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NOCHES DE CARTAGENA

Detenido en la capital de Bolívar el legendario Gonzalo Carreño, después de mantener secuestrado un jet de Avianca.

27 de junio de 1988

En realidad, eran pocos los cargos que hacían falta en la nutrida hoja de vida de Gonzalo Carreño Nieto. Ya había sido acusado de asesinato, cuando se le vinculó con la muerte de su cuñado Jaime Padilla Convers. Nueve años después del hecho, y tras uno de los procesos más sonados en la historia jurídica del país, fue absuelto. Pero, si antes de su estadía en cárceles como La Picota o La Modelo se dudaba que estuviera loco, o por lo menos desadaptado, los hechos que han rodeado el resto de su historia no dejan duda.
En un libro que publicó poco después de que fuera absuelto por la muerte de Padilla, que tituló "Mi caso", Carreño no dejaba sombras sobre el futuro que le esperaba: "La cárcel había hecho estragos y me había causado lesiones incurables en lo más íntimo de mi personalidad. Me sentí resentido y experimenté la horrible sensación de haber estado preso... comencé a desear íntimamente que algún mafioso me tendiera su mano en esos momentos.... Por eso al salir me sentía un convaleciente sin fuerzas, deseando la amistad de seres poderosos que me revitalizaran, así fueran bandidos". Aunque al parecer nunca tuvo el apoyo de "una mano poderosa", lo que aprendió durante su cautiverio, sumado a una gran imaginación, le sirvió para continuar mojando página roja en los periódicos nacionales hasta que, el pasado 23 de mayo, protagonizó uno de los secuestros aéreos más extraños de la historia de la aviación colombiana.
Ese día, a las 7 y 45 de la mañana, debía partir de Medellín hacia Bogotá el que se conoce como el vuelo "de las personalidades", ya que en él se embarcan ministros, altos ejecutivos y magistrados que trabajan durante toda la semana en Bogotá y van a pasar el fin de semana en Medellín, en compañía de sus familias. El vuelo del Boeing 727-100, HK-1400, tuvo una demora de algunos minutos y se inició a las 7 y 55. A 10 minutos del despegue, una azafata ingresó a la cabina de mando con un papel en el que se le informaba al comandante de la nave, capitán Luis Eduardo Gutiérrez, que el avión estaba secuestrado y que se dispusiera a seguir las órdenes del secuestrador, quien afirmaba no tener nada que perder. El capitán le hizo saber al extraño hombre de blue-jeans y camisa de manga corta, que podía entrar en la cabina. Ninguno de los miembros de la tripulación reconoció la cara de Carreño Nieto, quien sacó de un pequeño morral que llevaba en el hombro, una granada -que luego resultó ser de mentira- y amenazó con activarla si no se cumplían sus demandas. Su primera orden fue la de regresar a Medellín, en donde dejó en libertad a los 131 pasajeros. Este fue el primer hecho confuso de la odisea, pues es muy raro que un secuestrador acceda de entrada a soltar a sus rehenes, su botín más preciado. Los pasajeros, que ya estaban enterados de lo que pasaba, descendieron afanosamente del avión, que de inmediato cerró sus puertas. Carreño se hizo pasar por un enfermo incurable, que sólo esperaba morir tranquilo en Panamá, hacia donde partió la nave minutos después.
A todas estas, surgió la demanda de 100 mil dólares que el aeropirata exigía para soltar la nave. Tanto el capitán Gutiérrez como su copiloto Mauricio Klotz, decidieron obedecer las órdenes de Carreño quien, fuera de la granada que exhibía, amenazaba con una pistola que decía llevar en el morral que tenía en el hombro. Como lo afirmara el piloto de la nave poco después de aterrizar en Cartagena, "si no es por la granada, que habría causado una gran tragedia en caso de estallar, nosotros lo hubiéramos dominado aún cuando estuviera armado de una pistola. Habría sido sencillo tomarlo por sorpresa y desarmarlo". Y no habría sido la primera vez que a Gonzalo Carreño lo cogen por sorpresa y lo desarman. El 20 de febrero de 1981, en compañía de su amiga Margarita Peralta, con máscaras y pistolas de juguete, entró a la casa de Juan Pizano de Brigard, en Bogotá, con la intención de atracarla. De Brigard, aprovechando un momento de descuido, de un certero golpe lo desarmó y lo redujo a la impotencia mientras su hija llamaba a la policía. Esa vez, gracias a un sobreseimiento temporal, salió libre y aseguró que se establecería en la isla de Providencia.
