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Horacio Serpa, codirector del Partido Liberal y Alejandro Galvis, presidente del periódico ‘Vanguardia Liberal’, pasaron de ser grandes amigos a lanzarse duros dardos esta semana por cuenta del aval que el partido le dio a Didier Tavera para la Gobernación de Santander. | Foto: Carlos Julio Martínez

POLÍTICA

La tormenta en el Partido Liberal

El aval a candidatos cuestionados y los síntomas de división interna, ¿qué tanto afectarán sus resultados electorales de octubre?

11 de julio de 2015

Horacio Serpa y Alejandro Galvis, ambos santandereanos ciento %, han sostenido una amistad larga y profunda. Fueron al mismo colegio, representan mejor que nadie el talante liberal del trapo rojo y casi siempre han estado en la misma orilla en lo que se refiere a la política de su departamento. Han sido almas gemelas. Serpa, peso pesado de la política. Galvis, lo mismo en el periodismo. Galvis y su periódico, Vanguardia Liberal, siempre fueron cercanos a las causas, y a las candidaturas, de Serpa. Por eso la pelea pública que sostuvieron la semana pasada dio tanto de que hablar.

“Aprecio mucho a Serpa pero la amistad no tiene condiciones”, dijo Galvis. “Vanguardia Liberal’ no me puede dar lecciones de dignidad personal ni puede juzgar de manera tan olímpica e irresponsable mis criterios”, afirmó Serpa. El nudo de la discordia fue el aval que Serpa, codirector del Partido Liberal, le concedió a Didier Tavera como candidato rojo a la Gobernación de Santander. Vanguardia Liberal publicó el domingo 5 de julio un duro editorial en el que cuestionó esa candidatura. El padre de Tavera estuvo vinculado al narcotráfico y fue asesinado en un secuestro frustrado por parte de la guerrilla. Su hijo –el hoy candidato rojo– participó en el gobierno local de Hugo Aguilar, fue representante a la Cámara por el PIN y en 2014 fue capturado por un presunto asesinato, aunque después quedó en libertad. El apoyo liberal a esta aspiración electoral produjo la salida formal del partido de Galvis quien, al menos en el contexto regional, es tan patriarca liberal como el propio Horacio Serpa. No es una pelea menor.

Este polémico y duro episodio no ha sido el único que ha puesto contra la pared al Partido Liberal en las últimas semanas. Unos días antes, la codirectora Viviane Morales había renunciado en desacuerdo por otros respaldos oficiales a candidatos en varios departamentos, y por no acoger a otros, de larga trayectoria dentro de la colectividad. Ha sido notoria la tensión entre los criterios estratégicos de la dirección nacional y la presión en el plano local de los dirigentes regionales y, en particular, los representantes a la Cámara. En cada departamento ha habido debates y conflictos, pero la más controvertida de todas las decisiones fue la bendición del liberalismo para la candidatura a la Gobernación de Antioquia de Luis Pérez, quien hace cuatro años había sido rechazado por el mismo partido para la Alcaldía de Medellín. Los liberales, igual que casi todos los partidos, no han salido bien librados en el proceso de definir candidaturas para las elecciones de octubre.

Pero los rojos han tenido otros problemas. A finales de mayo, el Consejo de Estado tumbó la reforma de estatutos que en 2011 había intentado cambiar mecanismos de representación y de elección de directivas, entre otros. En teoría el partido regresa a la normatividad que estaba vigente antes, pero el fallo les dio vida a líderes sociales y políticos que no responden a la cuerda de la actual dirección. En arenas normativas movedizas, la legitimidad de las decisiones de la directiva, incluso en materia de avales, se debilita. Y no solo en lo político: en las actuales circunstancias de falta de reglas de juego claras se vuelve más probable que todas las decisiones que no reúnan consensos –y hay muchas– terminen en la arena judicial.

Más aún cuando hay evidentes brotes de división. Un germen que ha existido siempre entre la izquierda y la derecha de la colectividad y que en el fondo está generado por una larga rivalidad entre los expresidentes Ernesto Samper y César Gaviria. El lugar en el que se hace más notoria esta disputa es en Bogotá donde el abanderado rojo, Rafael Pardo, es cuestionado por un sector minoritario, de tinte samperista, que apoyará a la candidata del Polo Democrático, Clara López.

La situación es compleja. El exministro de Justicia Alfonso Gómez Méndez, quien hasta hace menos de un año formó parte del gabinete a nombre de este partido, publicó una crítica columna en la que se pregunta si el liberalismo tiene pasado pero no futuro. El partido está atacado –dice– “por diversos virus que pueden, literalmente, matarlo: excesivo pragmatismo, desorden ideológico, pérdida de identidad, laxitud moral, parlamentarismo excluyente y nepotismo”. Gómez Méndez ha sido un constante fustigador de la corriente gavirista del liberalismo y del actual candidato a la Alcaldía de Bogotá, Rafael Pardo (quien también reúne el apoyo del Partido de la U, el Mira y de sectores conservadores y de Cambio Radical).

Lo paradójico es que a pesar de los acontecimientos de los últimos días, los liberales se sienten en un buen momento. Después de la crisis del proceso 8.000, de las derrotas frente a Uribe en 2002 y 2006, y frente a Santos en 2010, los rojos también habían perdido terreno en casi todos los escenarios políticos que habían dominado durante buena parte del siglo XX. Pero en los últimos años se convirtieron en un socio clave de la Unidad Nacional y, después de la reelección de Santos –respaldada por el Partido Liberal-, se volvieron cogestores de la Unidad Nacional. El distanciamiento entre Santos y su exjefe Uribe le abrió campo a una aproximación entre Santos y su expartido rojo. No por coincidencia uno de sus más reconocidos dirigentes, Juan Fernando Cristo, es el actual ministro del Interior. Varios miembros del actual gabinete tienen, o tuvieron, la camiseta roja y el propio Santos llegó a referirse a ellos como “mi partido”. Los liberales tienen el curioso récord de haber llegado al poder a punta de perder elecciones.

Y ahora se la van a jugar por las regionales de octubre. En las cuentas oficiales aparecen escenarios muy optimistas para obtener –con candidatos propios o en alianzas– la mayoría de las gobernaciones de departamento (cerca de 20) y alcaldías de capitales (más de esa cifra), y de disputar el carácter de primera fuerza electoral del país en número de votos. Por primera vez desde las épocas de Jaime Castro, además, con Rafael Pardo tienen una candidatura viable en Bogotá, con capacidad de ganar el segundo cargo más importante del país en términos de votación.

Las anteriores pueden ser cuentas alegres, de las que se ponen muy de moda en los arranques de campaña. Es normal que haya optimismo en las directivas y que la bola de cristal de las disidencias sea más oscura. Para los rojos, igual que para todas las fuerzas políticas, la hora de la verdad llegará el 25 de octubre.