Home

Nación

Artículo

V I O L E N C I A

“No nos callarán”

El crimen del subdirector de ‘La Patria’, crítico acérrimo de la clase política local, desató la indignación nacional.

26 de febrero de 2002

En las naves de la inmensa catedral de Manizales no cabía un cristiano más. Parecía como si cada uno de los lectores de la columna dominical ‘Punto de encuentro’ se hubiera acercado al templo para darle el último adiós a Orlando Sierra Hernández, el subdirector del periódico La Patria, que había muerto a los 43 años como consecuencia de los dos disparos que le propinó a quemarropa Luis Fernando Soto, el sicario de 25 años contratado para matarlo.

Después de la comunión y de unas palabras de Nicolás Restrepo, director del diario, el alcalde, Germán Cardona Gutiérrez, se dirigió a los apesadumbrados asistentes. El eco de lo que dijo el mandatario ese sábado 2 de febrero, antes de que el párroco Alberto Jaramillo diera la bendición final a la misa, aún retumba en los oídos de los manizaleños: “A Orlando no lo mataron por escribir poemas, no lo mataron por ser humanista y buen ciudadano. A Orlando lo mataron por pensar y decir las cosas con valentía”. Cardona remató con una invitación a la inmensa mayoría de los caldenses: “Se llegó el momento, sin más contemplaciones ni excusas, de dejar de ser complacientes, contemporizadores y cobardes ante aquellos que no quieren esta sociedad y que sólo buscan de ella su lucro personal”.

Después de la ceremonia religiosa los redactores del periódico marcharon con el ataúd que contenía el cadáver de Orlando, en un silencio sepulcral, desde la Plaza de Bolívar hasta la Plaza Fundadores, precedidos por una pancarta en la que se leía: “No nos callarán”. Y eso es exactamente lo que ha ocurrido. Quienes ordenaron la muerte del periodista no midieron las consecuencias que iba tener este acto brutal y la reacción que iba a provocar en la capital caldense. La semana pasada todos los actos en conmemoración del día del periodista fueron cancelados porque no había nada que celebrar, pero se anunció que su columna continuará siendo publicada y que la Universidad de Manizales creará una cátedra con su nombre. El miércoles hubo un minuto de silencio en su honor antes de comenzar el partido de fútbol en que se enfrentaron el Once Caldas y el Flamengo de Brasil por la Copa Libertadores. El colofón de todos estos actos tuvo lugar el viernes, con una marcha de más de 7.000 personas vestidas de blanco que llevaban velas encendidas, y el rezo de un rosario en memoria del columnista. Octavio Arbeláez, director del Festival Latinoamericano de Teatro de Manizales, describió para la BBC el ambiente que siguió al crimen del periodista: “La ciudad fue sacudida por un espasmo de dolor y reaccionó soltando al aire un enorme signo de interrogación que fue respondido por un dedo acusador dirigido hacia quienes, por una u otra razón, podían interesarse en el silencio de los inocentes”.

Las autoridades todavía no tienen ningún indicio sobre el autor o autores intelectuales del crimen de Orlando. Soto, su asesino, fue capturado el mismo día del crimen por la Policía junto con el arma homicida, un revólver con cuatro balas calibre 32 y dos casquillos 7.65 en el tambor. Este tipo de munición se usa en pistolas, por eso tiene un revestimiento especial que permite más penetración y causa mayores destrozos, y es compatible con el arma que disparó el homicida, quien dio positivo en la prueba de absorción atómica. Los casquillos correspondían a los dos tiros que recibió Orlando: uno en el cuello, que le destrozó la carótida, y otro en la cabeza, que hizo lo propio con el cerebro. El proceso del periodista fue trasladado a Bogotá y quedó en manos de la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía. Esta entidad tuvo acceso a informes de inteligencia de organismos estatales que sugerían vínculos entre figuras de la política local caldense con una banda de sicarios, con sede en la galería de Manizales, a la cual presuntamente pertenecería Soto. Sin embargo el fiscal que lleva el caso ha mostrado cautela frente a esta información porque considera que no hay pruebas contundentes que permitan avalar en forma plena esta hipótesis. Por ahora van a concentrarse en la revisión de los escritos y las columnas de años recientes del periodista con el fin de encontrar pistas sobre el asesinato.

