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Litoral amargo

Un estudio que acaba de publicar el Observatorio del Caribe revela cifras alarmantes de la pobreza en la Costa Caribe. SEMANA encontró las historias detrás de los escandalosos datos.

15 de agosto de 2004

En la Costa Caribe colombiana actualmente viven siete millones de pobres, el 26 por ciento de los pobres del país, y peor noticia es que, comparado con 1997, hoy hay 1.871.947 personas más que viven por debajo de la línea de pobreza, es decir que sus ingresos no les alcanzan ni para cubrir la canasta familiar básica. Para darse una idea de la magnitud de la tragedia, esta cifra es equivalente a la suma de las poblaciones de Montería, Sincelejo y Cartagena. Además, la Costa Caribe es la región de Colombia donde más ha crecido este problema en estos últimos seis años y hoy tiene 15 por ciento más de pobres que el promedio nacional. A los costeños no sólo se les empeoraron sus ingresos, sino que sus posibilidades de salir de la pobreza se volvieron más escasas.

Estas son las tristes revelaciones de un estudio que acaba de publicar el Observatorio del Caribe, una fundación con sede en Cartagena dedicada a hacer investigaciones sobre esta región. El estudio tomó varias fuentes, entre ellas las encuestas de calidad de vida del Dane, para medir cómo variaron las condiciones económicas de los costeños en los últimos seis años. El resultado es dramático.

Una de las principales razones que dispararon la pobreza en la Costa fue el desplazamiento forzado. El estudio reveló cifras de la Red de Solidaridad según las cuales el conflicto armado ha hecho que cerca de 862.000 personas hayan sido expulsadas de sus lugares de residencia o recibidas en nuevos centros urbanos y rurales en la Costa Caribe.

Detrás de cada cifra se encuentran historias desgarradoras de personas que dejaron de ser pobres para convertirse en miserables. Es decir, sus ingresos diarios no les alcanzan ni para comprar lo mínimo indispensable para sobrevivir. Es el caso de don Alberto y su esposa Beatriz, dos ancianos que pasan de los 60 años, que tuvieron que salir de El Carmen de Bolívar hacia Barranquilla temiendo por sus vidas. En la vereda La Roma un grupo de paramilitares asesinaron a sus dos hijos adolescentes porque no quisieron ser reclutados. A ellos simplemente les tocó huir y dejarlo todo. Al llegar a la ciudad comenzó para ellos una nueva pesadilla.

"Pobres hemos sido toda la vida, pero allá (en La Roma) no nos hacía falta nada, tenía mi profesión y un almacén con el que podíamos vivir dignamente; acá a veces ni siquiera tenemos agua con qué bañarnos", dice don Alberto, sentado en la cama del único cuarto de la tercera casa que les han prestado en este sector de Barranquilla y en donde ha vivido durante los últimos 18 meses. El único servicio público que tienen es la luz.

El estudio del Observatorio encontró que jefes de hogar desplazados como don Alberto son menos productivos que en sus oficios anteriores, y por lo tanto obtienen menores remuneraciones. O, lo que se ha vuelto más común entre la población desplazada, no encuentran trabajo para sostenerse.

Según el análisis la principal consecuencia del desplazamiento es el aumento de la miseria en los centros urbanos de la región. Los hogares que tenían dos o más necesidades básicas insatisfechas en 1997 se duplicaron en 2003. Es el caso de Rosa Reina Murillo, quien añora tener al menos una vivienda digna y no las cuatro paredes de madera y zinc, en la que duerme y sobrevive con su hija de 3 años. Tuvo que huir de Dipordu, un pueblo del Chocó en la parte alta del río San Juan, luego de que asesinaron a su esposo.

Allí - cuenta- lo tenía todo, una pequeña finca de la que se abastecía de frutas y verduras, y que le permitía comer lo que quisiera. "Es tenaz recordar todo eso, ahora hago estirar durante dos meses un mercado de tres panelas, dos kilos de arroz, uno de lenteja y una botella de aceite". El único aliento que tiene es salir lo más pronto posible de su condición para que su hija "no recuerde nunca por lo que pasamos".

