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Murió en Palacio

Esta es la historia de Josefina Cristo Ivanov, la gitana que dedicó su vida a su pueblo y la perdió inesperadamente mientras hablaba en su nombre en el Palacio de Nariño.

2 de febrero de 2004

Josefina Cristo Ivanov no leía la suerte o la buenaventura en las líneas de la mano como lo hicieron sus antepasadas europeas y como lo hacen aún algunas gitanas. Es probable que nunca lo haya hecho porque en plena adolescencia se dejó seducir por la palabra divina que predicaban misioneros evangélicos gadye, el término con el que en su lengua se designa a los que no son gitanos. Por su intermedio se convirtió al protestantismo y supo que la Biblia prohíbe cualquier intento de escudriñar el futuro.

Si Josefina no leyó manos ajenas es probable que nunca haya mirado la palma de la suya con esa intención o que le haya permitido hacerlo a alguna gitana de su familia. Por eso es imposible saber ahora cómo era su línea de la vida y si en esa geometría caprichosa podía entreverse el destino que le aguardaba a los 48 años. Morir en forma fulminante en el Palacio de Nariño, como consecuencia de un infarto múltiple, durante una visita al presidente Alvaro Uribe, al que alcanzó a bendecir antes de perder el conocimiento. "Dios permitió que ella muriera allá por la causa común de los gitanos", dice su hermana Marta.

Esta muerte inesperada le aseguró a Josefina un lugar en la historia oral de los rom, como se llaman a sí mismos los 5.000 gitanos que se calcula viven en Colombia. Sin embargo ella, aun sin este epílogo trágico, ya había hecho méritos para ocupar un espacio en la memoria de su pueblo, del que llegó a ser una especie de guía espiritual. Su historia personal sintetiza la de la mayoría de los gitanos colombianos de hoy.

Trashumantes

Los padres de Josefina llegaron a Colombia, por diferentes caminos, en las primeras décadas del siglo XX y se integraron con los descendientes de los rom que habían estado trashumando por América del Sur desde la época de la colonia. El era griego y ella, rusa. En esta esquina del continente se conocieron, se casaron y tuvieron seis hijos, tres hombres y tres mujeres. Josefina fue la segunda de todos. Nació en Calarcá, en uno de las tantos recorridos familiares por la geografía colombiana, y murió sin haber pisado sus calles. Durante su vida conoció muchos lugares y países pero nunca volvió al rincón del Eje Cafetero en el que vino al mundo.

La principal característica del pueblo gitano es su movilidad permanente. Desde que empezaron a salir del norte de la India, su casi seguro lugar de origen, en el siglo IX, no han parado de viajar. Del subcontinente pasaron a Armenia, Persia, Palestina, el sur de Turquía y Grecia. A Europa llegaron en el siglo XIV y desde ahí se extendieron al resto del mundo. Hoy son una comunidad de 16 millones de personas, cuatro millones de los cuales viven en América.

Fiel a esta tradición la familia Cristo Ivanov llevaba una vida nómada cuyo sustento era la venta de pailas de cobre y fondos de aluminio. El señor Cristo trabajaba en la forja de metales, uno de los dos oficios, junto con el de comercialización de caballos, en el que se especializaron los gitanos del país. En estos ires y venires, Josefina sólo pudo estudiar primaria, como la mayoría de los integrantes del pueblo rom. Este conocimiento básico les permite leer y escribir lo necesario en castellano para comunicarse con los gadye, porque entre ellos la mayor parte del tiempo conversan en romanó, su idioma universal. Una lengua noríndica cuyo vocabulario y gramática están emparentados con el sánscrito.

Josefina no parecía tener muchas perspectivas diferentes a casarse y tener hijos en una sociedad tan cerrada y tradicional como la de los gitanos. No obstante, se forjó un camino diferente por la fe. Desde que se convirtió al cristianismo se entregó en cuerpo y alma a Dios. Marta dice que nunca tuvo novio y que murió virgen. Siempre colaboró con algunas iglesias y hace más o menos 10 años se volvió pastora y se dedicó a predicar en romanó. Carlos Moreno, un pastor de la Misión Panamericana que la conoció desde esa época, dice que Josefina era "una mujer santa, ejemplar, incansable y fiel a Dios". Ni siquiera un cáncer de seno, del que se recuperó con quimioterapia, logró restarle fuerzas a su obra.

Josefina oraba por su pueblo, visitaba a los enfermos y predicaba entre las kumpania (en romanó, la comunidad de gitanos que viven en el mismo territorio) de Colombia. Ella visitó a los gitanos de Girón (los más tradicionales del país), a los de Cúcuta (los más numerosos) y el impulso le alcanzó para llegar hasta sus hermanos en Rubio, Venezuela. En Bucaramanga y Cúcuta dejó iglesias establecidas. Todo este esfuerzo tuvo reconocimiento en el exterior, y pastores gitanos de otros países reconocieron la valía de su trabajo. En 2000, Josefina viajó a Buenos Aires, Argentina, donde vive una comunidad gitana de 300.000 personas de origen ruso, rumano y español. Tras ella partieron 120 personas de la kumpania de Bogotá en busca de mejores horizontes y fortuna.

En el país austral, Josefina predicó entre los rom de Buenos Aires, los de Campana, a 75 kilómetros de la capital, y en Mar del Plata. Su sobrina Sandra, su asistente en el culto, cuenta que fue allí donde un pastor que estaba orando por ella le dijo a Josefina que Dios quería que regresara a Colombia porque tenía una misión que cumplir. La pastora cumplió una vez más y tras ella volvieron los miembros de su grey. Pasó sus últimos años tratando de volver a levantar su iglesia gitana y, según el pastor Moreno, buscando la forma de sobrevivir con su familia porque la situación económica no era buena.

En esas estaba cuando en enero la nombraron representante de la kumpania de Bogotá en el consejo directivo de la organización que los agrupa en el país y la invitaron al Palacio de Nariño. El día 23, en la tarde, el presidente Alvaro Uribe la recibió a ella y a una comitiva de 40 personas en el salón del consejo de ministros. Primero habló Ana Dalila Gómez Baos, la única rom profesional en Colombia, que le expuso a Uribe las necesidades más urgentes de su pueblo. Luego intervino Josefina. Se puso de pie a uno de los costados de la mesa de 20 metros de largo en la que sesionan los ministros y dejó oír su voz, a la que imprimió la misma calidez de los colores del Cóndor de los Andes, el cuadro de Alejandro Obregón que preside el salón. Dalila dice que "habló muy bonito".

La pastora le dijo a Uribe que oraba por él constantemente, lo bendijo y le reiteró algunas de las cosas que requería su pueblo. El Presidente la interrumpió para decirle a uno de sus acompañantes que tomara nota de algo y cuando Josefina iba a continuar, dijo que se sentía mal, se sentó y luego se desmayó. En cuestión de segundos se armó un revuelo de gitanos y gadye. Josefina Cristo Ivanov murió poco después, cuando era trasladada al Hospital Militar. Su misión la llevó hasta Palacio para hablar de su pueblo y allí se encontró con su destino, el mismo que tal vez estaba escrito en la palma de su mano pero que nunca quiso ver, abrasada como estaba por la fe en Cristo y convencida de que había que seguir los caminos del Señor por misteriosos que fueran.