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Los mosqueteros de la derecha

Estos son los hombres que llevan en Colombia las banderas de la derecha y se enorgullecen de defenderla a capa y espada.

1 de marzo de 2008

A pesar de las crísis de ideologías, en Colombia cuatro espadachines han desenfundado sus espadas para defender las ideas de derecha. A propósito de la marcha del próximo 6 de marzo contra los crímenes de los paramilitares, estos cuatro espadachines han lanzado sablazos a quienes la convocan y señalan a quienes la apoyan como idiotas útiles de las Farc.

En Colombia, donde las encuestas demuestran que el 60 por ciento de la gente del común se considera de derecha, es irónico que a los analistas e intelectuales les parezca poco glamoroso ser clasificados como tales. En Colombia, el traje de la derecha es incómodo.

Pero estos cuatro no sólo no se ruborizan, sino que sacan pecho. En medio de una prensa marcadamente liberal, y donde la mayoría de los columnistas tiende hacia la izquierda, Fernando Londoño, Plinio Mendoza, Rafael Nieto y José Obdulio Gaviria se la juegan por defender con ímpetu y convicción las ideas más conservadoras y gobiernistas.

Fernando Londoño es quizás el que más ampollas ha levantado en los últimos días, con su columna en El Tiempo. En uno de sus últimos escritos señala la marcha del 6 de marzo como manifestación con "la inocultable intención de desagraviar a las Farc". De Londoño nadie espera precisamente aguas tibias. Por el contrario, tanto en la prensa como su programa en Radio Súper, ha sido un vehemente crítico de la izquierda, de las organizaciones de derechos humanos y hasta de la justicia que castiga los crímenes cometidos por militares. Londoño es hoy el más influyente escudero del estamento militar en los medios.

Pero es que el ex ministro nunca ha ocultado su talante derechista y conservador. Es tan admirador del ideario de Núñez y Caro como crítico de la concepción progresista y descentralizada de la Constitución del 91. Como ministro del Interior en el primer gobierno de Uribe, dedicó muchos esfuerzos a reformar (o mejor, a contrarreformar) la Constitución del 91. No es amigo de la tutela, ni de los poderes de la Corte Constitucional, ni del espíritu liberal de la Carta Política.

En tono más periodístico, pero no por ello menos cargado de torpedos ideológicos, escribe Plinio Apuleyo Mendoza, cuyos escritos en diversos medios lo han convertido en paladín de la derecha.

Sin lugar a dudas, la mejor pluma, aunque afinó su estilo como escritor cuando todavía profesaba las ideas contrarias y le hervía en la sangre la revolución. Justamente por su triple salto mortal, sus detractores lo tildan de 'converso'.

Hoy es un feroz crítico de la guerrilla -por lo que ha recibido varias amenazas-, escribe libros y ensayos ridiculizando la oleada izquierdista que recorre América Latina, y cuando toca temas de seguridad, es más uribista que Uribe.

Fue uno de los primeros en denunciar la estrategia de la guerrilla de penetrar los

círculos empresariales, periodísticos, académicos y de ONG a través del Partido Comunista Colombiano Clandestino, el famoso PC3. Al principio, muchos pensaron que el odio visceral de Plinio a la guerrilla lo llevaba a sobredimensionar los tentáculos de las Farc. Pero después de que se descubrió que un guerrillero paisa hacía parte de la junta de las Empresas Públicas de Medellín (EPM); de que Marilú Ramírez, una guerrillera de las Farc, estaba tomando un curso de defensa con los altos militares, algunos empezaron a tomárselo más en serio.

Mendoza ha hecho una fuerte campaña contra las ONG, y hace parte de una corriente importante de la derecha, y de muchos los militares, que considera la defensa de los derechos humanos como una actividad sospechosa, y en muchas ocasiones como un brazo político solapado de la guerra insurgente.

