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Lluvia de muertos

Las decenas de víctimas de la tragedia de Tapartó hacen pensar que más que atender las emergencias, hay que evitarlas.

31 de mayo de 1993

SI EL AÑO PASADO LOS COlombianos sufrieron porque no llovió, este año el problema radica en que no para de llover. En otras palabras, todo el mundo rezaba para que lloviera, pero no tanto, pues el fuerte invierno ha causado gran cantidad de inundaciones en diferentes partes del país, llevándose a su paso cultivos, viviendas y personas por igual.
El caso de Tapartó, en el sur antioqueño, donde murieron más de 60 personas y cerca de 70 familias quedaron sin hogar como consecuencia de una avalancha, despertó la conciencia que las autoridades de que no sólo hay que actuar rápido ante las catástrofes sino que hay que prevenirlas. La gobernación de Antioquia, al igual que Bogotá con el carro bomba de la calle 93, demostró que en materia de atención de desastres los antioqueños están bien preparados. Sin embargo, la cuestión ahora es cómo evitarlos.
Al fin y al cabo, no toda la culpa la tiene el invierno. Con escasas excepciones, esta época del año se ha caracterizado siempre por ser altamente lluviosa. La verdadera causa de la tragedia que viven miles de familias colombianas por cuenta de la lluvia tiene que ver más con la ubicación geográfica de las poblaciones afectadas y por los elevados índices de deforestación que hay en el país. Por un lado, municipios como Tapartó y Andes están localizados en zonas de alto riesgo, geológicamente inestables, donde es muy probable que en cualquier momento se presenten avalanchas. Por el otro, la exagerada deforestación en las cabeceras y márgenes de los ríos no sólo acelera todo este proceso sino que facilita el desbordamiento de los cauces hidrográficos.
Según los expertos, la solución para evitar este tipo de catástrofes que hoy afecta a una gran porción del mapa colombiano, es una efectiva política de reforestación y un plan de reubicación de las poblaciones de alto riesgo. Aunque muchos lo vean como una utopía, esta es la única forma de luchar contra las catástrofes invernales.
De no ser así, los colombianos no tendrán más remedio que seguir rezando a veces para que llueva y a veces para que no.