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Más allá de la cumbre

La visita de 23 embajadores al Caguán reafirma el espaldarazo de la comunidad internacional al proceso de paz colombiano.

9 de abril de 2001

El viernes de la semana pasada los colombianos se despertaron con dos noticias relacionadas con el proceso de paz: la declaración de los embajadores invitados al Caguán al encuentro de la Mesa nacional de diálogo y negociación y el balance de la emboscada de las Farc a una patrulla militar en Codazzi, Cesar.

La primera información provocó el entusiasmo entre los analistas. Argumentaron que, tal como ha ocurrido en otros lugares del mundo, el proceso de paz en Colombia será irreversible ahora que ha entrado a participar la comunidad internacional. La segunda produjo lágrimas e indignación entre la gente del común al ver las escenas de humildes mujeres cargando los féretros de sus hijos destrozados por las esquirlas de los explosivos y las ráfagas de ametralladora y fusil.

Esa es la contradicción que ha gravitado sobre el proceso desde que se inició hace dos años. En esas condiciones no es extraño que la mayor parte de los colombianos aún no hayan logrado asimilar cómo puede hacerse la paz en medio de la guerra. Y no lo han logrado porque desde el principio el proceso no consiguió producir en ellos la sensación de que algo cambiaba en sus vidas. Aunque, como dijo el delegado especial de la ONU Jan Egeland, “más vale un proceso imperfecto que una guerra perfecta”.

Esa imperfección por poco lo lleva a la muerte, de la que fue rescatado cuando el presidente Andrés Pastrana y el comandante Manuel Marulanda firmaron el Acuerdo de Los Pozos el 9 de febrero. Ese día se dio un viraje pues los puntos acordados se han ido cumpliendo a cabalidad. Por eso ahora se dice que el proceso está blindado y comienza a mostrar resultados. Lo malo es que, sin, por ejemplo, un acuerdo de cese al fuego, a la gente poco le importan los avances formales y temáticos así éstos sean de gran envergadura.

Como precisamente fue la reunión de la semana pasada, cuya dimensión explica el parte de victoria de las Farc y el gobierno al término de la misma en la lluviosa noche del jueves. Al día siguiente la Mesa se reunió y acordó designar a 10 países, los que se convertirán en un grupo que acompañará el proceso, no como árbitro sino como amigable componedor, es decir, como facilitador del diálogo. Su importancia es tal que recibirá informes bimestrales sobre el estado de la negociación.

El entusiasmo entre las partes llegó a tal punto que en ambas se impuso el concepto de que “esto no tiene reversa porque se nos viene el mundo encima”. Lo que quiere decir que hacia el futuro a cualquiera de los dos le va a costar mucho trabajo levantarse de la mesa.

Sin embargo la gran debilidad del acompañamiento internacional es la ausencia de Estados Unidos. El gobierno de Washington ha sido absolutamente claro en que no dialogará con las Farc mientras éstas no entreguen a la justicia a los culpables del crimen de los tres indigenistas estadounidenses. “Es una cuestión de dignidad”, han dicho.

De todas maneras su discurso también se ha flexibilizado. Algunos funcionarios de peso en el Departamento de Estado, como Peter Romero, han dejado entrever que la situación cambiaría cuando las Farc comiencen a dar muestras de paz. El viernes Marulanda también se mostró más conciliador al anunciar que el único problema que tienen con Estados Unidos es el del respeto por la soberanía de Colombia. Lo que marca distancia con la tradicional postura de las Farc según la cual “los yanquis son los opresores de los pueblos del mundo”.

El problema está en que, como dijo Romero, Estados Unidos exige hechos de paz, posición que comparten la mayoría de colombianos. Y esto es no secuestrar a los civiles, no utilizar cilindros de gas, no involucrar a los niños en el conflicto, entre los puntos que tocan más a la gente.

De ahí que, si bien la reunión fue exitosa, la efervescencia actual por la buena marcha del proceso puede desaparecer si la guerrilla no empieza a ceder para que el país vea hechos tangibles. De poco sirve que en la cumbre del jueves se haya hablado de alta política y acordado temas esenciales, como la importancia de erradicar manualmente los cultivos ilícitos, si la gente continúa acorralada en las ciudades por temor a ser secuestrada o sigue sufriendo por la posibilidad de ver volar su casa, como les ocurrió a los vecinos de la Escuela Militar José María Córdoba hace dos semanas en el noroccidente de Bogotá.

Además hay un factor preocupante, y ese es la cercanía de la etapa electoral. El margen de maniobra del Presidente se reduce, no sólo porque comienza a jugar contra el reloj sino porque a estas alturas ninguno de los candidatos opcionados es su heredero político. Ese, por supuesto, parece no ser un problema para las Farc, cuya concepción del tiempo y de la escogencia de su liderazgo es completamente distinta. Para los dirigentes de la guerrilla es casi indiferente con quién se negocia y además sostienen que han recibido suficientes seguridades de los virtuales candidatos de que el proceso va a seguir adelante. La única certeza es que es difícil encontrar un presidente que tenga el mismo grado de persistencia y resistencia con Marulanda como lo ha tenido Pastrana.

Además los guerrilleros tuvieron otra razón para sonreír el jueves, pues encontraron en los embajadores a unos interlocutores respetuosos que dialogaron con ellos de forma cordial y sin reproches. Ello contrastó con lo ocurrido en junio del año pasado cuando, durante la Audiencia pública internacional sobre sustitución de cultivos, los diplomáticos elevaron el tono a la guerrilla para censurarlos por las constantes violaciones al derecho internacional humanitario.

“Nos trataron como estadistas”, ironizó un comandante de las Farc. Y es que el tono de la reunión fue relajado y optimista, tanto que cuando se levantó la mesa se produjo un sonoro aplauso. La pregunta que quedó en el ambiente es si esa aproximación amistosa tendrá más eco en la organización guerrillera que los reclamos airados de la oportunidad anterior.

Ello puede o no ser así. Pero, por lo pronto, el eco de la reunión fue acallado por los lamentos de las madres que lloraban a sus hijos tras la emboscada de Codazzi.