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Marco Tulio, papá de Iván.

HISTORIAS DETRÁS DE LA MARCHA

Marco Tulio protesta para que a su hijo, que cayó en una mina, lo atiendan en la EPS

Esta es la historia de Marco Tulio Rueda, a quien le cambió la vida hace cuatro meses cuando a su hijo de 20 años le estalló en las manos un artefacto explosivo que encontró tirado. El abandono del país rural y las falencias del sistema de salud, son los principales obstáculos para su recuperación.

28 de noviembre de 2019

El 19 de julio, Iván Rueda creyó haber visto la muerte a la cara. Trabajaba en los linderos de la finca que su familia tiene en San Calixto (Norte de Santander), cuando un estallido le anuló la memoria. De esos instantes que pasó viendo la muerte a los ojos, no recuerda mucho. Organizaba lo broches que separan el predio cuando vio una bolsa negra enredada entre uno de los palos que sostenía el alambre de púas. Se acercó, se agachó y jaló.

La honda explosiva que activó el artefacto abandonado, cambió para siempre la vida del joven de 20 años y la de su papá, que desde entonces se convirtió en la sombra de su hijo Iván. No lo desampara. Menos desde que se instalaron en Bogotá, a donde llegaron en busca de una solución a las graves lesiones que la mina dejó en su cuerpo. En una carpeta de plástico, rosa y transparente, su padre lleva a donde quiera que va los exámenes en orden cronológico.

Hasta la Plaza de Bolívar llegó Marco Tulio la semana pasada con su mochila y los papeles envueltos en una bolsa negra. Después de acompañar a su hijo a una ecografía ocular en el Hospital Simón Bolívar y llevarlo de vuelta a la casa donde están viviendo en Santa Elena, este líder del Catatumbo atravesó la capital de norte a sur, hasta llegar a la Plaza de Bolívar para participar de la primera jornada del paro nacional. En medio del aguacero que se soltó, marchó, gritó consignas y entonó el himno. 

Razones para unirse al paro nacional

Marco Tulio llegó para reclamar por el calvario que desde hace cuatro meses vive su familia. Mientras unos marchan por una mejor educación, otros por los incumplimientos del acuerdo de La Habana y hasta en contra de la corrupción, este líder desplazado por la violencia salió a las calles a alzar su voz para pedirle al Gobierno una mejor ruta de atención para quienes sufren en los territorios el flagelo del conflicto que se mantiene vivo. 

"Si me pasa a mí como concejal, como líder, como no le estará pasando a aquellos campesinos que no tienen quién los ampare. Que no tienen quién los oiga ni los conocimientos para averiguar y defenderse. Esto no solamente está pasando en el Catatumbo, sino también en casi todo el país", respondió cuando le preguntaron sobre las razones que lo llevaron a unirse al paro. Su participación, sin embargo, fue una interrupción fugaz. Cada minuto que pasa es determinante para Iván. Por eso, asistió un par de horas y salió corriendo de nuevo al hospital, a ver si lograba agendar una nueva cita.

Descenso al calvario

Mientras Iván recobraba poco a poco la conciencia y se deslizaba entre el césped para tratar de encontrar ayuda, su hermano Camilo, que escuchó a lo lejos el estallido, salió corriendo a buscarlo. Cuando llegó, lo encontró casi desnudo y con la pantorrilla izquierda destrozada. Como pudo, convocó más gente que le ayudó a montarlo a un carro. A mitad de camino, su padre venía en la ambulancia para auxiliarlo. 

Al llegar a la cabecera de San Calixto, entendieron que lo más conveniente era seguir derecho para Ocaña. Allá, sin embargo, le dijeron que debían trasladarlo de una vez a Cúcuta. Para su sorpresa y la de muchos en la región, a pesar de que el Catatumbo es una de las zonas más conflictivas del país, no cuenta con las herramientas necesarias para atender a muchas de las víctimas que deja el conflicto. Pero en la ciudad fronteriza tampoco les fue muy bien. Los recursos eran limitados y por alguna razón que la familia todavía no comprende, pese a la gravedad de las heridas, durante ocho días ni se las limpiaron. 

Angustiado ante la falta de respuestas y el limitado servicio que ofrecía la operadora encargada de atender a las víctimas de minas antipersonales en el país, Iván terminó devuelta bajo el amparo de la entidad a la que estaba afiliado: SaludVida. Con el paso del tiempo todo empeoraba. A pesar que las lesiones que le causó el estallido ocurrieron en mitad de año, el hijo de Marco Tulio necesita tratamientos constantes y la EPS entró en liquidación.

