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LOS SECRETOS DE LA GUERRA

Cruce de cartas entre los dos carteles revela, entre otras cosas, que El Mexicano fue "sapeado" por el de Cali.

26 de febrero de 1990

De tanto hablar de Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha, a la gente en Colombia se le está olvidando el cartel de Cali. Por eso llamó la atención la semana pasada el hecho de que las primeras páginas de los periódicos comenzaran a registrar una súbita ofensiva del gobierno contra ese sector del narcotráfico. De los baños con grifo de oro y las múltiples caletas de Rodríguez Gacha y Escobar, se pasó a las pistas de karts y a las piscinas de Gilberto Rodríguez Orejuela. Y como si esto fuera poco, se reveló un cruce de cartas entre los jefes de los dos carteles, a través de sendas comunicaciones al director de El Tiempo, Hernando Santos.
En tono como de Bolívar, Escobar dice que si el gobierno decide "luchar por la paz de nuestro pueblo", encontrará una larga lista de narcotraficantes, sicarios y paramilitares que quieren acompañarlo en ese proceso de paz. Y en respuesta digna de Santander, Rodríguez afirma que se someterá al procedimiento de extradición y utilizará "los medios legales a mi alcance para impedir que se consume un acto que no se sabe si tiene más de injusticia o de venganza". Pero más que la prosopopeya llamaron la atención las revelaciones de Escobar, que acusaba al cartel de Cali de haber delatado a Jorge Luis Ochoa cuando lo detuvieron en Palmira y a El Mexicano cuando lo mataron. El paradero de este último no habría sido revelado, como se dijo, por un ciudadano común y corriente, sino por Jorge Velásquez, alias "El Navegante", militante del cartel de Cali. Según fuentes bien informadas consultadas por SEMANA, la delación de "El Mexicano" fue verdad. Tanto en Cali como en Medellín se da por descontado que fue un hombre al servicio del cartel de Cali quien suministró al DAS los datos sobre el paradero de Rodríguez Gacha y su hijo Fredy.
Curiosamente,el principio del distanciamiento entre los dos carteles radica en la supuesta delación de Ochoa por parte de Rodríguez Orejuela. Pero esta no es tan clara. Ochoa y Rodríguez Orejuela habían sido arrestados en España y por una serie de malabares jurídicos lograron ser extraditados a Colombia y no a los Estados Unidos,en donde tenían procesos abiertos por tráfico de drogas. Rodríguez Orejuela, tal vez con más visión, prefirió someterse a la justicia colombiana, cumplir una condena de cerca de dos años y quedar a paz y salvo con la ley. Ochoa, más impaciente, logró que lo liberara un juez de Cartagena, en un episodio que causó indignación en todo el país. Pero a pesar de estas diferencias de estrategia, mantuvieron relaciones cordiales. Cuando Ochoa viajó a Buga a pagarle una promesa al Señor de los Milagros, acabó alojándose ese día en el Hotel Intercontinental de Cali. Rodríguez Orejuela fue a saludarlo y charlaron hasta la medianoche en el cuarto. Al día siguiente Ochoa fue detenido en un retén entre Palmira y Cali, y desde entonces en el cartel de Medellín flota la sospecha de que es demasiada coincidencia que el último en verlo, y que sabía a dónde iba, hubiera sido el jefe del cartel de Cali. Sin embargo, la modalidad de arresto -un par de policías en un retén móvil- no parecía ser la respuesta adecuada para la delación de uno de los hombres más buscados de Colombia. Por otro lado, se afirma que los abogados que habían defendido a Rodríguez en el juicio llegaron a interceder por Ochoa ante la Policía. La mujer de Ochoa estuvo todo el tiempo asistida por Rodríguez Orejuela, hubo dos funcionarios de la Procuraduría en el Valle que, a instancias de Rodríguez, intercedieron en favor de Ochoa, y que posteriormente fueron destituidos.
Pero las relaciones entre Pablo Escobar y Gilberto Rodriguez se agriaron verdaderamente a finales de 1987. Escobar llamó a Rodríguez y le manifestó que la forma de tumbar la extradición era por medio del secuestro de personas claves de la burguesía. Mencionó concretamente a Mauricio Gómez, hijo del dirigente conservador Alvaro Gómez Hurtado . Rodríguez Orejuela se opuso y le señaló que eso iba a voltearse en contra de "la causa". Esta falta de solidaridad protocolizó el rompimiento. Tuvo lugar un intento fallido de secuestrar a Mauricio Gómez, quien por segundos se escapó, y entonces "Los Extraditables" cambiaron de delfín. Fue entonces cuando se produjo el secuestro de Andrés Pastrana, en enero de 1988. El y Carlos Mauro Hoyos, procurador general de la Nación, iban a ser utilizados para presionar al gobierno para que revisara su política. Pero en el forcejeo con el entonces procurador, accidentalmente fue herido y luego se decidió rematarlo.
Cinco días antes del secuestro de Andrés Pastrana, alguien había puesto 700 kilos de dinamita frente al edificio Mónaco,de propiedad de Pablo Escobar y donde se alojaba su familia. Milagrosamente no hubo muertos, pero la construcción quedó semidestruida y pocos entendieron por qué alguien se atrevía a retar a Escobar en esa forma. Este inicialmente pensó que eran las FARC y posteriormente la DEA. Finalmente llegó a la conclusión de que se trataba del cartel de Cali, y desde ese día nadie ha podido quitarle esa idea de la cabeza.