Mucho más moderado, menos lúcido en su estilo, pero más analítico, Rafael Nieto Loaiza representa a la nueva generación de la derecha. Como abogado especializado en Derecho Internacional Humanitario, se ha convertido en el contrapeso técnico de los gurúes de los derechos humanos como Miguel Vivanco, de Human Rights Watch, y Gustavo Gallón, de la Comisión Colombiana de Juristas.

Aun sus más enconados detractores le reconocen su capacidad dialéctica, su formación y su gusto por la controversia con argumentos. Como columnista de SEMANA y comentarista del noticiero radial La FM se le ha visto enfrentarse de manera civilizada con sus más conspicuos contradictores ideológicos.

Es uno de los niños consentidos de la derecha, que hoy blande su mosquete en los medios, pero muchos lo ven como una reserva en la política. De hecho, ya fue viceministro de Justicia en el primer gobierno de Uribe, y los conservadores lo ven como una carta tapada a mediano plazo para la Alcaldía de Bogotá.

Por último, está José Obdulio Gaviria, quien es el D'Artagnan de la derecha. Su poder y su influencia son inversamente proporcionales a los metros que lo separan de la oficina del presidente Uribe.

Muchos lo consideran el ideólogo del gobierno, pues se ha dedicado a escribir varios tomos con la doctrina Uribe. Es decir, a darle un marco conceptual a las decisiones pragmáticas, y a veces temperamentales, que toma el Presidente sobre la marcha. Su libro más polémico es Los sofismas del terrorismo, publicado en 2005, en el que niega el conflicto armado en Colombia.

Para Gaviria, la violencia que hay en Colombia no es política, sino puramente terrorista. Desde cuando salió con su audaz tesis, acogida por el gobierno en pleno, José Obdulio saltó a la palestra pública.

Por la resonancia de sus tesis, en Palacio muchos piensan que el protagonismo de José Obdulio es más un invento de los medios, que le sirven de caja de resonancia, que una real influencia en el gobierno.

Pero aunque a este mosquetero de Uribe le gustan el debate y la confrontación de ideas -y su mejor arma es el sofisma-, tiene la costumbre de estigmatizar a sus contradictores. En su concepción del poder sólo cabe que Uribe tenga áulicos o enemigos. Por ejemplo, a mucho profesor mamerto y anacrónico de la universidad pública lo ve como rueda de trasmisión de la guerrilla.

Su visión del poder y su sectarismo, que son plenamente respetables, no serían problemáticos si no fuera una persona del círculo más cercano a Uribe y que actúa como una especie de portavoz del régimen. José Obdulio no ve la crítica como el pilar de una democracia deliberante, sino como una amenaza a la institucionalidad.

No se puede negar que los discursos radicales hacen parte de las democracias modernas, y que personas como estos cuatro intelectuales las expresen públicamente es un síntoma de que la democracia goza de buena salud.

Lo que preocupa es que, excepto Rafael Nieto, estos comentaristas de la derecha apunten más a señalar con dedo acusador a las personas, más que al debate de ideas. "No hay que rasgarse las vestiduras. Este es un país donde no se ha deliberado, pero sí se ha dado mucha bala. Por eso estas opiniones, así sean sectarias, como son muchas de la izquierda, son deseables", dice Jorge Giraldo, director de ciencia política de la Universidad Eafit de Medellín. "De hecho -dice Giraldo-, la campaña demócrata en Estados Unidos se ha convertido en un verdadero campo de batalla de epítetos, y en la de España los ánimos están francamente crispados".

Sin embargo, nadie puede olvidar que en Colombia política y violencia han sido inseparables por muchos años. Y esta es una sociedad vulnerable a la polarización y al sectarismo.

Es necesario que el espacio que han abierto estos mosqueteros defendiendo públicamente sus ideas, le trace un camino a una derecha civilista, tolerante y moderna. Lo mismo que debe ocurrir en la izquierda, cuyos discurso y espacio político están hoy tomados por el ala más radical. En esas dos franjas del espectro, mucho más cerca del centro, está el camino del debate, la tolerancia y la reconciliación política.