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El Estado colombiano fue condenado a pagar 2.300 millones de pesos por la masacre de los concejales | Foto: Archivo Fundación Sonrisas de Colores

RELATO

Víctimas de la masacre de Rivera esperan respuestas de las FARC

Semana.com estuvo en ese municipio del Huila y habló con familiares de los nueve concejales asesinados en el 2006. Siguen esperando paz y verdad.

Kendry Serrano
18 de octubre de 2016

El almuerzo fue verduras cocidas. ¿Con qué? Diez años después, Aleida Puentes Vargas no lo recuerda bien. Lo único que viene a su memoria, de manera reiterativa, es que ese día regañó a su esposo, Héctor Iván Tovar –El Loco, como le decían los vecinos-, por estar molestando a María José, su nieta de cinco años, mientras comían. “Pero yo que me iba a imaginar (…)”, se reprocha la mujer.

Todo parecía una locura perfectamente planeada. Alrededor de la 1:30 de la tarde se oyeron disparos en diferentes zonas de Rivera, municipio de Huila. Era 27 de febrero del 2006. Más tarde, los habitantes se darían cuenta de que la concentración de guerrilleros de la columna Teófilo Forero de las FARC en varias zonas del pueblo era una distracción. El verdadero horror ocurrió en el centro recreacional Los Gabrieles, a pocos metros del casco urbano. 

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Los concejales Moisés Ortiz Cabrera, Desiderio Suárez, Aníbal Azuero Paredes, Luis Ernesto Ibarra, Jaime Andrés Perdomo, Alfadil Arias, Octavio Escobar González, Selfides Fernández y Héctor Tovar ‘El Loco’ fueron masacrados por una veintena de hombres de este grupo guerrillero. 

En medio del verdor que envuelve a Los Gabrieles había un chorro de sangre que se extendía seis metros, cuenta Edelmira Lozada Ramírez, madre de Jaime Andrés Perdono, el más joven de los concejales. “A mí no quisieron decirme nada. Me dejaron en la casa sin saber lo que pasaba. Una vecina me trajo y él era el primero que uno veía botado. Eran las 2:10 de tarde”.

Leandro, hermano mayor de Andrés, llegó antes que su madre, pese a que estaba en Neiva, capital de Huila, que queda a pocos kilómetros de Rivera. Arribó en una moto roja con su novia, que hoy es su esposa. El día era gris, triste. El cielo estaba nublado y las calles del pueblo parecían un festín por la cantidad de gente que estaba aglomerada –recuerda este hombre-. “La gente me miraba y agachaba la cabeza”.

Los cuerpos estaban tapados con sábanas blancas. Pero Leandro, sin ninguna explicación lógica se lanzó sobre uno de ellos, lo abrazó y lloró sobre él. A los pocos minutos, cuando lo destapó, confirmó que era Andrés. “La sangre llama”, es lo que hoy concluye.

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“Yo lo veía normal, sin heridas de bala. A las 5 de la tarde, cuando la Fiscalía estaba haciendo el levantamiento para llevárselo, me di cuenta de que mi hermano estaba vuelto nada. Tenía un disparo en la cabeza que le había quitado parte de carne, un tiro de gracia y balas en todo el cuerpo. Era una escena escalofriante”, añade Leonardo.

 Verdad

¿Por qué a ellos? ¿Por qué en Rivera? ¿Por qué? ¿Por qué? Son las preguntas que después de tanto tiempo los familiares de estas víctimas no han podido resolver. Y la incertidumbre sigue latente, jugando con el deseo de madres, esposas e hijos. 

“Si la paz se convierte en realidad sería algo maravilloso. Pero lo más importante es que nos digan la verdad. Por qué los mataron de esa manera tan salvaje, como animales. Había sangre por todos lados. Horrible. En las audiencias de Justicia y Paz nadie dice nada. Dicen, ‘yo entré pero no disparé, yo me quedé en la puerta vigilando, yo coordinaba la grupo (…)’. Por eso dije una vez: ‘Ahora resulta que todos son hermanitos de la caridad y ninguno disparó, se mataron solos’”, dijo Aleida Puentes Vargas. 

Las heridas siguen abiertas. “Yo me enfermé. Me decían que me calmara, que comiera, que me repusiera (…) Un día soñé con él. Me mostraba las heridas y me decía mamá, no llore más, no se preocupe que ya estoy sanando, sólo me falta un poquito para sanar del todo. Desperté riéndome”, pero Edelmira Lozada Ramírez todavía llora cuando lo cuenta.

Deuda

Daniel Felipe Ortiz, de 17 años, tampoco ha podido superar la ausencia de su padre. Cuando mataron a Moisés Ortiz, Daniel solo tenía 7. “Físicamente me acuerdo muy poco de él. Pero recuerdo que éramos una familia muy unida”.

A él, la guerra le dejó una deuda que jamás le podrán saldar. “Yo me pregunto cómo sería mi vida si mi padre hubiese estado a mi lado todo este tiempo porque yo creo que el hombre se comienza a hacer desde la familia y entonces si llega a ser persona”, comenta Daniel. 

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Dice que le quedaron muchos momentos por compartir con él. “Con su muerte me negaron tantas cosas. Cuando yo entrenaba fútbol, me daba tristeza ver que todos los niños iban acompañados de sus padres y yo no iba con nadie, porque cuando mataron a mi papá, a mi madre le tocó salir a trabajar y pasaba ocupada”, continúa Daniel. 

“Josefina, dame un beso. Josefina, si me das los 2.000 pesos que te regalaron no te vuelvo a decir Josefina. Ya me voy, dame un beso. Josefina, cuando yo vuelva si me das los 2.000 no te vuelvo a decir así. Chao Josefina”, fueron las últimas palabras que le dijo Héctor Iván Tovar a María José y por las que se ganó el regaño de Aleida Puentes Vargas, su esposa.

*Este texto se realizó en el marco del cuarto foro regional "Víctimas, paz y posconflicto", organizado por la Comisión de Víctimas del Senado.