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Asociación de Negros del Río Yurumanguí: cultivadores de esperanza

La asociación agrupa a 13 aldeas que ocupan 54.000 hectáreas a lo largo del río. Con el lema “El territorio es vida y no hay vida sin territorio” defiende su espacio ancestral y espiritual, donde ellos y sus antepasados han vivido por cientos de años.

14 de octubre de 2017

Superaron la masacre que sufrió su pueblo en 2001 a manos de los paramilitares; se sobrepusieron al desplazamiento y a la ausencia del Estado; se mantienen unidos a pesar de la amenaza constante de los actores armados que quieren invadir sus tierras para robarles el oro o sembrar coca. En medio de este escenario complejo y peligroso, la Asociación de Negros del Río Yurumanguí, en Buenaventura, ofrece un ejemplo de paz y perdón. Se trata de una organización que, basada en sus tradiciones comunales, representa la defensa colectiva de sus derechos y costumbres sin recurrir a las armas o la violencia.

La asociación agrupa a 13 aldeas que ocupan 54.000 hectáreas a lo largo del río. Con el lema “El territorio es vida y no hay vida sin territorio” defiende su espacio ancestral y espiritual, donde ellos y sus antepasados han vivido por cientos de años. Su fuerza radica en el trabajo colectivo. Mancomunadamente pescan, extraen oro de manera tradicional y cultivan plátano, yuca, maíz y otros productos de pancoger. Sin abandonar estas labores diarias, algunos se dedican a enseñar, a curar, a hacer música para asegurar la transmisión de sus tradiciones.

Su unidad y vida comunitaria les permiten satisfacer sus necesidades y han impedido que los miembros de las aldeas caigan en la tentación del narcotráfico, de la minería y, en últimas, de la violencia que hace 20 años casi los arrasa. En 2001, los paramilitares masacraron a 7 personas y desplazaron a miles más, los despojaron de sus tierras y de su río. Pese al dolor, ellos no perdieron su sonrisa, su alegría y su esperanza, y decidieron colectivamente seguir adelante y sacar por medios pacíficos a los violentos de sus territorios ancestrales. Hace una década, erradicaron manualmente 25 hectáreas de coca que foráneos habían sembrado, y con ese acto autónomo le dijeron al país que la ilegalidad no es el camino.

Hoy la comunidad promueve en sus jóvenes el amor por la tierra, por el río y por sus tradiciones. Ellos saben que mantener los lazos comunales, el trabajo colectivo y sus costumbres es la única manera de sobrevivir y evitar que su pasado triste y violento regrese. Pese a las dificultades y al abandono de un Estado que sienten lejano, continúan trabando en iniciativas para fortalecer a su comunidad. En la actualidad, gracias al apoyo de personas que ven en ellos un ejemplo de liderazgo, buscan financiar proyectos productivos por medio del crowdfunding.