Cada vez peor

El Observatorio pudo establecer que el 23,7 por ciento de los hogares en los centros urbanos no tienen con qué comer lo indispensable. Entre estas familias están muchos desplazados y también muchos pobres históricos de las ciudades.

Mientras más grande sea la familia, hay más probabilidades de que sea pobre, y si aumenta el número de niños menores de 12 años, esta posibilidad crece aún más. (Ver recuadro 'El trabajo de ser madre').

Precisamente de acuerdo con los resultados de la investigación, los niños menores de 11 años se han vuelto la población más pobre de la región. Hoy hay 310.000 niños más que viven en hogares por debajo de la línea de pobreza, comparado con 1997.

Cartagena es una de las ciudades donde el flagelo es peor. Tan sólo en el último año, según el Sisbén, 50.000 personas cambiaron de categoría, de pobres a indigentes. Mientras camina por La Virgen, uno de los sectores más deprimidos de la ciudad que aloja 366.000 habitantes, el edil cartagenero Jackson Becerra explica que allí la gente tiene dos prioridades: "Comer y después ver si pueden sobrevivir para el día siguiente".

En otro barrio cartagenero, el Rafael Núñez, el aire se hace más fétido a medida que el caño El Tabú, que lo atraviesa, se acerca a la ciénaga de la Virgen. Los niños desnudos juegan en el fango mientras sus padres ven pasar el día. La mayoría de sus habitantes viven hacinados en casas de madera que apenas se sostienen. En la de Marta Catalina Ricardo, una matrona cartagenera que ante la escasez de trabajo le ha tocado albergar las familias de dos de sus hijos, habitan 13 personas, siete de ellas niños. Su cambuche parece un colador en época de lluvia. Entre las tres personas que trabajan en esta casa no suman al mes un salario mínimo. De los siete niños sólo dos pueden ir al colegio. "A veces ni van porque no queremos mandarlos sin comer", cuenta Marta Catalina.

Pero si en ciudades como Cartagena se siente el rigor del problema, en el campo se agudiza. Allí hay 23 por ciento más de pobres que en los centros urbanos.

Unas de cal...

Pero no todas las noticias son malas. Desde el punto de vista de la calidad de vida, el estudio del Observatorio encontró que ha habido avances con algunas excepciones en educación y en servicios públicos, pero que las condiciones aún están muy distantes de las de otras regiones del país como Bogotá.

La región ha hecho un esfuerzo grandísimo en aumentar la cobertura educativa. Y esto es positivo pues se sabe que al educarse la gente tiene mayores probabilidades de salir de la pobreza. En este sentido, los jefes de hogares pobres han mejorado su escolaridad, y más niños mayores de 12 años ahora asisten a la escuela. Pero no sucede lo mismo con los más chiquitos. Entre los niños de 5 a 11 años, hoy hay menos niños que van al colegio.

El estudio encontró una paradoja en los servicios públicos. Hay menos hogares con necesidades básicas insatisfechas, en gran parte gracias a que la privatización de los servicios de acueducto y alcantarillado en Cartagena, Barranquilla y Montería trajo mejores coberturas. En Valledupar una administración más eficiente también les dio un mayor acceso a este vital servicio a más número de hogares. El problema que ahora enfrentan muchas familias, sin embargo, es que no pueden pagar el servicio y por eso de nada les sirve poderse conectar a él.

Por último, el estudio encontró que junto con la pobreza persiste una desigualdad aún mayor que la del resto del país. En la Costa, el 20 por ciento de los hogares más ricos obtienen más de la mitad de todo el ingreso regional, mientras que el 20 por ciento de los más pobres sólo reciben el 4 por ciento de este ingreso.

La pobreza extrema en adultos es dolorosa, pero en niños es trágica pues les impide un desarrollo sano, y les cercena el futuro. Por eso no sólo los dirigentes del Caribe, sino los del país tienen que hacer un esfuerzo enorme para frenar el crecimiento de la pobreza y de la desigualdad en la región.