El lunes pasado, el Carreño secuestrador cambió a Providencia por Panamá, a donde llegó en el avión de Avianca hacia las 10:30 de la mañana, y en donde quedó en claro que no sabía muy bien lo que hacía. En las conversaciones que sostuvo con las autoridades a través de la tripulación, pidió que fuera el gobierno panameño el que le cancelara los 100 mil dólares. Pacientemente, los negociadores le hicieron saber que la situación del país no estaba como para esos tratos y él, muy comprensivo, lo entendió. Fue entonces cuando volvió a exigirle a la compañía aérea que ella le entregara la suma de dinero. Se le hizo saber que en la oficina de Avianca en Panamá no había tal cantidad de dinero, y que sólo en Aruba la podían conseguir. Con 40 mil libras de combustible, el avión partió hacia Aruba.
Las cosas en el aeropuerto de Aruba no fueron sencillas. Un cerrado cordón policial, el continuo movimiento de hombres de seguridad y la firme decisión de los isleños de no ceder a las demandas del secuestrador, le hicieron vivir a la tripulación los momentos más tensos de la aventura. Carreño comenzó a mostrarse muy nervioso y en algún momento hizo el ademán de retirarle el seguro a la granada que llevaba en la mano. Otra vez, esta actitud, coincidía con sus fechorías anteriores. En 1983, cuando quizo extorsionar a una cadena de supermercados, amenazó con envenenar los alimentos que se distribuían al público si no se cumplían sus demandas. Como las cosas se hicieron dificiles, Carreño envió a las oficinas del supermercado algunas frutas inyectadas con supuestos venenos, que los exámenes de laboratorio identificaron como simple anilina. Esa vez, "el plante" le costó varios años en la cárcel de La Mesa, ya que el F-2 le tendió una trampa y lo apresó.
Ante la negativa de las autoridades de Aruba a ceder en ningún campo, Carreño nuevamente debió improvisar. Habló de ir a Cuba y posteriormente a la India pero, ante la posibilidad de caer al mar por falta de combustible antes de llegar a La Habana, los tripulantes se dieron a la tarea de hacerlo desistir. Como el avión no había apagado sus motores durante la escala en Aruba, era poco probable que el combustible alcanzara para llegar a la isla. Como lo expresó a SEMANA Mauricio Klotz, copiloto de la nave, "nosotros mismos le ayudamos a diseñar una estrategia luego de que le hicimos comprender que era poco probable que alcanzáramos a llegar a Cuba y que si lo hacíamos, no podría salir nunca de allí. Claro está que se trataba de un hombre conocedor de ciertos procedimientos de aeronavegación y, cuando se habló de ir a Cartagena, se mostró de acuerdo pues conocía muy bien el aeropuerto y la pista".
Finalmente partieron, supuestamente, con destino La Habana. Pero, en el interior de la nave todos sabían que se trataba de una especie de misión de comando por medio de la cual debían llegar sorpresivamente a Cartagena. "Hicimos un gran rodeo para alejarnos de los radares y, cuando todos esperaban que llegáramos a La Habana, tocamos tierra en Cartagena, para sorpresa de la gente de la torre de control que no nos esperaba", comentó Klotz. En este momento se presentó uno de los hechos más espectaculares de la aventura. En el momento en el que el avión se aproximaba a la pista, Carreño abandonó la cabina con la disculpa de ir a vigilar que nadie fuera a entrar en la nave. En el momento en que el 727 daba la vuelta en la cabecera de la pista para dirigirse a la rampa, los instrumentos dieron aviso de que la escalerilla trasera había sido abierta. Carreño, que seguramente por su convivencia con Margarita Peralta -antigua azafata de Aerocóndor y Aces- conocía el mecanismo de esa puerta, logró descender en el momento en el que la nave iba más despacio y se escondió en los manglares que rodean la pista. De manera que, cuando el avión se detuvo en el terminal, Gonzalo Carreño ya se había ido. Sin duda alguna, escogió una de las pistas más adecuadas para su escapatoria. Durante la estadía en Aruba, ya convencido de que no iba a conseguir que se cumplieran sus demandas de dinero, había pedido a la tripulación que lo dejara en una pista clandestina en la Costa Norte colombiana. Los pilotos le hicieron ver que era muy difícil encontrar una pista clandestina con la suficiente longitud para que el 727 pudiera aterrizar, por lo que, luego de pasar revista a las principales pistas colombianas, Carreño se decidió por la del aeropuerto Rafael Núñez.
Al día siguiente, cuando todo el mundo daba por hecho que el aeropirata se había logrado escapar y nunca se sabría su identidad, un destacamento de la Infantería de Marina encontró en la pantanosa zona a Gonzalo Carreño Nieto con la mochila que llevó durante el secuestro y con la granada con que mantuvo amedrentada a la tripulación, que resultó ser falsa. Era el mismo hombre, según lo informaron los tripulantes luego del reconocimiento y lo único que variaba era el bigote, que al parecer era postizo ya que ya que durante el secuestro y debido al calor tenía que cogérselo con la mano para que no se cayera.
Ahora, Carreño pasará algunos años más a la sombra, como epílogo de uno los casos más extraños de delincuencia que recuerde el país.