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Los niches

Jóvenes urabeños que superan los 15 años de edad huyen de la "limpieza social" de ese municipio antioqueño y viajan a Medellín para delinquir. Con armas blancas cometen hurtos calificados y agravados en el Centro de la ciudad. Juan Felipe Vargas es un niche que vivió su niñez y adolescencia sin la compañía de sus padres. Hoy está retenido en La Pola. Su nombre ha sido cambiado para proteger su vida.

María del Pilar Camargo, periodista de Semana.com
24 de agosto de 2010

Juan Felipe Vargas nació hace 16 años en San José de Apartadó, en Urabá, Antioquia. Vivió su niñez y adolescencia en el barrio Obrero, de ese mismo municipio.

Hace más de un año llegó a Medellín y hace tres meses es uno de los jóvenes internados en el Centro de Atención al Joven, Carlos Lleras Restrepo, más conocido como La Pola, la cárcel de menores.

Es un niche más que viajó a la ciudad por amenazas contra su vida. Cuando decidió robar en las calles del Centro de Medellín, sabía que se arriesgaba a no volver por mucho tiempo a Policarpa, un parque de charcos naturales de Urabá, donde iba a “tirar baño”. En ese municipio antioqueño estudió en una escuela pública hasta tercero de primaria. En su adolescencia optó por la ilegalidad para conseguir dinero y gastarlo en “farras” y ropa.

La negligencia de sus padres biológicos ante su crianza acercó a Juan Felipe a una de sus tías; una mujer que lo apoyaba y defendía, y a quien le confiaba sus problemas. Hace unos días perdió contacto con ella, no tiene su teléfono fijo, y en la audiencia para definir su situación judicial estuvo solo frente a un juez de menores. Sin ningún familiar o allegado. Condenado a una ciudad desconocida.

Los deportes preferidos, fútbol y natación; la comida favorita, la bandeja paisa pero la de Urabá –con pescado en vez de chicharrón y arroz con coco-.

Durante su niñez y parte de su adolescencia disfrutó de vivir en Urabá.

Estuvo tranquilo en su pueblo natal hasta que se le llamó “uno de los desatinados”. Juan Felipe necesitaba plata para comprar droga y robaba a los habitantes de su barrio.
 
“Los paracos de allá matan mucho, ellos dicen que hacen limpieza y matan a todos los desatinados. Pasan en moto, toman fotos. Yo me calenté y me tenían fichado (…) Allá mataban a los pelaos al lado de uno”, recuerda.

Dos hombres de unos 22 y 23 años les aconsejaron a Juan Felipe y a dos de sus amigos que se fueran a vivir al Centro de Medellín donde los esperaban otros jóvenes urabeños conocidos además de niches como “Los morenos”, una de las más de 160 bandas que existe en la ciudad según la Personería de Medellín.

Un miércoles de mayo de 2009 Juan Felipe y sus compañeros decidieron comprar un tiquete de bus con destino a la urbe, no tenían equipaje ni dinero pero sí ánimo de independencia y comodidades. Horas después llegaron a un hotel en un lugar del Centro donde pagaban 15 mil pesos por su estadía diaria.

“Nos recibieron unos pelaos de allá, de Urabá (…) Los niches son un combito de negros, también son los morenos… Pero mentiras, que ahí también hay blancos”, explica.

Juan Felipe robaba en la noche a los transeúntes de la Avenida Oriental.

En el día vivía cómodamente en el hotel, con televisor y equipo de sonido. Con la plata robada compraba tennis y ropa, y se cortaba el pelo en las peluquerías del Centro.

“Cuando me dijeron que me fuera pa’ Medellín yo pensé que acá era bueno porque como es grande no lo cogen a uno pa’ matarlo (…) Aquí la gente es egoísta (…) Lo único bueno es… ¿Cómo es?… Eso que es grande de EPN (sic), que es como una biblioteca y lo dejan entrar a uno para estar en los computadores (…) Eso, en La Alpujarra”, relata.

Juan Felipe no conoce la ciudad, sólo el Centro.

Su estadía en hoteles terminó cuando, junto a un niche mayor, robaron a un adulto de la tercera edad cerca del Jardín Botánico, sabían que el hombre que salía del banco tenía 700 mil pesos en efectivo. Cuando intentaron llevarse el dinero la víctima los amenazó con una navaja, Juan Felipe sacó su arma blanca y lo “chucé en el estómago en defensa propia también’’.

La retención se hizo bajo el delito de hurto calificado y agravado. Para Juan Felipe estar en La Pola representa un cambio de mentalidad.

“En este encierro uno reflexiona. A veces me aburro. Uno aparenta que está bien pero no… Ah, igual uno se amaña. Cuando salga me voy otra vez pa’ Apartadó, yo no quiero seguir aquí pa’ que me llenen la cabeza y siga robando, y si tengo ya los 18 años me metan a… ¿Cómo es?… Bellavista. A mí me han dicho que allá duermen en los corredores’’, dice con asombro.

Según Freddy Edgardo Gómez, juez de menores y coordinador del Cespa, Centro Especializado para Adolescentes, el fenómeno de los niches estuvo en furor entre 2008 y 2009.

“De los 4 mil 600 jóvenes judicializados, cerca de 400 son sancionados, de los cuales 20, una vez cumplen la sanción y egresan de La Pola, son asesinados como ‘ajuste de cuentas’”, revela Gómez. Juan Felipe conoció a cuatro de las personas asesinadas, eran amigos que delinquían con él.

“Uno no cree que va a pasar. Yo conocí a uno que estaba aquí internado, salió, y después la mamá de un amigo que también está internado aquí, le dijo que habían matado a Camilito. Me da miedo que me maten a mí acá. Por eso, cuando salga me voy pa’ Apartado”, expresa Juan Felipe con temor.

De acuerdo con Sandra Patricia Castro, trabajadora social de La Pola, como medida de protección para los jóvenes que son liberados, la institución está “preparando el montaje de un plan posinstitucional”.

Cuando sea libre, Juan Felipe espera terminar los estudios de primaria y bachillerato en Urabá, “pagar servicio”, y no volver nunca más a Medellín, la ciudad grande y desconocida.