Como represalia, Escobar comenzó a montar un operativo de inteligencia a los jefes del cartel de Cali. Cuando fue allanada la finca "El Bizcocho" el 15 de marzo de 1988, en cercanias de Medellín, las autoridades encontraron casetes de betamax y anotaciones personales que dejaban la impresión de que se estaba planeando un secuestro. Rodríguez Orejuela, a su turno, decidió contraatacar y contrató a cinco ex militares retirados para que se fueran a Medellín a montar un servicio de inteligencia contra Escobar. Este los descubrió y los secuestró. Ante la desaparición de sus espías, Rodríguez Orejuela levantó la bandera blanca de la reconciliación e hizo una propuesta de paz. Escobar dijo entonces que estaría dispuesto, si le pagaban cinco millones de dólares de indemnización por la bomba del edificio Mónaco y le entregaban tres desertores del cartel de Medellín que se habían ido a trabajar al cartel de Cali. No se pudo llegar a un acuerdo y, poco tiempo después, los cinco ex militares aparecieron muertos en una cuneta en las afueras de Medellín. Destrozados a balazos, fueron encontrados amarrados y esposados, con una cartulina que decía: "Miembros del cartel de Cali, ejecutados por atentar contra personas de Medellín". De ahí en adelante no pararon ni las bombas a Drogas La Rebaja, propiedad de Rodríguez Orejuela, ni las muertes de lado y lado.
Lo más espectacular de esta guerra sucedió en junio de 1989. A raíz del descubrimiento de los restos de un helicóptero accidentado en el suroriente de Antioquia, en donde apareció muerto el piloto, teniente Gustavo González Sandoval, hijo del general (r) Gustavo González Puerto, el país y el mundo se enteraron de un operativo de intriga y espionaje como para una película de James Bond. Unos mercenarios ingleses, David Tomkins y Peter McAleese, habían venido a Colombia contratados por Gonzalo Rodríguez Gacha para el entrenamiento de paramilitares, para combatir a la guerrilla. Los entrenamientos tuvieron lugar en el Magdalena Medio, en la llamada Isla de la Fantasía, propiedad de El Mexicano. Después de múltiples complicaciones e incomodidades, los mercenarios cumplieron su misión y regresaron a Londres. Allí fueron contactados nuevamente poco tiempo después por el mismo coronel que los había contratado la primera vez. Pero en esta oportunidad la misión era diferente. Se trataba de asesinar a su ex empleador, Gonzalo Rodríguez Gacha, así como a Pablo Escobar. Como en el mundo de los mercenarios el único criterio es el dinero, nadie tuvo grandes inhibiciones morales y se montó el operativo. El 22 de junio del año pasado,dos helicópteros artillados, cargados de mercenarios, despegaron de un lugar en Antioquia rumbo a "Nápoles", la legendaria hacienda de Escobar. El objetivo era asesinarlo junto con sus guardias y lugartenientes. Por problemas de peso uno de los helicópteros se estrelló y el proyecto fracasó. Todos los indicios conducen a que esa contratación había sido hecha por el cartel de Cali.
Como el piloto muerto era un teniente de la Policía, esta circunstancia ha dado pie para que circulen rumores en el sentido de una supuesta indiferencia de las autoridades frente a las actividades del cartel de Cali. Esto puede ser exagerado, pero el hecho indiscutible es que mientras el gobierno persigue sin cuartel a todo lo que huela a cartel de Medellín, parece menos obsesionado con el de Cali. Para Escobar, esto más que una indiferencia es una complicidad en su contra y ve la mano de los Rodríguez Orejuela en todos los que lo han perseguido, incluyendo a los generales Maza y Ruiz Barrera, y el coronel Peláez,del F-2. Ahora la novedad es que el gobierno está intensificando sus acciones contra el cartel de Cali, lo cual podría significar o que los rumores eran falsos, o que el gobierno, ante la "rendición" de Escobar, ha decidido ocuparse también del otro frente.
La realidad es que el gobierno siempre ha considerado, como el mismo Escobar lo dice, que los de Cali tienen "otra forma de manejar las cosas". Esto significa que pueden ser traficantes de cocaína, pero no le han declarado la guerra al Estado. Como el gobierno ha dicho que su prioridad es la lucha contra el narcoterrorismo, ahí radicaría la justificación de su relativo desinterés pasado por Rodriguez Orejuela. En otras palabras, una cosa es ser narcotraficante o lavador, y otra poner bombas.
La semana pasada apareció en la prensa un curioso aviso firmado por Gustavo H. Gil Hinestroza, en el cual se aclaraba que detrás de Los Extraditables,que llevaban a cabo los atentados,no estaba sino Pablo Escobar. La firma resultó falsa, pues la cédula pertenecía a una persona interdicta. La interpretación que se le dio a este asunto fue la de que el cartel de Cali quería lavarse las manos frente a toda la sangre derramada a nombre de la no extradición por ese grupo que se identifica como Los Extraditables.
Pero aún a pesar de estas diferencias, los dos carteles están en tregua. Mientras Escobar silencia sus cañones y busca la forma de ser juzgado en Colombia a cambio de la entrega de su negocio y de sus armas, también parece haber decretado una tregua contra su más feroz enemigo: el cartel de Cali. Este último, por su lado, parece corresponderle y, al menos por ahora, los sables están en sus fundas. El grado de violencia al que ha llegado Colombia es tal, que hasta los narcotraficantes parecen estar cansados de la guerra.