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Madres prematuras

Los casos y las cifras de embarazos en adolescentes siguen siendo alarmantes. Detrás de estos datos se oculta un problema mayor que apenas empieza a conocerse en el país.

24 de abril de 2005

Pese a la sorpresa de los médicos y de sus padres, la única tranquila con la noticia era Sandra. A sus 15 años tenía cuatro meses de embarazo y estaba feliz porque su primer hijo, de casi 2 años, tendría un hermanito. Lo único que le preocupó fue pensar en el parto. Todo un problema que casi le cuesta la vida dos años atrás.

Aunque tener un hijo le cambia la vida a cualquier mujer, para Johana, estudiante de noveno grado de un colegio privado de clase media de Bogotá, la suya prácticamente siguió igual y su hijo era casi como un hermanito para ella. Al fin y al cabo su mamá se encargaba de todo y Sandra había podido seguir estudiando y llevando su vida normal. Por eso, dicen los expertos, no le importó seguir teniendo conductas de riesgo y quedar de nuevo embarazada de su novio, otro adolescente para quien la paternidad tampoco es un problema. Sus padres ayudan económica y físicamente a cuidar al niño.

Este caso ilustra en buena medida lo que está pasando con la sexualidad y los hábitos de los adolescentes en Colombia que están creando una cadena de problemas que de no atenderse se convertirán en una bomba social de tiempo imposible de manejar.

En un país con nueve millones de adolescentes se requieren acciones profundas que vayan más allá de las campañas de prevención y promoción de la sexualidad, pues pese a estas el número de embarazos en adolescentes sigue creciendo. Según datos de Profamilia, mientras que en 1990 el 13 por ciento de las adolescentes estuvieron embarazadas, en 1995 subió al 17 por ciento y en 2000, al 19 por ciento. Esto, sin contar las altas tasas de mortalidad materna e infantil, que siguen sin ceder.

Para Germán Salazar Santos, ginecólogo obstetra, director de la Unidad de Ginecología Pediátrica y de la Adolescencia de la Fundación Cardioinfantil, los estudios, encuestas y registros que quedan en la consulta evidencian en la mayoría de casos que el problema no es por falta de conocimiento de métodos de anticoncepción o de acceso, sino de patrones sociales que aún no están siendo enfrentados por el Estado ni las autoridades de salud.

Los expertos dicen que los adolescentes se están embarazando o adquiriendo ETS por varias razones. La primera es la más conocida: la inexperiencia. "Están teniendo prácticas sexuales, pero no se protegen porque piensan que eso no les puede ocurrir y porque en realidad no sabían usar los métodos de anticoncepción. Como viven una sexualidad impredecible, en un bombardeo de información, creen que todo lo saben, pero a la hora del momento se dan cuenta de que no saben lo que necesitan saber", dice Salazar.

El otro grupo de embarazos proviene de niñas de familias con dificultades o mal estructuradas, independientemente de la clase social. De un lado hay un segmento de ellas que buscó el embarazo pensando en que esto les abriría las puertas para irse de sus casas y lograr una independencia. Y el otro segmento son las niñas que comienzan a asumir conductas de riesgo: cigarrillo, alcohol y a buscar la carencia de afecto en el sexo, no en el amor.

Susana Moya, coordinadora del Programa Integral Adolescente para Jóvenes Adolescentes, dice que "un elemento que seguimos viendo de manera reiterativa es una carencia afectiva en estos jóvenes". La carencia de amor sigue siendo una razón de peso para iniciar relaciones sexuales.

Y el último grupo pequeño es el de las adolescentes que encuentran una pareja 5, 7 ó 9 años mayor, con la que obtienen una estabilidad y buscan tener un hijo, muchas veces por presión del hombre.

Dentro del grupo que quedan embarazadas, algunas mujeres buscan interrumpirlo. Una reciente encuesta realizada por la Cardioinfantil en adolescentes, que aún no ha sido publicada, muestra que el 12 por ciento de las adolescentes que quedaron embarazadas abortaron y casi un 20 por ciento reconoció que estaría dispuesta a hacerlo.