Sobre este procedimiento, la Supersalud informó que contempla un trabajo conjunto con la Procuraduría General de la Nación y la Defensoría del Pueblo para realizar el seguimiento que requiere este proceso de liquidación y evitar cualquier vulneración a los derechos de estos afiliados, sin embargo estos trámites parecen dilatarse y esta familia sigue esperando la llamada para conocer a que entidad prestadora del servicio será reasignado Iván. 

El tiempo no sería una amenaza sino fuera porque a pesar de que la EPS les ha asignado varias citas, cuando el padre llega al centro médico, les informan que no los pueden atender porque hay problemas entre la EPS y la operadora. Entonces, para no perder la oportunidad, su familia se está endeudando para pagar cada una de las citas programadas. 

Bingos, ventas o rifas, son algunas de las actividades que se han adelantado en San Calixto para financiar los tratamientos médicos que el joven necesita. A la fecha se ha sometido a por lo menos seis cirugías. Entre ellas, varias para salvar la pierna y especialmente los ojos, de donde le sacaron pedazos de cables, metales y objetos que se utilizan para armar el artefacto explosivo. 

Carrera contrarreloj

Pese a la gravedad de las lesiones que sufrió Iván, su futuro depende especialmente de la agilidad con la que el sistema de salud responda. En parte lo creen por la evolución que ha sufrido su estado de salud desde que llegó a Bogotá. A pesar de que un médico le dijo que no tenía posibilidad de volver a ver, desde hace varias semanas el hijo de Marco Tulio identifica sombras, luces y si se acerca al rostro colores intensos como el rojo o el verde, los puede distinguir. 

Esa lucha para que lo atiendan, avanza cuesta arriba. Una vez la EPS cumplió con las primeras intervenciones con las que lograron estabilizalo, la atención empezó a decaer y hoy el miedo de la familia se reduce a la noticia de que pierda definitivamente el sentido de la vista sin que le puedan hacer el trasplante de cornea y que por falta de atención oportuna, pierda la movilidad de su pierna. 

"Pocos pasan por todo eso y están ahora aquí", asegura Iván, sentado en uno de los pasillos del Simón Bolívar, esperando a que lo llamen por su nombre para que la diligencia termine. De la tragedia se ha levantado con el apoyo de su familia y la asesoría de algunos miembros de la Asociación Minga, que pusieron a su disposición psicólogo para que lo atendiera. 

Acostumbrarse al ritmo de la capital tampoco no ha sido fácil. Por las lesiones que tiene su hijo, Marco Tulio buscó hogar en Santa Elena, un barrio de invasión que hay en la localidad de Usaquén. A pesar que no es mucho lo que paga de arriendo, el dinero se le va entre los 10.000 pesos que le cuesta para bajar a su hijo desde la cima de la montaña hasta la carrera séptima y tomar un taxi que le cobra la mínima por llevarlos de ahí hasta la 165.  

Con el paso del tiempo hay cosas que han aprendido a normalizar, después de tener una despensa prácticamente viva en su finca donde tenían gallinas, cerdos, cachama y las verduras que necesitaban para cocinar, ahora deben ir a una tienda del barrio a comprar el mercado. Después de entregar su declaración a la Unidad de Víctimas, les recomendaron acceder a los bonos de alimentación y arriendo que otorga la alcaldía a personas que están pasando por su misma situación. El apoyo, sin embargo, es insuficiente. A su favor, cuenta el respaldo que le han mostrado los ocho hermanos que Marco Tulio ayudó a levantar desde que tenía 12 años. 

Hay cosas que, sin embargo, todavía no terminan de encajar en sus vidas. La familia quedó dividida. Hace un mes, después de mucho bregar, se trajeron al hijo menor que suspendió sus estudios para estar al lado de sus padres. Camilo y su hermana, mientras tanto, se quedaron en el pueblo cuidando las pertenencias que a su familia le tocó dejar.

La esperanza de todos es que las secuelas que el estallido deje en el cuerpo de Iván no sean tan notorias. Para conseguirlo, Marco Tulio está convencido que debe alzar la voz. Lo hace por él y por todas aquellas víctimas de los vejámenes del conflicto que no tienen el apoyo definido del Estado, para su recuperación.