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LOS PAPELES DE CARRILLO

Del libro del exministro se concluye que fue muy ingenuo, bastante incompetente, pero en todo caso no deshonesto. . .

7 de diciembre de 1992

POCAS PERSONAS HAN LEIdo o van a leer el libro que acaba de publicar el ex ministro de Justicia Fernando Carrillo sobre los sucesos de La Catedral. El episodio ya está cansando a la opinión pública y el volumen "Las pruebas de Carrillo" de se guro le resultará a quienes se lo lean, parcializado en favor de su autor cuya culpabilidad es, para el grueso de la opinión, una cosa juzgada.
Sin embargo, los pocos que se tomen la molestia de meterle el diente, descubrirán que aparte de aburrido, del libro se desprende que el saliente ex ministro tenía muchas cosas que decir que nadie le había escuchado, después de su controvertido retiro del escenario de la Comisión Accidental, en medio de una gritería con el senador Fabio Valencia, y tras su tutelazo a esa misma célula legislativa.
Para empezar el análisis habría que decir que cuando Carrillo asumió su cargo a mediados del año pasado, heredó una situación que traía ya una carga grande de problemas. La negociación con los abogados de Pablo Escobar y el contrato de la cárcel con el municipio de Envigado en los cuales él nada tuvo que ver implicaban llegar al Ministerio de Justicia a caminar sobre cáscaras de huevo.
Mencionando esos antecedentes Carrillo defiende en su libro lo que él llama su dedicación a consolidar una política penitenciaria. Aparte de reconocer que esa no era su especialidad que por ello trató de delegar en funcionarios con buenas hojas de vida, la realidad es que sus argumentos en este aspecto no resultan del todo convincentes. Ahora que han pasado más de tres meses desde la fuga de Escobar y sus hombres, está claro que si algo falló fue precisamente la cuestión carcelaria.
Al posesionarse, Carrillo comprendió que Escobar estaba recluido en una finca que se estaba transformando rápidamente en una especie de Country Club, y por ello trató de concentrar sus esfuerzos en convertir La Catedral en una verdadera cárcel. Pero esta obra no estuvo lista ni cuando salió del Ministerio, ni cuando se produjeron los hechos del 21 de julio.
En buena medida, éste fracaso ha sido achacado por los acusadores de Carrillo a los contratos que celebró para la realización de las obras de Envigado. Mucho se ha escrito sobre el controvertido contrato con el asesor de seguridad Eitan Koren, pero la verdad que queda en claro al leer el libro de Carrillo es que si algo demuestra la intención del ex ministro de hacer de La Catedral una prisión segura, es precisamente esa contratación, y que si lo contratado se hubiera terminado, Escobar y sus hombres no habrían podido escapar.
¿Por qué no se hicieron esas obras? Esa es la gran pregunta. Es evidente que hubo una mezcla de errores de criterio y exceso de delegación del Ministro, e intimidación y soborno entre los responsables carcelarios, cuyo resultado fue que mientras la cárcel de Itaguí que no era la prioritaria sí se terminó, la de Envigado donde el tigre andaba suelto se quedó definitivamente en planos. Y teniendo en cuenta que Carrillo estuvo en el Ministerio cerca de lO meses, es indiscutible que debe cargar con una gran responsabilidad en todo ello, así como en lo referente a la falta de control sobre la situación interna de La Catedral, manifiesta en la proliferación de teléfonos, los jacuzzis, las palomas mensajeras, las fiestas y todo lo demás.
También es cierto que Carrillo se equivocó, cuando al arrancar los debates después de la escandalosa fuga, en vez de reconocer las anteriores responsabilidades, trató de jugársela toda a una especie de opción cero en cuanto a sus culpas. Hay pues responsabilidades políticas, administrativas y hasta de manejo de imagen, que el ex ministro difícilmente puede llegar a eludir.
Pero en lo que sí se puede estar cometiendo una gran injusticia es en poner en tela de juicio la honestidad de Carrillo. Las acusaciones más serias hablan de malos manejos en los discutidos contratos, y en los últimos días se ha llegado a mencionar el tema del enriquecimiento ilícito.
Sin duda alguna hubo decisiones con mala presentación como el nom bramiento como asesor de Manuel Humberto Cáceres, quien se había caído de la Dirección de Prisiones meses antes justamente por problemas en Envigado, y que luego apareció vinculado a una de las firmas contratistas del Ministerio. Pero también es verdad que ha habido excesiva magnificación de la participación de funcionarios que no estaban en nómina -lo que debido a la pobreza de los sueldos oficiales sucede en casi todas las entidades-, y que se ha hecho una tormenta en un vaso de agua en el presunto abuso por parte de Carrillo de la figura de la fiducia para realizar los contratos, al presentarse este asunto como una manera de hacerle trampa a los procedimientos regulares de contratación, como si la fiducia no fuera un recurso permanente para una contratación rápida y efectiva en la inmensa mayoría de las entidades públicas.
Todo el que conozca algo de la paquidermia del Estado para contra tar, sabe que en muchas ocasiones, la única manera de sacar adelante unas obras es la de echar mano de figuras atípicas, técnicamente legales y que no implican las limitaciones de las normas regulares, como es el caso de la fiducia.
Esto se vuelve escándalo con gran facilidad si, como en el caso de La Catedral, las obras fracasan, pues queda la impresión de que lo que se hizo en esos procedimientos fue sacarle el quite a la ley. Y puede que incluso, ese hubiera sido el objetivo. Pero lo que queda claro en el caso de Carrillo es que el quite no tenía el innoble objetivo de enriquecer a alguien, sino el más altruista de convertir La Catedral en una cárcel de la manera más rápida posible, sin tener que someterse a la cámara lenta del santanderismo de la contratación administrativa por los vericuetos del decreto 222.
Aparte de lo anterior, detrás de la situación de Carrillo hay una gran tragedia humana. Un brillante estudiante que pasó con honores por Harvard, coautor tanto del proceso de la Constituyente como de la propia Constitución, hábil orador y aplicado trabajador a quien todos le pintaban un muy promisorio horizonte, se convirtió en medio del entusiasmo del país por el kinder, en el Ministro más joven desde Luis Carlos Galán, encargado de una de las misiones más delicadas y difíciles que haya tenido un alto funcionario colombiano en mucho tiempo: conseguir pruebas para condenar a Escobar y mantenerlo encerrado en un sitio que primero que todo había que transformar de finca en cárcel.
Al llegar al Ministerio se enfrentó desde el primer día con las realidades de una vida en la que una cosa es dominar los códigos y otra muy distinta dominar a Pablo Escobar. Tal vez en tiempos de paz, el puesto no le habría quedado grande. Pero se trataba de manejar al mayor delincuente de la historia de Colombia, y la cosa le pudo. Podría decirse incluso que tanta responsabilidad en cuanto a esto tuvo el presidente César Gaviria quien lo nombró.
Pero todas éstas son consideraciones retroactivas que invariablemente están cargadas de mucha injusticia.
De Fernando Carrillo se pueden decir muchas cosas, y hablar de ingenuidad e incompetencia. Pero en las últimas semanas, un sector de la Comisión Accidental ha impulsado la idea de decla rarlo indigno. Indigno es una palabra que deja la impresión de que prácticamente fue un cómplice de quienes se fugaron de La Catedral. Y la verdad es que para calificar a un muchacho soña dor, idealista y patriótico, con todo y que cometió muchos errores y tuvo mucha mala suerte, hablar de indignidad es, sin duda, ir demasiado lejos.