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Malos hábitos

La crisis mundial de la Iglesia Católica por abusos sexuales llega a Colombia.

30 de septiembre de 2006

'Dejad que los niños vengan a mí'. Esa es una de las citas más célebres que se le atribuyen a Cristo. Pero también, en un sentido mucho más sórdido y figurado que el original, se les puede atribuir a centenares de sacerdotes y religiosos católicos del mundo entero acusados de abusar sexualmente de menores.

Es el caso del confeso pederasta Efraín Rozo, que conmueve a Colombia desde el pasado jueves, cuando la emisora La W divulgó su testimonio y las acusaciones que contra él hizo José Antonio Tavera, víctima de esos delitos.

La pederastia le ha provocado muchísimo daño a la Iglesia en el mundo, en particular a partir de la década de los años 90, cuando comenzaron a revelarse casos y más casos de religiosos en todos los rincones del planeta.

Más que las Cruzadas, la Inquisición o el apoyo de altos prelados e incluso Papas a gobiernos corruptos o acusados de violar de manera sistemática los derechos humanos, lo que en realidad le ha quitado credibilidad a la Iglesia son las acciones reprobables de miles de sacerdotes que han sido acusados de cometer abusos sexuales a menores.

Aunque estos delitos sexuales forman parte de la historia misma de la Iglesia, sólo en los últimos tiempos han comenzado a ser del dominio público. El país más afectado ha sido sin duda Estados Unidos. No más en la arquidiócesis de Los Ángeles se han reportado más de 600 denuncias desde 1930. En todo el país han sido acusados más de 1.500 miembros del clero norteamericano entre 1950 y el día de hoy. Es decir, más del 4 por ciento del total de los religiosos católicos de ese país han sido implicados. El caso más escandaloso corrió por cuenta de Bernard Law, obispo de Boston, quien encubrió a varios sacerdotes acusados de abusar de menores, en particular a John Geoghan y Paul Shanley. El primero abusó de más de 130 menores y el segundo admitió formar parte de asociaciones que promovían el sexo de adultos con niños, además de que estimulaba el uso de drogas entre niños y adolescentes.

Escándalos similares que ocurrieron en Bélgica y México también conmocionaron al mundo. En México causó indignación que Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de México, y Roger Mahony, arzobispo de Los Ángeles, encubrieran al sacerdote mexicano Nicolás Aguilar, acusado de más de un centenar de violaciones a menores. El diario La Jornada, de Ciudad de México, expresó su indignación en su nota editorial del pasado 21 de septiembre: "La institución no puede pretender que se trata de una conjura promovida por 'enemigos de la Iglesia' o de 'venganzas personales', y ni siquiera de 'casos aislados'. Existen sobrados indicios de una comisión si no regular, cuando menos habitual, de estos delitos".

México ya había sido sacudido en 1996 con la noticia de que a Marcial Maciel, líder de los Legionarios de Cristo, un grupo católico ultraconservador, se le acusaba de haber violado seminaristas e incluso monjas. En Brasil condenaron al padre Tarcisio Tadeu Spricigo por abusar de dos niños de 5 y 13 años de edad entre 2001 y 2002. Y así, a lo largo y ancho del planeta.

Pero las acusaciones no han sido sólo de violación sino también de encubrimiento. El periodista español Pepe Rodríguez, autor del controvertido libro Pederastia en la Iglesia Católica, ha denunciado casos de violación y encubrimiento en España, Francia, Italia, Alemania, Austria, Polonia, Gran Bretaña, Irlanda, Estados Unidos, México, Costa Rica, Puerto Rico, Argentina, Chile, Australia... Plantea que estas son prácticas cotidianas en las diócesis católicas y agrega: "El problema fundamental no reside tanto en que haya sacerdotes que abusen sexualmente de menores, sino en que el Código de Derecho Canónico vigente obliga a encubrir esos delitos y a proteger al clero delincuente. En consecuencia, los cardenales, obispos y el propio gobierno vaticano practican con plena conciencia el más vergonzoso de los delitos: el encubrimiento".

Pero no siempre se cumple a rajatabla este principio de la omertá, el código del silencio de la mafia siciliana. El obispo Brendan Comiskey, de Irlanda, renunció a su cargo en 2002 y ofreció disculpas por varios casos de abuso sexual a menores que cometió el padre Sean Fortune, adscrito a su diócesis en las décadas de los 80 y los 90, y quien se suicidó en 1999. Ese mismo año el papa Juan Pablo II aceptó la renuncia del obispo Juliusz Paetz, entonces de 67 años y prelado de Poznan, Polonia, acusado de agredir sexualmente a decenas de clérigos.