Uno de los métodos que más se utiliza es la pastilla del día siguiente. Pero como muchas lo detectan semanas después de la relación sexual, buscan otros métodos. "Sabemos que hay sitios en Bogotá con hora feliz, donde la aspiración vale 30.000 pesos. Las jóvenes van por la tarde, cuando los papás no están, para abortar. Esto y otras razones explican por qué en las clases más altas hay menos casos de partos de adolescentes, porque ellas, a veces con la colaboración de los padres, interrumpen el embarazo", advierte Christian Roca, ginecólogo pediátrica y de la adolescencia.

Otro caso frecuente que se está registrando en todo el país es el aborto con drogas. En las farmacias, con la orientación del droguista, les venden un medicamento usado para problemas gástricos que, puesto en la vagina y tomado en ciertas dosis, produce contracciones que terminan con la expulsión del embrión.

Los más de 160.000 partos de adolescentes que se presentaron en 2004 muestran, según Arturo José Parada, profesor de la Universidad Nacional, una cadena de miseria. Cerca del 60 por ciento de los hijos de adolescentes provienen y llegan a los sectores más pobres, en los que debido al embarazo ellas se ven obligadas a abandonar el estudio y a buscarse un ingreso. Estudios en Colombia evidencian que los hijos de madres adolescentes tienen mayor riesgo de maltrato infantil, de ser abusados sexualmente, de desnutrición y de repetir, cuando sean adolescentes, la historia de sus madres.

¿Quién los protege?

El principal problema es que aun para el sistema de salud y para las EPS y ARS del país los jóvenes prácticamente no existen, salvo como un factor de ganancia, porque históricamente son personas sanas que no demandan servicios de salud, exceptuando las emergencias o los casos fortuitos.

Como no son un problema, no hay políticas ni centros de atención especializados para ellos en el tema de orientación y atención sexual. Además, tampoco el sistema facilita su atención, pues generalmente deben ir acompañados de los padres y pagar para ser atendidos. En últimas, estas terminan siendo barreras de acceso.

El otro problema son los "programas de educación sexual que están enseñando en la mayoría de colegios del país, inadecuados pues obedecen más a patrones biológicos, en los que les hablan de la sexualidad y los métodos de anticoncepción que terminan por saturar a los jóvenes con información que creen saber, pero que a la hora de usarla no tienen ni idea de qué pastillas comprar, ni de qué dosis tomar, ni cómo se pone un condón, si hay que cambiarlo o no. Los programas tampoco les hablan de la necesidad de tener un proyecto de vida ni de por qué cuidarse", dice Salazar.

Un buen ejemplo de hacia dónde se deben encaminar las acciones está en Bogotá. Hace cuatro años había 23.900 embarazos en adolescentes y el año pasado se redujeron a 19.800 nacimientos, que si bien es una disminución importante, la administración no está satisfecha con los logros.

Ricardo Rojas, coordinador de salud sexual y reproductiva de la Secretaría de Salud, dice que gracias al trabajo de diferentes entidades, en el que la Secretaría de Educación identifica a los colegios donde están ocurriendo el mayor número de embarazos y nacimientos, se hace un trabajo de formación sexual para promover la anticoncepción y los valores, y ayudar a las que están embarazadas. Se trabaja con los docentes para mejorar sus conocimientos. Gracias a este y otros programas, los jóvenes en Bogotá usan 10 veces más el condón, la píldora y los dispositivos que el resto del país.

Como lo han evidenciado la Universidad Nacional y los miles de padres 'prematuros', se requiere urgentemente que el sector salud trabaje en unión con los ministerios de Educación, Cultura y Comunicaciones, la administración de justicia, las instituciones sociales, los departamentos y municipios para impulsar una política de salud sexual y reproductiva, y un modelo de atención en salud para jóvenes que frene lo que está pasando en el país. Porque con solo sugerirles a los jóvenes que se reserven el 'gustico' para cuando sean más grandes no es suficiente. Hay una bomba social que puede explotar en cualquier momento.