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SEGURIDAD

Muerte a la baja

Pese a que Cali continúa siendo la capital más violenta del país parece consolidarse la reducción del número de homicidios. ¿Qué están haciendo para lograrlo?

19 de junio de 2005

El ingreso de una patrulla de la policía al Distrito de Aguablanca era visto por la gente como una inminente señal de peligro. La religiosa Alba Barreto, directora de la Fundación Paz y Bien, quien lleva trabajando más de 20 años en Aguablanca, confirma la sensación de la comunidad, "muchas veces tuve que enfrentarme con agentes de policía porque se querían llevar a los muchachos de la Fundación". La explicación de los policías era siempre la misma: buscamos los sospechosos de un robo, un homicidio o simplemente, estaban parados en una esquina y los vecinos se quejaron. Datos imposibles de corroborar. Aguablanca es un populoso sector de Cali, la ciudad más violenta del país, que comprende 38 barrios y algunas invasiones. Es el más grande foco de homicidios y por eso la represión policial se ha sentido con más fuerza en sus calles que en el resto de la ciudad.

Cali ha enfrentado durante la última década una curva constante de 90 muertos por cada 100 mil habitantes, que sumada a los 2190 homicidios ocurridos en el 2004, la han posicionado como la ciudad más violenta del país. De esos homicidios Aguablanca ha puesto en promedio el 70 por ciento.

Pero esta percepción viene cambiando de la mano con una nueva estrategia policial para enfrentar la inseguridad. Por eso el pasado jueves una inusual ceremonia sorprendió a los caleños que transitaban por el paseo Bolívar: 410 agentes de la policía metropolitana, tirados en el piso y cubiertos con mantas blancas, rendían homenaje a la reducción del mismo número de homicidios en lo que va corrido del año. El comandante de la policía Metropolitana, Jesús Antonio Gómez, dijo a SEMANA que el éxito alcanzado en estos seis meses se debe, en gran medida, al acercamiento que ha tenido la institución con los ciudadanos, "cambiamos el concepto de represión por el de acompañamiento", señaló Gómez.

Parte fundamental de los cambios han sido las jornadas lúdicas, deportivas y de reflexión que ahora promueven los agentes de la metropolitana por toda la ciudad. Pero más allá de los partidos de fútbol entre policías y pandilleros, la estrategia más eficaz ha sido la implementación de una cátedra conocida como Escuela de Seguridad Ciudadana. Según el Capitán Barrera, quien tiene a su cargo el proyecto, "con ella se busca sensibilizar a la comunidad para que mejore su convivencia diaria, para que aprenda a auto regularse, para que sea una comunidad proactiva e integrada con la policía". Además, la policía Metropolitana emprendió una campaña de lucha contra la corrupción interna, flagelo que llevó gran desprestigio a la institución.

Pero no todo ha sido zanahoria. Para el secretario de gobierno, Miguel Yusty, los buenos resultados se deben a "un fortalecimiento institucional que pone de manifiesto la decisión de la administración municipal por disminuir el delito". Esta actitud se expresa en la firmeza y la continuidad que se le ha dado a políticas de control como la ley seca permanente, la prohibición del parrillero en motos de más de 100 centímetros cúbicos y el toque de queda a las 11 de la noche para los menores de edad.

Según las cifras del Instituto de Investigación y Desarrollo en Prevención de la Violencia, Cisalva, Cali tiene un promedio de 26,2 homicidios por cada 100 mil habitantes entre enero y mayo de 2005, lo que significa un 35 por ciento menos que durante en el mismo período del año anterior. Este índice la acerca a las cifras alcanzadas por Bogotá, que está alrededor de los 23 por cada 100 mil habitantes, y es modelo en la reducción de homicidios a nivel nacional.

Un tema neurálgico para la seguridad de los caleños tiene que ver con la influencia del narcotráfico en la dinámica de los homicidios. Se calcula que el año pasado, la guerra desatada entre dos facciones del cartel del norte del Valle, incrementó las cifras en un 30 por ciento. Esta situación también a cambiado durante los primeros meses del 2005, como lo señalan los estudios de Cisalva, "la violencia instrumental como el sicariato ha tenido una reducción importante", señaló Rafael Espinosa, subdirector de la entidad. Existen versiones que indican que los carteles de la droga han firmado un pacto de no agresión en la ciudad. Aunque el asesinato el lunes de la semana pasada de Mauricio Idárraga, sobrino de Miguel y Gilberto Rodríguez, siembra las dudas sobre una posible serie de venganzas.

A diferencia de otras ciudades, donde la pacificación es producto de la buena voluntad de grupos armados al margen de la ley o grandes capos, en el caso de Cali la reducción de la criminalidad se debe a las múltiples acciones realizadas en conjunto entre la fuerza pública y la administración municipal, o sea, a la recuperación de la presencia del Estado.

Sin embargo, los caleños aún no pueden cantar victoria, deberán redoblar esfuerzos para sostener esta mejoría y que al final de año no repitan el deshonroso titulo de ser la capital más violenta del país.