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Manejando no se puede

La prohibición de fumar mientras se conduce cierra aún más el cerco sobre los fumadores del país.

30 de noviembre de 2003

Los colombianos que consumen tabaco siguen perdiendo terreno. Todavía no acababan de acusar el golpe que supuso para ellos no poder fumar en lugares públicos cerrados, como restaurantes, bares y discotecas, como lo ordenó el Código de Policía, cuando la Corte Constitucional determinó que tampoco podrán hacerlo mientras manejan. Esta prohibición no es nueva, pero hasta ahora sólo afectaba a los conductores de vehículos de servicio público, quienes si la incumplían debían pagar una multa de 10 salarios mínimos y asistir a un curso de seguridad vial como ordena el artículo 132 del Código Nacional de Tránsito Terrestre.

Este punto fue demandado ante la Corte Constitucional porque violaba el principio de igualdad, pues no era clara la razón por la cual se había determinado que era malo fumar para los conductores de servicio público pero no ocurría lo mismo con los de servicio privado.

Los magistrados de la Corte no cuestionaron el acto de fumar en sí sino los riesgos que éste supone para la conducción. Para ellos está claro que manejar es una actividad arriesgada, mucho más si quien va al volante está fumando porque pueden ocurrir pequeños incidentes que desvíen su atención de la vía. Entre los amantes del cigarrillo son comunes las historias sobre ceniza que se cae sobre la ropa, las colillas que se devuelven encendidas por la ventana o los problemas al encenderlo.

Este es el riesgo más documentado. Las investigaciones de la Dirección General de Tráfico de España, la Comisión Técnica de Seguros de Autos del Centro Zaragoza y la Organización de Consumidores y Usuarios resultaron dicientes. Los estudios determinaron que en los tres segundos que tarda encender un cigarrillo un conductor que viaja a 100 kilómetros por hora deja de tener control visual sobre 80 metros de vía. En contraste como los pasajeros no van manejando, pueden fumar a sus anchas.

Quien puso el grito en el cielo fue Armando Benedetti. La semana pasada escribió al respecto en su columna de El Tiempo: "Si el taxista no puede fumar, pues que nadie fume. La igualdad, cuando es falsa, es rigurosa y totalizante". Luego remató su idea con un apunte a tono con ese estilo 'mamagallístico' que lo caracteriza: "Inútil preguntarle a la Corte si consideró que un vicioso del tabaco atrapado durante 40 minutos, y sin fumar, en un trancón de la carrera 30, sea o no más peligroso que un conductor fumando. O más peligroso que un alacrán con alas". No es la primera vez que Benedetti, liberal de principios y de partido, le dedica el espacio de su columna a este tema. En septiembre había escrito una similar en la que daba cuenta de los últimos retrocesos de los derechos de los fumadores.

Sin embargo, su voz ha clamado en el desierto. Aunque el 22 por ciento de la población colombiana fuma, según el Atlas del Tabaco de la Organización Mundial de la Salud (OMS), muy pocos son los que están dispuestos a defender en público su derecho a hacerlo. No es una posición políticamente correcta en estos momentos, en los que hasta fumadores insignes como el escritor Antonio Caballero, fiel al Pielroja durante décadas, o el periodista Daniel Samper Ospina, consumidor de 30 cigarrillos diarios, abandonaron el vicio. En su columna de septiembre Benedetti definió en un párrafo la situación actual de los fumadores: "Hemos pasado, con una celeridad que no nos permite asimilar los cambios que se nos imponen, del estereotipo del hombre Marlboro, que no es ese, sino aquel otro del caballo en la fértil pradera, a parias obligados a persistir con vergüenza en el vicio".

Aunque enfocada hacia el aspecto de la seguridad vial, la nueva medida adoptada en Colombia no es un hecho aislado. Se trata de una escaramuza local encuadrada en la cruzada planetaria contra el tabaco y sus 1.200 millones de consumidores alrededor del mundo. Este año con la adopción del Convenio Marco de la Organización Mundial de la Salud para el Control del Tabaco las empresas tabacaleras recibieron un duro golpe porque cada vez más van a tener mayores restricciones para hacerle publicidad a sus productos. El objetivo es disminuir el número de personas que fuman para evitar que en 2020 mueran 10 millones de fumadores por problemas relacionados con el cigarrillo. Los consumidores, por su parte, que han perdido legitimidad social a pasos agigantados empiezan a ver cómo se reducen los espacios donde pueden fumar. La combinación de estas medidas draconianas y un aumento en los impuestos, tal y como está haciéndose en algunos países europeos en estos momentos, es una fórmula que ya se había utilizado con éxito durante los primeros años del régimen nazi en Alemania para disminuir el número de fumadores.

Aunque parece inevitable que los fumadores sigan cediendo espacio, es probable que en su lucha por lugares para fumar reciban el inesperado apoyo de los comerciantes. En Nueva York, según los diarios locales, un mes después de que entraron en vigencia las leyes antitabaco los establecimientos comerciales donde regía la medida anunciaron que sus ingresos se habían reducido 50 por ciento.

En Bogotá todavía no existe una información oficial al respecto. Sin embargo, la concejal electa María Isabel Nieto, fumadora por demás, se reunió con propietarios de bares y restaurantes de Usaquén, el parque de la 93 y la Zona Rosa, quienes le manifestaron que también se han reducido sus ingresos desde que sus clientes no pueden fumar en el interior de los locales. El Código de Policía terminó por beneficiar sólo a aquellos lugares que tenían terraza. La Asociación Colombiana de la Industria Gastronómica presentó una acción de nulidad contra algunos de los artículos del Código ante el Tribunal Administrativo de Cundinamarca para echar atrás estas medidas y tratar de volver a la época en que existían lugares para fumadores adultos y no fumadores. Los primeros creen que la convivencia pacífica es posible y piden que les permitan fumar en paz los cigarrillos que, son conscientes, los van a llevar a la tumba.