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Muerte de un temerario

Los bomberos de Medellín perdieron a su mejor rescatista subacuático. Se ahogó cuando buscaba el cadáver de una mujer. Murió en su ley.

13 de junio de 2004

Después de 27 años en los bomberos de Medellín y 20 años de haber aprendido a bucear y tener en su larga lista de operaciones 130 rescates exitosos bajo el agua, Carlos Iván Aguirre esperaba jubilarse para poder comprar un equipo propio e irse a gozar el mar de vez en cuando.

Esa modestia y ese desprendimiento caracterizaron el invaluable servicio que le prestaba a la ciudad y al departamento de Antioquia como instructor y como el más temerario de los hombres de su institución para salvar vidas y recuperar los cuerpos de personas accidentadas en ríos, lagos y represas.

"Sólo tenía un traje, sencillo, con las mangas recortadas en sisa, como le gustaban. Cuando veían a un buzo con ese estilo, decían: ese es el Cóndor". Así lo llamaban los amigos y los niños que jugaban en las estaciones de bomberos que recorrió, recuerda su hermano Walter.

La mañana del sábado 5 de mayo, Aguirre llegó a los bajos del puente Horacio Toro, en el norte de la ciudad y se hundió en las aguas oscuras y llenas de trampas del río Medellín, en donde se vierten los residuos del sistema de alcantarillado y el torrente de medio centenar de afluentes. Iba en busca del cuerpo de Clara Patricia Callejas, una mujer de 37 años que cayó en una de las quebradas que desembocan en el Medellín.

A las 11 y 30 de la mañana aquel bombero experto y querido había desaparecido mientras que desde las orillas sus compañeros, desesperados, comenzaban a rastrearlo infructuosamente, en medio de las miradas de un centenar de curiosos que durante cinco días, sin falta, se agolparon a esperar que Aguirre y la mujer que buscaba aparecieran.

Pero el miércoles 9 de junio, en la noche, los mineros de un corregimiento del municipio de Yolombó, en el noreste de Antioquia, hallaron un cadáver envuelto en un traje ajado por el golpeteo de las aguas y las rocas. A 140 kilómetros del lugar donde se hundió por última vez, apareció la humanidad deshecha del Cóndor.

"Él no soportaba que alguien llegara a las estaciones de bomberos a decir que le ayudaran a encontrar el cadáver de un familiar. Eso lo atormentaba y, de inmediato, respondía: 'no se preocupe, que yo lo voy a encontrar", destaca su hermano.

El jueves en la tarde y el viernes en la mañana una caravana de bomberos llegada de todos los rincones de Medellín y de sus municipios vecinos acompañó por las calles el cuerpo de Carlos Iván rumbo a su tumba. Era apenas el gesto lógico y espontáneo de sus compañeros y de una ciudad por los que él se entregó sin medidas, sin esperar nada a cambio, ni siquiera un elegante traje de buceo. Su amor por la comunidad y su arrojo le bastaron.