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LOS SALVADOR BOYS

Quienes manejan el tema de Colombia en Washington trabajaron casi todos en el proceso de <BR>paz de El Salvador. La pregunta es si el esquema se puede repetir.

20 de septiembre de 1999

El actual subsecretario de Estado de Estados Unidos, Thomas Pickering, quien visitó
Colombia hace 15 días y es considerado el nuevo 'zar' del Departamento de Estado para el tema
colombiano, fue embajador en El Salvador en los años 80. Ocupó esa posición en reemplazo de Bob White al
terminar el gobierno de Jimmy Carter. White, a su vez, es hoy director de una de las ONG más interesadas
en Colombia: el Centro para Política Internacional, que organizó la visita del congresista demócrata
Thomas de la Hunt a San Vicente del Caguán. Al dejar Pickering la embajada ejerció como embajador
encargado su actual mano derecha en el tema Colombia: Peter Romero. Este es hoy subsecretario asistente
para el hemisferio occidental y quien hasta hace poco llevaba la batuta en el tema en la cancillería gringa. Y
Romero tiene su mano derecha, Phillip Chicola, considerado el estratega de la política de paz para
Colombia en Washington. Chicola, quien protagonizó la controvertida reunión con las Farc en Costa Rica, fue
consejero político de la embajada en San Salvador durante la guerra, bajo órdenes de Romero. Pero la lista
de personajes en cuya hoja de vida aparece con letras grandes 'El Salvador', y que hoy están obsesionados
con Colombia, no termina ahí. El general Wilhelm, hoy jefe del Comando Sur, fue el agregado militar de la
embajada en San Salvador. Andrew Messing, antiguo comandante de las Fuerzas Especiales en ese país,
es hoy director del National Defense Council, una ONG que propende por mayor ayuda militar y que asesora
a los congresistas Burton y Gilman en el tema de los helicópteros. Y George Vickers, hoy director de Wola,
otra ONG de izquierda interesada en Colombia, también es ex activista de El Salvador, al igual que Cindy
Arnson, hoy directora del Woodrow Wilson Center, que sigue muy de cerca el proceso de paz en Colombia. Y
entre los propios periodistas con trabajos en Colombia no faltan los 'Salvador Boys'. Douglas Farah,
encargado de Colombia en The Washington Post, fue corresponsal para ese diario en El Salvador. Y
James Lemoine, entonces corresponsal en ese país de The New York Times, es hoy un funcionario de la
ONU que asesora a ese organismo en el proceso de paz colombiano. Y la lista sigue. Pero aunque ello
pueda parecer sorprendente no es una coincidencia. Tanto en la diplomacia como en otras áreas de las
relaciones internacionales la gente tiende a especializarse. Y un área común en Washington es América
Latina. El 'país problema' en la zona a finales de los 80 era El Salvador y hoy es Colombia. Es lógico que
quienes entonces eran 'ejecutivos junior' hoy ocupen cargos de mayor importancia . Y que usen su
experiencia en El Salvador como la lente para observar a Colombia.El problema es que todo esto tiene
enormes implicaciones para el país y es fundamental para entender cómo ven los gringos a Colombia.
Porque la polarización que hay en Washington sobre cómo manejar el tema parte de la interpretación
que cada uno hace de lo que pasó en El Salvador. Y a pesar de que aseguran que las dos situaciones no son
del todo comparables, casi todos recurren al caso centroamericano para formular la receta que se debe aplicar
hoy.Todo gira alrededor de dos versiones de la historia. La interpretación que se ha impuesto hasta ahora, y
que ha sido acogida por la administración Clinton, es que la política norteamericana en El Salvador fue
equivocada. Al apoyar en forma irrestricta a los gobiernos de corte militar con equipos y asesores se logró
que durante 10 años se recrudeciera la guerra, con un saldo de 70.000 muertes. Ninguna de las partes
logró derrotar a la otra, se gastaron grandes sumas y finalmente se llegó a un proceso de paz que de
haberse intentado al comienzo habría dado los mismos resultados. Así que en Colombia no se debe repetir
el error y hay que comenzar por negociar. De ahí el apoyo hasta ahora irrestricto al proceso de paz.Los
republicanos y el Pentágono no comparten, sin embargo, esa interpretación. Para ellos fue la escalada militar
norteamericana la que evitó que el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln) se tomara El
Salvador, y así se llegó a una negociación, cuando la guerrilla se dio cuenta de que no podía ganar. En otras
palabras, la forma en que se manejó El Salvador era la única, y no fue del todo equivocada. Para ellos, si se
hubiera intentado un proceso de paz a comienzos de los 80, la guerrilla lo hubiera utilizado como un juego
político sin intenciones de desmovilización pues se sentía capaz de ganar la guerra. En cuanto las Farc se
comportan así, esta tesis ha empezado a tomar fuerza, incluso en el Departamento de Estado. De allí la
frase de Pickering la semana pasada cuando dijo que "mientras el proceso de paz siga vivo, la solución
no es militar, sino negociada". Esto, en plata blanca, quiere decir que si el proceso de paz se muere la
solución sí será militar.A pesar de lo anterior el Departamento de Estado sigue firme en la convicción de que,
como dijo un alto funcionario a SEMANA "el modelo salvadoreño tiene vigencia en Colombia en cuanto
tenemos claro que un proceso de paz es la mejor forma de solucionar el problema. Se trata de sentar a
la contraparte a la mesa, dificultarle suspender las conversaciones y generar pequeños acuerdos paulatinos
que poco a poco construyan confianza entre las partes".El problema es que no todo son similitudes . En
especial porque la guerrilla salvadoreña vivía de Cuba y la Unión Soviética. Por lo tanto el ambiente
internacional la afectaba mucho. En cambio la guerrilla colombiana se financia con secuestro y narcotráfico.
Por lo tanto le tiene sin cuidado lo que piense el mundo. Es allí donde el modelo salvadoreño se desploma en
Colombia. Y esa puede ser la conclusión a la que tengan que enfrentarse el gobierno de Andrés Pastrana y
quienes lo apoyan en Washington.Por lo pronto los veteranos de El Salvador en Estados Unidos tienen
guardado un as bajo la manga. Se trata de una estrategia que funcionó con el Fmln. Organizar una gira
mundial con los cabecillas para que se convenzan de que su lucha ya no tiene vigencia. La gira entonces fue
financiada por Suecia y Francia. Falta ver si 'Tirofijo' y el 'Mono Jojoy' se le miden al turismo guerrillero.