Todo por una medalla

En Colombia el tema parecía limitarse a rumores de dudoso origen hasta que la semana pasada adquirió las dimensiones de un gran escándalo. La historia tuvo un singular detonante: una condecoración que hace pocos días le entregó la gobernación de Boyacá al sacerdote Efraín Rozo como reconocimiento a su trayectoria deportiva. Al enterarse de la distinción, dos de las víctimas de sus abusos denunciaron el jueves pasado en los micrófonos de la emisora La W lo que habían vivido hace 40 años en el instituto Tihamer Toth, que en esa época era un centro de formación de niños pobres que querían ser sacerdotes.

La audiencia quedó impactada con los valerosos testimonios de dos hombres mayores de 50 años. Uno de ellos, que temía por su seguridad, se identificó como 'Adolfo'. Con la voz entrecortada por el llanto recreó una desgarradora descripción de lo que vivió. El otro, José Antonio Tavera, desde Quito, Ecuador, contó con detalles cómo ha sido su campaña para desenmascarar a Rozo, y en su vehemente exposición implicó a los sacerdotes Roberto Ospina, obispo auxiliar de Bogotá y que en la época de los hechos era seminarista, y Germán Pinilla, capellán de la Universidad del Rosario. Sus declaraciones fueron la artillería pesada que recibió la semana pasada la Iglesia Católica colombiana.

En el relato que Tavera hizo a SEMANA contó con detalles cómo, cuando tenía 13 años, en 1965, el cura Rozo abusó de él. Asegura que por las denuncias de otro compañero de estudios se ordenó una visita apostólica para investigar la situación. La persona a cargo de estas indagaciones habló con cada uno de los 150 niños que hacían parte en esa época del Tihamer Toth, y supuestamente algunos de sus testimonios fueron transcritos como soporte de la investigación. En los documentos que Tavera envió a SEMANA hay descripciones detalladas de vejámenes sexuales de los curas con los niños.

Tavera también manifestó que la Iglesia, a manera de 'sanción', envió en comisión de estudios a Rozo y a Pinilla a Estados Unidos y Bélgica, respectivamente. De esta forma se habría encubierto su falta y el asunto se habría dejado así.

La cruzada de Tavera comenzó en 2004, cuando se cumplieron los 50 años de fundación del centro Tihamer Toth. "No había derecho que la Iglesia celebrara eso y se me subió la piedra a la cabeza", dice con indignación. En ese momento comenzó una campaña en Internet a través de envíos masivos de correos electrónicos en los que daba a conocer lo que él había vivido y visto que le había sucedido a otros de sus compañeros en ese lugar. Asegura que gracias a la difusión que tuvieron sus mensajes le empezaron a filtrar los documentos que hoy exhibe como pruebas. Incluso habría pagado por algunos de ellos.

Pero fue sólo a inicios de este año que su protesta comenzó a tener un mayor impacto. En Los Ángeles, Estados Unidos, se instauró una denuncia penal contra Efraín Rozo y contra la iglesia de ese lugar por su sobrino Ernesto Rozo. Este acusa a su tío de haberlo violado en 1967, cuando estuvo de paso por esa ciudad. Una denuncia de este tipo es posible en ese país a pesar de que ha pasado mucho tiempo porque en Estados Unidos, a diferencia de lo que sucede en Colombia, el delito de pedofilia no prescribe. Para apoyar su denuncia habría utilizado parte de los documentos con los que Tavera había invadido Internet.

En febrero de este año autoridades estadounidenses tomaron en Colombia el testimonio de Rozo, quien en una sorprendente confesión grabada en video, aceptó haber abusado de su sobrino y de Tavera. Ese demoledor testimonio es la prueba que aún tiene sorprendido al país.

Según Tavera, a él sólo lo invitaron a hacer parte de la denuncia luego de la confesión de Rozo, y su participación en el caso es importante porque demostraría que el sacerdote no adoptó esos hábitos en California sino desde que ejercía en Colombia, y que al haberlo enviado en viaje en comisión a Estados Unidos la Iglesia Católica, encubriéndolo, habría sido cómplice.

