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Juan Manuel Santos fue el gran ganador de la jornada. Nunca antes, un partido con sólo cuatro meses de vida se había convertido en la primera fuerza poolítica del país.

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Operación triunfo

El presidente Álvaro Uribe fue el gran ganador de las elecciones, pero su victoria puede tener un coletazo negativo para el fortalecimiento de los partidos

11 de marzo de 2006

Cuando se discutió el proyecto que estableció la reelección presidencial inmediata en el Congreso, hace dos años, el debate se centró en torno a dos argumentos: la necesidad de mantener a un mandatario tan popular y eficaz como Uribe, esgrimido por los defensores de la reforma, y el costo institucional de cambiar la Constitución a favor del gobierno de turno, que fue la mayor bandera de los críticos. Las elecciones de este domingo indican que en ambos puntos de vista había algo de razón. Los votantes reiteraron su luna de miel con el presidente Uribe y le dieron una victoria política contundente, pero salieron a flote las consecuencias negativas del proceso sobre algunas de las formas más características de la democracia.

El triunfo del Presidente no tiene atenuantes. Sumadas las curules de los distintos partidos que apoyan la reelección, su fuerza en los próximos cuatro años alcanzará casi un 70 por ciento en el Senado. Funcionó el discurso de Uribe y de sus principales asesores en los días finales de la campaña, llamando a elegir un poder legislativo con sólidas mayorías gobiernistas. En el cada vez más probable segundo cuatrienio de Álvaro Uribe, el Presidente tendrá un margen de maniobra mucho más amplio que en el primero. En principio, contará con los instrumentos necesarios para sacar adelante sus proyectos.

Más allá del alto número de curules obtenidas, Uribe recibió muchas noticias agradables el domingo por la noche. La votación más alta para el Senado la obtuvo el más uribista de los uribistas: ‘la U’. El grupo cuyo núcleo estuvo formado por antiguos miembros del Partido Liberal, expulsados por apoyar el proyecto de reelección. Un partido, además, que se bautizó con un nombre que no dejara dudas sobre su cercanía con el Presidente. Y que no tuvo desacuerdos ni abrió frente al gobierno algunas distancias, a diferencia de Cambio Radical, la fuerza de Germán Vargas Lleras.

En el pulso entre los partidos tradicionales, el conservatismo, que con fidelidad y dedicación se ha mantenido en las toldas uribistas, sorprendió al alcanzar, venciendo todas las expectativas, un número de curules semejante al del Partido Liberal.
En general, los resultados de los comicios dejan muy claro que en la política colombiana actual estar con Uribe es mucho más rentable que asumir la oposición. Las caras largas del Partido Liberal y de ex uribistas como Rafael Pardo y Andrés González fueron las imágenes más elocuentes de esta realidad.

Uribe queda fortalecido para la competencia que se inicia ahora por la Presidencia. Su base política es descomunalmente sólida en todo el país. La campaña del Presidente no será como la de hace cuatro años, cuando tuvo que competir como una especie de llanero solitario sin apoyos ni organización. En cambio, sus rivales salieron debilitados de la jornada del domingo. Para Uribe era preferible que Horacio Serpa ganara la consulta liberal, porque le permite volver a plantearles a los electores un dilema, que lo favorece mucho, entre el pasado que se asocia con Serpa y la renovación que proyecta la imagen de Uribe. Serpa, además, quedó golpeado por una votación liberal inferior a las expectativas.

Por el lado de Antanas Mockus, una opción que se mencionaba como una posible sorpresa, también se produjeron noticias muy positivas para Uribe. Aunque el ex alcalde puede ser mucho más competitivo en la campaña presidencial que en la de Congreso, ni siquiera llegó al umbral. Un comienzo con pie izquierdo para los visionarios y sus confusos mensajes, que los obligará a repensar toda su estrategia política. La fortuna de Uribe se ilustra también por el hecho de que las pocas derrotas que hubo entre sus aliados corrieron por cuenta de los que menos se habían jugado por su proyecto político, como Enrique Peñalosa. Para bien o para mal, la conclusión de esta elección es que hacer política contra el rey Midas es muy difícil.

La otra cara de la victoria
La victoria del Presidente, sin embargo, tiene un costo en términos de desinstitucionalización. La personalización de la política y su concentración en una sola persona ha demostrado en otros países andinos que no es buena a la larga. Bloquea el surgimiento de nuevos liderazgos y debilita los partidos políticos. El domingo resultaron triunfadores los que se han formado en los últimos años más como fórmulas para el momento, que como alternativas con vocación de largo plazo. ¿Qué sentido tienen ‘La U’ o Cambio Radical el día en que Uribe no esté en el escenario?

En cambio, la sensación que dejan los partidos tradicionales es que van camino al despeñadero. Los liberales, desde la oposición, sacaron el peor resultado de varias décadas. Los conservadores, con una votación superior a la esperada, dejaron la sensación de que ya no tienen vida propia y dependen del oxígeno uribista para sobrevivir. El cuadro político de hoy es diferente al ideal que buscó la reforma política de 2003: un sistema de partidos fuertes y coherentes. Y falta ver cómo se comportará en el Congreso la federación de fuerzas uribistas, donde más que un gran proyecto único hay fenómenos muy diversos que sólo convergen en el nombre de Álvaro Uribe.