Dedo en la llaga

Orlando ingresó a La Patria como redactor cultural, su trabajo lo catapultó hasta la jefatura de redacción y Luis José Restrepo, el anterior director del diario y actual gerente de la licorera departamental, lo nombró subdirector. A comienzos de los 90 comenzó a aparecer su columna ‘Punto de encuentro’, en la que escribió siempre con humor, inteligencia y sin ambages, desde la urgencia que sentía porque inventaran el chicharrón dietético hasta la doble moral que tenían los caciques políticos de Caldas. Era frentero, mordaz, toda una piedra en el zapato porque en más de una ocasión puso el dedo en la llaga y con sus denuncias pisó más de un callo. Su estilo quedó sintetizado en una de sus frases: “Que a otros quepa lamer ladrillos, echar responsos, decir mentiras; acá no va esa mercancía”. Su columna se convirtió en la más leída de todo el departamento y Orlando, según un caldense que conoció su trabajo, “en el canalizador de las inquietudes de las personas que no podían hablar. El estaba muy bien informado de todas las prácticas corruptas de la politiquería local que la gente no sabía cómo denunciar o que no podían ser probadas”.

El blanco constante de sus denuncias fue el grupo que en Caldas es conocido como ‘La Coalición’. Esta es una versión regional del Frente Nacional en la que dos barones electorales, el liberal Víctor Renán Barco y el conservador Omar Yepes, establecieron una alianza que les permite dominar a sus anchas la política local. “En Caldas no se mueve una hoja sin su visto bueno. Su dominio es lo más parecido que hay a un feudo medieval”, dice un conocedor de los entresijos del poder en esta zona. Orlando siempre se fue pluma en ristre contra estos dos gamonales. A propósito del caso que terminó con la pérdida de la investidura de Luis Alfonso Hoyos escribió sobre aquéllos: “De pronto dejaron de ser los corruptos comarcanos, los manipuladores del pueblo, para aparecer en la gran prensa; no propiamente por sus virtudes legislativas, sino por sus aberraciones políticas”. Pero aunque sus dardos casi siempre se dirigieron a la cabeza de ‘La Coalición’, también tuvo palabras y coraje de sobra para señalar a Arturo Yepes (de quien escribió “¿Por qué será que este chico nació químicamente malo?”) y a Ferney Tapasco de ser los cargaladrillos, los tentáculos del pulpo en Manizales, pero no por eso menos poderosos.

A estos dos últimos se dirigió el martes de la semana pasada el columnista Flavio Restrepo para preguntarles en su texto: “¿Saben ustedes por casualidad quién en este departamento tiene poder político-sicarial para matar al contradictor?”. Luego les solicitó con ironía: “Acudo a ustedes, para que con su poder que ha servido siempre para mantener de rodillas a la gente, sirva para proteger la vida de las personas que viven en este terruño. ¿Quiénes como ustedes podrían defendernos?”. La tesis de Restrepo de que “el poder político-sicarial” fue el que mató a Orlando hizo carrera sin ningún esfuerzo en Manizales.

Falta ver qué descubren las autoridades que investigan el caso. No sería digno de Sierra ir señalando culpables sin tener pruebas. Descubrir la verdad sería el mejor homenaje que podía recibir Orlando, a quien días antes de su muerte, a la salida de un almuerzo en el Club Manizales, unos dirigentes empresariales le propusieron que postulara su nombre en las próximas elecciones para la alcaldía. Ese día hasta eslogan le propusieron para su eventual campaña. Orlando se sintió halagado con el ofrecimiento pero no aceptó. Quería seguir con su vida de siempre: leyendo los dos o tres libros que cargaba en su maleta de cuero café, almorzando en la casa de doña Gabriela, escribiendo poemas en servilletas y papeles, montando en buseta para observar a la gente y esperando con paciencia, como escribió en alguna columna, estar al pie del cañón el día en que a ‘La Coalición’ le saliera el tiro por la culata.