La condecoración que recibió Rozo de las autoridades de Boyacá habría adelantado la difusión del video, pues se pensaba hacerlo público sólo en enero del próximo año, cuando el juez dictará su veredicto sobre el confeso pederasta.

La pregunta que sigue sin resolver es si la autoincriminación de Rozo es suficiente para dar por ciertas las acusaciones contra Roberto Ospina y Germán Pinilla, sacerdotes que gozan de buena imagen y aceptación en sus comunidades, como también la gozaba Rozo.

No ha pasado inadvertida en la opinión pública la actitud con la que estos clérigos han enfrentado el aluvión de denuncias. Ospina contactó a los medios y ha insistido en que se deslinde su nombre de las declaraciones de Rozo, y más teniendo en cuenta que para la época en que se cometieron los abusos él era apenas un seminarista. Por su parte, Germán Pinilla ha guardado silencio y, según informó a SEMANA su sacristán en la Universidad del Rosario, salió a unos retiros espirituales el jueves en la noche -el día del escándalo- y no era posible contactarlo.

Si se aceptan como ciertos los documentos de Tavera, estos otros dos sacerdotes estarían en aprietos. Las dudas sobre su autenticidad son la principal arma de defensa que la Iglesia ha esgrimido por sus hombres.

El indicio más fuerte de que lo que dice la Iglesia pueda ser cierto es que el sello personal del cardenal Luis Concha Córdoba, que aparece en los documentos que apoyan las denuncias de Tavera, no coincide con el que aparece en documentos de la misma época. SEMANA constató que efectivamente esto es así (ver foto). No sólo tiene una forma diferente sino que, además, una de las palabras del sello de los documentos de Tavera está escrita de manera diferente a la de los sellos de los documentos de la Arquidiócesis. En uno aparece Primus y en otro, Primas. Para el canciller de la Arquidiócesis, padre Alberto Forero, un "error de ortografía de estos en un sello de un cardenal es impensable. Además sólo existe un sello".

El canciller apostólico también mostró una declaración juramentada de quien antes estaba en su cargo y que aparece firmando varios de los documentos de Tavera, en la que asegura que en la mayoría de ellos su firma no es auténtica, como en los de los supuestos testimonios de los niños abusados que incriminan a Ospina y Pinilla.

Mientras se conocen los resultados grafológicos que la Iglesia ordenó semanas antes de que estallara el escándalo como respuesta a los requerimientos de la corte de Los Ángeles que pidió certificar su autenticidad, esta será una de las claves de la que pende el honor y la credibilidad de estos curas. Cuesta trabajo creer que Tavera hubiera falsificado estos documentos para urdir una difamación de estas dimensiones.

Pero más allá de la prueba judicial, lo que es irrefutable por ahora es que la incriminación del padre Rozo coincide con lo dicho por Tavera. Eso por ahora deja claro que en el Tihamer Toth sucedieron cosas muy graves que con el sólo testimonio de Rozo no se aclaran. El escándalo disparó en las siguientes horas una nueva salva de denuncias. Al correo electrónico de SEMANA llegaron tres en el transcurso del viernes. A este ambiente enrarecido se sumó la condena que recibió el mismo viernes el sacerdote Víctor Ramón Blanco, de Cali, quien abusó de varios niños que vivían en Mi Casita, un hogar de paso para huérfanos en proceso de adopción.

Pecar por obra y por omisión

Además de la indignación que produce que miembros de la feligresía aprovechen su investidura para dar rienda suelta a sus depravaciones, el otro aspecto que despierta rabia en la opinión pública es el tufillo a encubrimiento que dejan estos aberrantes hechos de la Iglesia. ¿Cómo se justifica que hayan enviado a Rozo al exterior y no le hubieran aplicado una ejemplar sanción en su momento? Han pasado 40 años desde que Rozo abusó de Tavera y nadie ni nada garantiza que durante todo este tiempo haya dejado de abusar de menores. ¿Impunidad? ¿Ocultamiento?

"Eso nunca ha sucedido", dijo enérgico a SEMANA el sacerdote Darío Álvarez, quien desde hace cinco años es el vicario judicial del Tribunal Eclesiástico Interdiocesal, y que por jurisdicción es el juez natural de los sacerdotes de Bogotá, Cundinamarca, Huila, Meta y los antiguos Territorios Nacionales. Según él, hasta el año pasado no se habían enterado de las denuncias de Tavera; además dice desconocer los documentos con los que sustenta sus acusaciones. Y afirma que la Iglesia sí contactó a Tavera el año pasado, cuando comenzó su campaña en Internet, pero que éste nunca vino a Bogotá a declarar. Agrega que una voz telefónica no es suficiente para garantizar el debido proceso y un juicio justo para sus colegas.

