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Campesinos que huyeron de la zona se congregan en la plaza. | Foto: AP

VIOLENCIA

Muerte en Santa Rosa de Osos

La masacre de la finca La Española debe poner a pensar al país: el crimen organizado está matando campesinos usando los métodos más degradados del conflicto armado.

10 de noviembre de 2012

Los días de las sangrientas masacres parecían haber quedado en el pasado de Antioquia. Pero el miércoles, una dantesca escena recordó el terror. Antes del anochecer, tres hombres entraron a la finca La Española, en Santa Rosa de Osos y reunieron a 11 trabajadores que recogían la cosecha de tomate de árbol. Les preguntaron si el dueño de la finca ya había pagado vacuna y como no lo había hecho, los fusilaron y les arrojaron después una granada. Murieron diez hombres y una mujer. El único sobreviviente quedó herido y, pese a su gravedad, contó lo que pasó.

Santa Rosa de Osos es un pueblo que había logrado mantener la calma, a pesar de que en los pueblos vecinos los Rastrojos están en guerra contra sus enemigos, los Urabeños. Desde comienzos del año pasado, empezó a circular el rumor de que iban a empezar las 'vacunas'. Y, efectivamente, llegaron los cobros y, tras ellos, las amenazas para quienes no pagaran, y los homicidios. Solo este año diez personas han sido asesinadas.

Esta inusual violencia, sumada a la presencia de los hombres de las llamadas bandas criminales, hizo que la Defensoría del Pueblo alertara, apenas una semana atrás, que algo grave podía pasar en los municipios del norte de Antioquia. Además, al parecer, uno de los muertos había denunciado la extorsión y las amenazas. Pero nada impidió el atroz desenlace.

La fuerza pública dice que ha capturado a 17 integrantes de los Rastrojos en esa región antioqueña. Uno de ellos era un hombre fuerte, alias Jorge 18, y se teme que la masacre haya sido en venganza, no solo por no pagar la extorsión, sino porque alguien debió suministrar información que llevara a esas capturas.

Lo que está en juego no es poco. En el norte de Antioquia queda el Nudo de Paramillo, un territorio codiciado por los grupos ilegales por los cultivos ilícitos y por la conexión que tiene con la costa norte, Urabá y el centro del país. En los últimos tiempos, el interés por la zona tiene un ingrediente adicional: la minería, la nueva 'gallina de los huevos de oro', de la que se están aprovechando los grupos armados, posparamilitares y de izquierda, en el noreste de Antioquia y el Magdalena Medio. El control de explotaciones mineras supone, además, el control territorial, que se pelea a sangre y fuego.

Además del horror que representa asesinar a diez campesinos a punta de granada y tiros de fusil, esta masacre tiene elementos que deben llevar a las autoridades y a la sociedad a reflexionar en torno a dónde está evolucionando la situación en el país. Si se confirman estas hipótesis iniciales de que los autores serían una de las llamadas bandas criminales y la extorsión un posible móvil, el cuadro que resulta es inquietante. Este no es un acto demencial del conflicto armado. Es el crimen organizado incorporando a su accionar los métodos más degradados de la guerra.

En caso de una eventual terminación del conflicto con las guerrillas en Colombia, uno de los escenarios posibles del posconflicto podría ser este tipo de violencia contra la población civil, protagonizada por grupos que ponen a su servicio a excombatientes que no se reintegren o reincidan y que traen de sus antiguas organizaciones la disciplina y los métodos de combate, como ha ocurrido con muchos mandos medios paramilitares que se reciclaron en los nuevos grupos que sucedieron a las AUC, solo que al servicio exclusivo del narcotráfico o el crimen organizado.

Nadie pensó en El Salvador, cuando se acabó la guerra, que a la vuelta de una década tendrían a las maras y una tasa de homicidios más alta que en los tiempos más álgidos de la confrontación entre el gobierno y el FMLN. Aquí, en Colombia, una masacre como esta, que hace mucho no tenía lugar, debe encender las alarmas. Que aun antes de que se haya acabado el conflicto armado haya grupos de crimen organizado capaces de cometer una masacre como la de Santa Rosa de Osos, es un ominoso anuncio de las formas de violencia que pueden apoderarse de regiones enteras en el posconflicto. Más que un retorno al pasado, es un macabro anuncio de lo que puede ser el futuro.