres o excluir a otras comunidades por no ser suficientemente indígenas. Pueda el gobierno mexicano concederlo o no por lo menos se sabe qué quieren en concreto para desarmarse y eso, efectivamente, permite que la negociación avance.

En cierta forma la de Marcos es una guerrilla posmoderna que se sintoniza con las luchas de la gente, que se organiza cada vez menos alrededor de la izquierda y la derecha y cada vez más alrededor de los derechos de las minorías. Marcos reivindica principalmente el derecho de los indígenas, pero también el de las lesbianas, los gay, las mujeres y los negros a ser diferentes sin por ello ser menos iguales en derechos. Algo que las Farc están lejos de reivindicar. Es cierto que por presión de la sociedad civil se han celebrado en el Caguán audiencias públicas de mujeres y de negritudes, pero dentro de su concepción marxista los guerrilleros colombianos entienden eso como una distracción de su ‘verdadera’ lucha, la de clases, en la que el individuo es lo de menos. Y aunque Marcos también apeló en un principio a esta retórica marxista (e incluso durante la marcha a veces parecía recaer en ella e ignorar que el México posPRI ya no es el mismo) muy pronto enarboló la bandera indígena y la de la diferencia. “Un movimiento que crece en la clandestinidad, aislado de todo, se prepara para entrar al mundo y ¡sorpresa!, el mundo no es como imaginaba”, ha reconocido Marcos públicamente. Pero ellos, que son bastante más autocríticos que los de aquí, escucharon a la gente y se sintonizaron con ella. Algo que no se ha visto con la guerrilla colombiana.