¿Cuántos casos de este tipo han pasado por este tribunal desde que él está ahí? "De cinco a seis", responde, y asegura que no hay ninguno en investigación. ¿Cuántos han sido condenados y con qué sanción? "Sólo tengo presente uno, y el sacerdote fue separado de su actividad", pero no dice de quién se trata para preservar su derecho a la honra y el buen nombre.

Este tribunal no va a iniciar investigación alguna en el caso del sacerdote Pinilla porque, a pesar del gran escándalo, para ellos es necesario que alguien se presente e interponga la denuncia. En el caso del sacerdote Ospina, por su fuero de obispo, el caso sólo puede ser tratado por un tribunal del Vaticano. ¿Y qué va a pasar con el confeso pederasta Efraín Rozo? "Tenemos que escucharlo primero", dice Álvarez, y aclara que ese tribunal se caracteriza por su agilidad y que en menos de un mes tomará alguna decisión. Asegura que "los fieles deben sentirse orgullosos de que esta es una Iglesia justa donde se parte de la presunción de inocencia de todo el mundo".

En todo este episodio brilló por su ausencia el cardenal Pedro Rubiano, que se encontraba de viaje en Estados Unidos. SEMANA buscó a través del canciller de la diócesis un número de contacto, pero éste dijo que no se le podía molestar. ¿Acaso una situación como esta no merece la pronta atención de los jerarcas de la Iglesia? El viernes monseñor Luis Augusto Castro, presidente de la Conferencia Episcopal, condenó los abusos de Rozo.

Un caso que además atormentó al país por partida doble. No sólo por su confesión explícita que lo puso en el escarnio, sino porque el grueso de la población colombiana (al menos entre los mayores de 35 años) lo recordaba con cariño porque fue un destacado ciclista de la década de los años 50. Junto con su tocayo Efraín 'El Zipa' Forero, Jaime Tarquino y el capitán Ortiz, ganó la prueba de persecución por equipos en los Juegos Centroamericanos y del Caribe celebrados en Guatemala en 1950. Este fue el primer triunfo internacional del que sería deporte bandera del país.

Rozo, quien al igual que Camilo Torres fue capellán de la Universidad Nacional en Bogotá, organizó en la década de los 70 los famosos ciclopaseos de fin de año por las carreteras de Colombia, una versión recreativa de la Vuelta que en aquellos tiempos aún paralizaba al país. Resulta desconcertante que una persona famosa por promover el deporte entre niños y jóvenes de todas las clases sociales no siempre haya aplicado con ellos el lema de mente sana en cuerpo sano.

En un país con una tradición católica tan arraigada, nada más peligroso que una jerarquía eclesiástica que provoque sospechas entre sus feligreses, y de la que se percibe tras sus declaraciones evasivas y los silencios una solidaridad de cuerpo que en años pasados le hizo mucho daño a la Iglesia en otros países del mundo.

Además, esta actitud contrasta con la vehemente crítica que en las últimas semanas han mostrado los jerarcas de la Iglesia frente al aborto en casos extremos y la defensa de los derechos patrimoniales a parejas homosexuales. Mientras que en esos casos han amenazado con excomulgar a civiles que actúan en ámbitos ajenos a los de la Iglesia -y han llegado al atrevimiento de querer pasar por encima de la propia Constitución-, frente a estos delitos atroces cometidos por sus propios miembros se han apegado al inciso para intentar minimizar al máximo estas acusaciones. Resulta llamativo, por decir lo menos, el silencio que han guardado ante este escándalo altos jerarcas como los cardenales Alfonso López Trujillo y Pedro Rubiano, que tanto se manifestaron en días pasados sobre temas relacionados con la sociedad civil.

Son días difíciles para la Iglesia Católica colombiana. Pero si esta decide hacerle frente al problema, no sólo le enviará a la sociedad un mensaje coherente con su misión apostólica, sino que también le dará un ejemplo a un país resignado a políticas de impunidad y olvido que amenazan de manera grave su estructura misma como Nación. Una Nación que necesita que la Iglesia dé ejemplo de puertas para adentro y no una Iglesia vacilante que deje entrever sospechas de que detrás de todo esto hay algo más que unas pocas manzanas podridas.