Hay otras alertas sobre la salud democrática del proceso electoral. El domingo fue evidente que las maquinarias funcionaron mucho más que el voto de opinión. Hubo excepciones notables, como Germán Vargas Lleras, Juan Manuel Galán, Martha Lucía Ramírez, Gustavo Petro, entre otros, de éxitos sorpresivos de candidatos que no poseen una organización política consolidada. Y en las principales listas –La U, Cambio Radical, los conservadores y los liberales– hubo votantes, por encima de los 200.000 en cada caso, que sólo marcaron el logo del partido y se abstuvieron de escoger a uno de los miembros de la lista. Pero, en general, el trasteo de votos funcionó: los ex liberales de ‘la U’ y de Cambio Radical se llevaron sus votos a sus nuevas casas. Entre los principales electores de estos dos partidos figuran los hijos de José Name y Fuad Char, los caciques que han dominado las elecciones en Barranquilla en los últimos años. Los ‘purgados’ de los partidos uribistas, en general, también sacaron sus votaciones en las colectividades donde finalmente los aceptaron.

Un hecho que tiene relación con el imperio de las maquinarias fue el fracaso de las encuestas. Casi ninguna acertó en predecir los resultados. En parte, porque los sondeos nacionales son poco eficientes para medir unas elecciones como estas, que son una sumatoria de fenómenos locales. Y en parte, también, porque un porcentaje muy alto de las votaciones fueron ‘amarradas’: de organizaciones electorales de los jefes regionales. En esta oportunidad, fueron más eficaces, como brújula para pronosticar los resultados, los cálculos basados en las votaciones anteriores de los miembros de las listas –que dan una medida de los votos amarrados–, que las encuestas. Generalmente, estas son mejores termómetros del llamado voto de opinión.

En contraste, los proyectos que se jugaron totalmente por el voto de opinión fracasaron rotundamente. Los ex alcaldes Enrique Peñalosa y Antanas Mockus desafiaron las nuevas reglas, exigentes para los movimientos pequeños, y no sacaron el umbral. Son los grandes perdedores de la jornada. Ni el prestigio del primero en Bogotá, y en las encuestas nacionales, donde figura como uno de los políticos con mejor imagen, ni los nombres de primera línea que conformaron la lista del ‘Partido Visionario’, fueron suficientes para contrarrestar los errores.

El otro gran damnificado de la jornada, con un costo para la democracia, es la oposición. Sus fuerzas quedaron mermadas. Sumados, el Partido Liberal y el Polo Democrático no llegan al 30 por ciento. El equilibrio que se busca con el principio de la separación de poderes quedó maltrecho. Tampoco es conveniente el mensaje de que oponerse es un mal negocio. Una lección que fomenta el unanimismo y le pone trabas al debate y al pluralismo. Y falta ver si entre los perdedores, como ha ocurrido en otras ocasiones, habrá nuevos transfuguistas que se pasarán al tren ganador. En especial, la decisión hacia el futuro del Partido Liberal y de su director nacional, César Gaviria, va a ser muy determinante. Las definiciones son difíciles, y ahora es más cierto que nunca que de ellas depende su supervivencia. El lánguido resultado obliga a plantear la hipótesis de que el liberalismo no volverá a ser jamás un partido fuerte. ¿Le bajarán el tono a la impopular actitud crítica? ¿Tendrá éxito el proyecto del ex presidente Samper de unificar a su partido en torno a Uribe? Un escenario así dejaría la oposición en las manos exclusivas del Polo.

Desde luego, la jornada electoral dejó también resultados muy positivos. La opinión pública, fuertemente uribista, está feliz con el triunfo de los seguidores del Presidente. El ambiente poselectoral tiende a reforzar el clima de optimismo que ha existido en los últimos tres años y que ha tenido evidentes efectos positivos para la economía. La confianza se fortalece. Además, después de las expectativas que alcanzó a generar la guerrilla de las Farc sobre sus intenciones de boicotear el proceso, es muy positivo que sólo se hayan presentado alteraciones menores y marginales, de la misma magnitud que ya se ha vuelto una costumbre. La abstención se mantuvo en niveles semejantes a los de las últimas elecciones (tal vez con un pequeño aumento), y hasta el momento no hay razones para pensar que las confusas reglas electorales desincentivaron la participación. Y es muy valioso, también, que el umbral haya reducido el número de partidos: de 59 que había registrados en el Consejo Nacional Electoral, a 10 que ingresaron al Senado.
Al final del día, sin embargo, no hubo grandes cambios. Las representaciones de los cinco principales partidos (‘La U’, Cambio Radical, el Partido Conservador, el Partido Liberal y el Polo), obtenidas en la elección, son muy parecidas a las que tienen hoy día. Sólo que las actuales fueron elegidas por otros partidos y durante los cuatro años de Uribe se fueron reacomodando. Lo que se produjo el domingo fue una formalización del equilibrio de fuerzas que venía operando. Y que tiene en Álvaro Uribe a su principal protagonista. Una realidad que se afianza después del gran triunfo del Presidente. Una victoria que fortalece su favoritismo para ganar las elecciones presidenciales del 28 de mayo.